Martirologio Romano: En la región de Namur, en Lotaringia, san Gerardo, primer abad del monasterio de Brogne, que él mismo había fundado. Trabajó para instaurar la disciplina monástica en Flandes y Lotaringia, y ayudó a muchos monasterios a recuperar la observancia primitiva (+959 dC).
San Gerardo de Brogne o San Gerardo de Namur (en valón, Sint-Djuråd) (ca. 895 – 3 de octubre de 959) fue un abad de Brogne. Un nativo de Staves (Namur), fue miembro de una familia de duques de Austrasia. Inicialmente era un soldado, reconstruyó la capilla familiar dentro de una gran iglesia y, posteriormente, se convirtió en monje de la basília de Saint-Denis. Al ser ordenado sacerdote, volvió a Brogne, donde luchó contra la laxitud de los clérigos y los reemplazó por alguos de sus compañeros monjes. Se retiró a una celda cerca del monasterio para mortificarse.
El arzobispo de Cambrai le pidió que reformara la comunidad de Saint-Ghislain en Hainault. Eventualmente se conviritó en el máximo representante de 18 abadías de la zona en lo que hoy es Bélgica. También viajó a Roma para obtener la bula papal y confirmar los privilegios de la abadía de Brogne. Al final de su vida, se retiró a Brogne.
La festividad de San Gerardo se celebra el diócesis de Namur, Gante, y Lieja el 3 de octubre. Sus reliquias, consideradas auténticas, se preservan en Saint-Gérard, la abadía de Maredsous, Aubange, y Gante (en la iglesia de Notre-Dame).
El ejemplarísimo abad san Gerardo, fue hijo de Estancio, varón ilustre de la casa de Haganón, duque de la Austrasia inferior, y de Plectrudis, hermana de Esteban, obispo de Lieja.
Hiciéronle seguir sus padres desde muy joven la carrera de las armas, propia a la sazón de mancebos nobles, y le enviaron a la corte de Berengario conde de Namur; donde resplandeció así por la modestia de sus costumbres, como por la discreción de sus palabras y natural elegancia de su persona.
Cobróle tanto amor el conde, que le llevó a su casa, y se servía de él para muchas cosas de importancia, y así le envió a Francia por su embajador para tratar con el príncipe Roberto un negocio grave que se le ofrecía. Luego que llegó a París, dejando allí sus criados, se fue solo al monasterio de san Dionisio para retirarse en él algunos días; y quedó tan edificado de la virtud de los monjes, y tan aficionado al sosiego y felicidad de la vida religiosa, que determinó dar libelo de repudio a todas las cosas de la tierra, para recogerse a servir a Dios en aquel monasterio.
Trató los negocios a que iba, y volviendo a dar cuenta de ellos al conde Berengario, suplicóle que le diese licencia pata profesar en dicho monasterio: y aunque con mucha dificultad y tristeza del conde, obtuvo su beneplácito. Vistióse pues el hábito de san Benito, y desde luego fue espejo de toda santidad y virtud.
Allí comenzó a estudiar desde las primeras letras como niño, y aprovechó tanto en las humanas y después en las divinas, que a los nueve años de su conversión se ordenó de sacerdote con grande gozo de su espíritu, y aprovechamiento de los otros monjes, de los cuales era tenido en gran veneración. Fue el primer abad del célebre monasterio de Broñá, a cuya iglesia trasladó con gran solemnidad muchas reliquias de santos cuerpos.
Un día vino al monasterio una mujer ciega y pidió que le diesen del agua con que el santo diciendo misa se había lavado los dedos: lavóse con ella los ojos, y luego cobró la vista. Habiendo recibido el marqués Arnulfo, señor de Flandes, de mano del santo la Comunión, se vio enteramente libre de un mal de piedra que le fatigaba mucho, encomendóle el gobierno de todas las abadías que tenía en su estado, y el santo las reformó, y tuvo cargo de diez y ocho monasterios, en los cuales floreció la más perfecta observancia religiosa. Finalmente recogido en su pobre monasterio de Broñá, y cargado de días y merecimientos, dio su espíritu al Señor, el cual le ilustró con muchos milagros.
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