En el Perú celebramos cada 30 de agosto la festividad de Santa Rosa de Lima. Se ha hablado mucho de su misticismo, de sus penitencias, de su vida de oración. Y todo eso es verdad y todo eso nos debe ayudar a vivir nuestra fe desde el otro lado de la realidad de las cosas.
Sin embargo, lo que a mí realmente me fascina de Santa Rosa, es que se trata de una mujer del pueblo, una mujer seglar. Yo sé perfectamente que ella vivió la espiritualidad dominicana y perteneció a la Tercera Orden. Pero esto no la hace monja. Quiso ser religiosa consagrada, pero Dios le pidió que vivieran la consagración de su bautismo en casa. Sigue siendo una mujer seglar, una mujer del pueblo. No se santificó en un Convento. Se santificó en su casa, la casa de su padre.
¿Qué tiene esto de particular? Sinceramente creo que mucho. Rosa es una de las primeras Santas de América Latina. Uno de los primeros frutos de la evangelización de Latinoamérica es una santa seglar. Es cierto que a su lado hubo religiosos y Obispos. Pero entre ese grupo de santos ocupa un lugar central Rosa de Lima. Y ella, como el primer fruto de santidad laical en América Latina. Por eso me fastidia que la representemos siempre como una monja del claustro.
Cada vez que pensamos en la santidad tenemos que pensar en sacerdotes, religiosos, religiosas, Obispos y Papas. ¿Y dónde está la santidad del Pueblo de Dios? ¿Dónde está la santidad de los seglares, de esos hombres y mujeres de a pie, que viven la vida de cada día en medio del mundo? ¿Esas madres de familia de los Comedores populares luchando por dar de comer a sus hijos? ¿O esos padres de familia sin trabajo que, cada día, salen en busca de un cachuelito, para mantener a su familia?
Durante el Sínodo de Obispos de 1980 sobre la familia, se habló mucho de la santidad del sacramento del matrimonio. Pero algún Obispo tuvo el coraje de preguntar al Prefecto de la Causa de los santos ¿cuántos seglares estaban en proceso de canonización? Hubo un silencio sepulcral en la sala. Prácticamente, de las miles de causas pendientes, las de los seglares se podían contar con los dedos de la mano. ¿Entonces de qué santidad del matrimonio estamos hablando? La Iglesia necesita de sacerdotes Santos, de religiosos Santos, de Obispos y Papas Santos. Pero la inmensa mayoría de la Iglesia, casi el 98.2 % de la Iglesia pertenece al pueblo de Dios, es decir, es seglar y laical.
Por eso, hemos vivido la mentalidad de que, para ser santo era preciso ser religioso, religiosa, sacerdote y de ahí para arriba. Mientras tanto, el Pueblo de Dios, los seglares, que son la inmensa mayoría en la Iglesia, podían contentarse con ser sencillamente gente buena. Para ellos era suficiente “salvarse”, porque la santidad era para “los especialistas”. Estos eran de “Primera División”, la “Selección Nacional de la Iglesia”, en tanto que el resto eran amateurs o simplemente aficionados de “Tercera Regional”.
Felizmente el Concilio Vaticano II, antes de hablar de la Vida Consagrada, introdujo un capítulo fundamental: “Llamamiento universal a la santidad”. Y dejó de hablar de “Estados de perfección”. Sencillamente nos recordó que la santidad es fruto del Bautismo. Y el bautismo es común a todo el Pueblo de Dios. La santidad no es fruto de ningún estado sino la maduración y fecundidad de la gracia bautismal. Y cada uno está llamado a vivir en plenitud esa gracia bautismal en los distintos estados y condiciones de vida. Son caminos distintos, pero una sola es la vocación a la santidad en la Iglesia.
Es preciso superar esa mentalidad y creencia de que, para los seglares, basta con ser buena gente, pero que ellos no tienen cara de santos. Y menos todavía “vida de santos”. Ellos no sirven para los altares. Y por eso, nuestros seglares se han resignado, durante siglos, a ser de “la tropa”, pero sin aspiraciones a Generales. Es cierto que, desde entonces, las cosas están cambiando, pero todavía de una manera muy lenta. Cuando descubrimos que alguien, como que destaca un poco, ya pensamos en hacerlo religioso o cura.
¿Y por qué no acompañarlo para que sea un santo seglar de corbata? ¿Cuándo veremos en la fachada de san Pedro a un seglar santo con camisa y pantalón baquero o en traje de baño en la playa o divirtiéndose de camping en las montañas?
La Iglesia necesita Santos para la vida consagrada. Pero necesita de “Santos de la calle”, “Santos en bicicleta” o “Santos en carro”. “Santos a los que les gusta el teatro o van con frecuencia al cine”, “Santos de oficina”. Necesita “Santos jóvenes enamorados” dándose un beso de cariño. Necesita “Santos ancianos sentados en la banca del parque” recordando historias. ¿Qué pensarías si ves a dos enamorados en un cuadro en el Vaticano dándose un abrazo? ¿Y qué te parece una estampa con dos ancianos sentados en la banca del parque? ¿Verdad que te parecería raro? Y sin embargo, esa debiera ser la realidad.
Por eso me gusta Santa Rosa. Una santa que se santificó en la casa de sus padres. Lo malo es que luego hemos destacado demasiado ciertos aspectos de su vida, y hemos dejado en la sombra su condición de seglar. La evangelización de América Latina comenzó dando frutos de santidad laical. ¿Por qué luego no se ha re vitalizado esa veta y esa condición del Pueblo de Dios?
Clemente Sobrado C. P.
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