VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO
(Jeremías 38:4-6.8-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53)
El filósofo Platón describe un conflicto semejante a aquel del evangelio hoy. Describe el mundo como una caverna. Dentro de este espacio todos los hombres sientan encadenados de modo que no puedan girar la cabeza. Ellos sólo ven en la pared del fondo de la caverna imágenes producidas por la iluminación de una hoguera detrás de todo tipo de objetos. Si una persona se libera de las cadenas, podría ver lo que está realmente pasando. Pero cuando vuelve a decir a los demás, se le burlarían de él. Dirían que no quieren girar la cabeza porque la luz de la hoguera estropearía sus ojos.
Es así con el evangelio. Muchos no querían aceptarlo no porque no es la verdad sino porque no les conviene. Se puede imaginar fácilmente sus críticas. No quieren amar a sus enemigos sino matarlos. No quieren esperar hasta venga el Señor para cumplir el deseo de su corazón sino quieren tenerlo ahora. No quieren reconocer el Señorío de Jesucristo sino seguir los modos antiguos de dar culto. Por eso, los jóvenes tienen que separarse de sus padres si quieren vivir la buena nueva.
Hoy en día tenemos la dificultad opuesta. Los jóvenes rebelan contra sus padres para abandonar la fe cristiana. Dicen que las enseñanzas de la iglesia son demasiado estrictas y los seguidores muy cabizbajos. Además se oponen a toda tipo de religión como fuente de guerras entre gentes. Aún los adolescentes contarán a sus padres que no creen en Dios y no quieren asistir más en la misa.
Los padres se preguntan qué deben hacer. Pueden aprovecharse de la segunda lectura para una respuesta adecuada. La Carta a los Hebreos exhorta: “Mediten, pues, en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores”. Eso es, debemos meditar en Jesús. Él nunca fuerza a nadie aceptarlo. Más bien les explica a todos con la paciencia el amor de Dios Padre. Un adolescente debería acompañar la familia a la misa porque es una actividad familiar. Pero no es necesario que se hinque antes del Santísimo si dice que no cree. Una joven pueden quedarse en casa pero todavía tiene que aprender la responsabilidad para los necesitados. A lo mejor los dos grupos se darán cuenta del Espíritu Santo trabajando dentro de los padres por su tolerancia.
Desgraciadamente a veces no amamos como Jesús enseña. Nos faltan la justicia para reconocer la bondad del otro y la humildad para admitir nuestros errores. El autor ruso Alejandro Solzhenitsin una vez escribió: “… la línea separando lo bueno y lo malo no pasa por naciones, ni por clases, ni tampoco por partidos políticos sino por cada corazón humano y por todos corazones”. Somos capaces como los jefes de Jerusalén en la primera lectura a causar el sufrimiento de los demás. Pero, también podemos salvar a los dolientes como el etíope, Ebed-Mélek. Si los jóvenes van a cambiar su perspectiva será al menos en parte por nuestra voluntad a crecer como hijos de Dios. Tenemos que seguir al Espíritu Santo cuando mueva la línea en nuestro corazón de modo que se dilate la parte buena. Tenemos que seguir al Espíritu cuando mueva nuestro corazón.
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