Un cien final épico «Vi al alcance el bronce y di todo lo que mi cuerpo tenía. Me dije que fuera lo que Dios quisiera. No podía más. Agónico». Siete metros de medalla «En los últimos siete metros no respiré. Y gané el bronce porque estiré la mano».
Ánimo al equipo español «A ver si eso abre las puertas y conseguimos más medallas que en Barcelona».Menos de una hora después de colgarse la medalla de bronce, Mireia Belmonte se protegía del aire acondicionado que refrescaba la sala de conferencias. Notó ese aliento frío en la espalda y se cambió de sitio durante la rueda de prensa que compartía con las otras dos medallistas del 400 estilos, Hosszu (oro), que pulverizó el récord del mundo, y Dirado (plata). Mireia se abrigó el cuello con la misma mano que, llena de fe, había estirado en la piscina para culminar su remontada en los 50 metros finales y arrebatarle el bronce a la británica Milley por 15 centésimas, «porque le metí la mano».
Ya no pensaba en esa medalla, sino en las siguientes pruebas por delante. «Aquí hay que olvidarse de lo bueno y de lo malo, y centrarse en el día a día». En no resfriarse, por ejemplo, para la siguiente cita, los 400 metros libres que esperaban ayer. Mireia y su entrenador, Fred Vergnoux, profesan la religión del perfeccionismo. Cualquier detalle cuenta. Hasta una mano a tiempo.
De bronce. Aun así, la catalana no tuvo tiempo de recuperación suficiente y no entró en la final de 400 libres. Quedó quinta en su serie, lejos del tiempo de Katie Ledecky. Ese tropiezo tiene una ventaja: le regala tiempo de recuperación para repetir o mejorar el bronce que agarró el sábado con la mano en el último instante. Tenía la lección aprendida. En el 400 estilos del Mundial de 2011, terminó cuarta, a 73 centésimas del podio.
A una mano del bronce. Vergnoux elaboró una lista con cerca de 50 detalles que se podían pulir para limar ese suspiro. Mireia, por ejemplo, evita pisar descalza el suelo frío. Para eso están las chancletas. Nada de estornudos que impidan el descanso. Y por eso, tras ganar la primera medalla de España en estos Juegos, estaba más preocupada por el aire acondicionado que por las preguntas de los periodistas. Era tarde, pasada la medianoche en Brasil. Le esperaban el viaje a la Villa Olímpica y la cola de acceso a los apartamentos. La cena.
El fisioterapeuta. Hasta las tres de mañana no pudo meterse en la cama. Y al despertar tenía cita con las series del 400 libre. Lo pagó y quedó eliminada. Quedan sobre la piscina de Río los emocionantes 50 metros finales del 400 estilos donde rescató el bronce que parecía perdido. Hosszu se largó desde la salida. La dentellada al récord fue descomunal: de 4:28.43 a 4:26.36. En el tramo de mariposa, Hosszu aventajaba en 1.25 a Mireia; en el 100 de espalda, en tres segundos. El oro era inalcanzable para la catalana. Y la plata y el bronce también se alejaban.
La braza no salvó a Mireia. Al paso por el 300 estaba a más de seis segundos de Hosszu, a 2 de Dirado y a 1.33 de Miley. En pleno hundimiento salió a flote su carácter. Así lo contó: «Al final he visto al alcance el bronce y lo he luchado hasta que no podía más. En los últimos siete metros no he respirado. Y he metido la mano». La misma que le había faltado en el Mundial de 2011. Belmonte, con 25 años, edad tardía para una nadadora, es una excepción: mantiene su crecimiento. Como si aún no hubiera tocado techo. Mano de boxeadora Le quedaban 100 metros.
Un minuto. El del ácido láctico. El que define a los competidores. «En el primer 50 de crol he visto que iba retrasada, pero he decidido luchar y dar lo que tenía». El segundo 50 fue histórico. La mejor en ese tramo, por delante de Hosszu. Al fondo de la calle 5 esperaba la medalla. Había ensayado mil veces una situación así, con sesiones de apnea. Y con pesas. Es tan potente que puede elevarse en vertical en el agua casi hasta las rodillas. Devoró brazada a brazada el segundo que le sacaba Milley. Y ahí, a siete metros de la pared, dejó de respirar y, en plena agonía, estiró la mano. Puñetazo de bronce por 15 centésimas. «A ver si esto abre la puerta y conseguimos más medallas que en Barcelona (en los Juegos de 1992, España sumó 22)».
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