El proceso de la paz de Colombia: cuando el interés del político se pone por encima del interés de la nación


Llevaba varios días conteniéndome para no decir nada acerca del proceso de paz en Colombia. Pero hoy ya no puedo más. Da la sensación de que todos los periodistas ignorantes de Europa tienen que decir algo acerca de un proceso del que no conocen más que unos cuantos titulares.

Vaya por delante que Colombia es el tercer país que mejor conozco del mundo. Dejé de contar los viajes a esa gran nación después de mi séptimo viaje. No sé cuántos he hecho, normalmente uno al año. En esos viajes iba de un lado a otro, del norte al sur, del este al oeste, de las grandes ciudades de las tierras frías a las costeñas, de sus islas a las selvas. He hablado allí con políticos, con secuestrados, con soldados que lucharon con la guerrilla. Una de las personas con la que más amistad tengo allí, iba a unirse a la lucha armada clandestina. Otra persona me contaba cómo colocaban las cabezas de los soldados delante de la puerta de su cuartel. Me ahorro relatar las violaciones y barbaridades que esos marxistas hicieron. Es triste escuchar cómo los guerrilleros jugaban al fútbol con la cabeza de uno de los asesinados en el pueblo al que habían llegado. Llegado para disfrutar de todo sin límite, matando a maestros y párrocos.

La guerrilla colombiana es el mal en estado puro. Son fuerzas del infierno. Si los que entraban en ella lo hacían con algún ideal, eso no les duraba ni una semana. Una vez dentro (y sin poder salir ya) se encontraban con la pragmática realidad de una muy lucrativa industria del secuestro y de las drogas. Los ideales marxistas sólo servían para atrapar moscas incautas en la red.

El poder de la guerrilla hasta algunos años después del 2002 fue algo impresionante. Yo fui testigo de eso. Colombia fue un país bajo el yugo del miedo, un país secuestrado. Un país de 48 millones de habitantes que cuando caía la noche debía recluirse en sus casas y no transitar los caminos. La capital era terreno de los secuestradores exactamente igual que las ciudades lejanas. Recuerdo lo que me impresionó la primera vez que fui al centro histórico de Bogotá, no ver ni un solo turista por las calles. Ni uno solo. Podías andar una hora entera y sólo veías colombianos.

El poder de los terroristas era tal que años antes (en 1985) llegaron a tomar el Palacio de Justicia que hay en pleno centro de la ciudad, a poca distancia del Palacio Presidencial.  Los marxistas pudieron ir matando a los jueces en las mismas dependencias judiciales, el sueño de todo delincuente asesino.

Aunque ese hecho estaba lejano en el tiempo, el ambiente de derrotismo no hizo más que crecer, y cuando más fuertes eran los guerrilleros, el presidente Pastrana, incomprensíblemente, pactó con ellos. Pactó con aquellos que no tenían otro interés que apoderarse de toda la nación sin reparar qué baño de sangre tuvieran que causar para ello. El presidente Pastrana ¡les entregó varias provincias! Allí podían hacer lo que quisieran, que las fuerzas militares no les iban a perseguir. El pacto se redujo a concederles refugio, a comprometerse a no perseguirles mucho.

La única cuestión era ¿qué ganaba la nación con no perseguir a las fuerzas del caos, con otorgarles dos provincias como refugio oficialmente reconocido por aquél que se suponía que debía hacer valer la Ley? A día de hoy nadie puede responder a esta pregunta. Pastrana les otorgó refugio frente a las fuerzas del orden, ¿pero a cambio de qué?

Por supuesto que puedo adivinar a cambio de qué, pero no lo diré aquí. Lo dejo a la imaginación de cada uno. Con Pastrana la guerrilla estuvo más cerca que nunca de lograr hacerse con la nación. El botín hubiera sido una nación entera de más de 40 millones de habitantes.

Entonces, Dios puso en el poder a Álvaro Uribe. Un hombre religioso, de carácter humilde y sereno, un hombre sensato y devoto de la Virgen María. Su programa fue muy claro: guerra sin cuartel a la guerrilla, guerra a muerte.

La guerrilla entonces luchó por su supervivencia con todas las armas sin importarle el daño que hiciera a la sociedad. Cuanto más daño, cuanto más caos, mejor. Las lágrimas y la sangre que tuvo que pagar el pueblo colombiano no se pueden expresar con palabras. Pero Uribe... ganó.

Uribe tenía traidores, infiltrados, extorsionados, corruptos en todos los niveles del Estado. Pero, ¡increíblemente!, ganó. Aquí yo sí que veo la intervención de la Virgen María para evitar que todo un país como Colombia, inmenso, rico y muy religioso, cayera bajo un yugo de oscuridad del que no sabemos cuándo hubiera sido liberado. Colombia hubiera se hubiera convertido en un foco de terror para toda esa región. Sus ramificaciones hubieran llegado hasta México.

La guerrilla retrocedió en todos los frentes, perdió fuerzas cada año: nunca volvió a ser la misma. Quedó reducida a un grupo narcotraficante de tamaño medio sin posibilidades de poner de rodillas al Estado. Difícil de erradicar dada la orografía del una nación como Colombia, pero que dejó de ser el gran problema de la nación, para convertirse en algo menor.

Pero la constitución le prohibía a Uribe volverse a presentar a un tercer mandato, tuvo que retirarse. Uribe no fue un político, fue el hombre providencial. El hombre puesto directamente por la Mano de la Providencia para arreglar una situación que, de otra manera, no hubiera tenido solución.

Lo lógico tras su retirada hubiera sido seguir el mismo buen camino hasta la erradicación. Pero su sucesor de ningún modo estaba a la misma altura. Claramente fue aflojando. Y, por último, quiso pasar a la Historia otorgando un perdón total a los que quedan.

Hay que entender que la guerrilla, hoy día, en el año 2016, no hace más actos terroristas porque no puede hacerlos en unos casos y porque no les conviene en otros. La guerrilla siempre ha provocado todo el daño que ha podido. Pero ha llegado un momento en que el barco de la guerrilla está haciendo aguas de forma tan ostensible que sus dirigentes (cuyas fortunas no conocemos) ya prefieren reintegrarse a la vida civil sin temor a acabar ante un tribunal.

Y justamente ahora el presidente Santos se lo quiere conceder: así se evita problemas y pasa a la Historia. Es como si cuando la II Guerra Mundial estaba ganada, los aliados se hubieran detenido en el Rin y hubieran firmado un armisticio. Lo que tienen que entender los periodistas europeos que se llenan la boca de paz, paz y qué bonita es la paz es que ahora a la cúpula de los narcotraficantes les interesa un indulto general. Eso es todo. El resto es puro discurso, pura retórica vacía.

Todo está pensado y muy pensado por parte de los millonarios de la guerrilla: Los que quieran seguir con el negocio del narcotráfico podrán seguir haciendo lo mismo que ahora. Sólo que ya no serán “guerrilla”, sino narcotraficantes independientes. Los que ya desean retirarse a sus casas y vivir tranquilos sin rendir cuentas, esos son los que han impulsado la firma de este acuerdo.

Dicho de otro modo, los jefes no tienen nada que perder: el que quiera seguir con el negocio de la droga, puede hacerlo; el que quiera disfrutar de lo ya ganado, tiene esa segunda opción.

Y esto lo digo sin entrar en detalle en las clausulas del acuerdo de paz, ni en el modo en que el presidente ha llevado a cabo las negociaciones, ambas cosas no hay por donde cogerlas sin concluir que Santos ha sido un pobre hombre preocupado por su interés personal. No es un político equivocado, no un presidente que ha tomado decisiones no del todo correctas, sino un pobre hombre en el que no se puede confiar. Esto lo digo por otros asuntos que tienen que ver entre él y la Iglesia. La palabra de Santos vale lo mismo que el bolívar venezolano o los billetes del Monopoly.

Pero aquí están los periodistas para escribir preciosos artículos sobre la nobleza de la paz y lo bonita que es la primavera y todas esas cosas. Cuando es un acuerdo al más puro estilo de El Padrino I, II y III. La pobre gente que sale entrevistada y pidiendo que quieren la paz, no se dan cuenta de que los que quieren seguir en el “negocio” van a seguir, que es un acuerdo sólo para los dirigentes. 

Y después estan los del Premio Nóbel que no han puesto sus pies nunca en Colombia salvo en algún hotel de cinco estrellas. De ellos no voy a decir nada, porque ese Nóbel de la Paz ya está tan desprestigiado que resulta imposible decir nada que no se haya dicho antes. Probablemente el próximo año se lo otorgarán ex aequo a Putin o a Gadafi a título póstumo.

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08:07

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