SAN CALlXTO I
(+ 222)
El papa San Calixto es, indudablemente, uno de los Romanos Pontífices que más sobresalieron a fines del siglo Il y principios del Ill, en un tiempo en que multitud de corrientes más o menos peligrosas trataban de desviar a la Iglesia del verdadero camino de la ortodoxia y del justo medio de la disciplina eclesiástica. Por desgracia, la mayor parte de las noticias que sobre él poseemos nos han sido transmitidas por su apasionado enemigo y contrincante, San Hipólito. Sin embargo, combinando estas noticias con las que nos transmiten el Líber Pontificalis (o historia oficial de los Papas) y otras fuentes, podemos estar bastante seguros de la objetividad de nuestra información.
Según el Líber Pontificalis, Calixto nació en Roma, y su padre, llamado Domicio, residía en el barrio denominado Ravennatio. Era de condición esclavo; mas, dotado, como estaba, de extraordinarias cualidades, supo levantarse poco a poco hasta llegar a ser obispo de Roma, rigiendo con notable acierto a la Iglesia durante los cinco años que duró su pontificado (217-222).
De su actuación durante los primeros años de su vida nos comunica Hipólito algunos datos, que justamente podemos poner en duda, pues, siendo Hipólito tan apasionado, y tratando de denigrar en lo posible a Calixto, pudo inventar, o al menos exagerar, las noticias que sobre la vida de Calixto conocía. Ante todo, se compl,ace en ponderar su condición de esclavo. Según él, en efecto, era esclavo de un cristiano, llamado Carpóforo, y, habiendo dado pruebas de sus cualidades naturales, su amo puso toda su confianza en él y le encargó de algunos asuntos comerciales o financieros de particular importancia. El resultado fue que, habiendo perdido él gran cantidad de dinero, se encontró en grande apuro frente a su amo Carpóforo. Naturalmente, Hipólito supone que esto sucedió por malversación o mala administración de Calixto; pero no existe ningún Indicio que lo confirme; antes, por toda su conducta posterior, debemos más bien admitir que las pérdidas sufridas no se debieron a ninguna causa deshonrosa para Calixto.
Perseguido, pues, por su amo, logró Calixto escapar de Roma; pero fue alcanzado en Porto cuando intentaba huir por mar, y poco después se le impuso un denigrante castigo, propio de esclavos, obligándole a mover la rueda de un molino. Pero entretanto, como insistieran los acreedores para que se le pusiera en libertad, con la esperanza de poder recobrar sus pérdidas, hizo Carpóforo que le levantaran el castigo, y así intentó Calixto entablar negocios en una sinagoga de judíos; pero, temiendo éstos ser envueltos en sus engaños, reales o supuestos, le llevaron ante el prefecto de Roma, el cual le hizo azotar y le sentenció luego a ser deportado a las minas de Cerdeña.
Dejando a un lado, como sospechoso, todo lo que signifique mala conducta en Calixto, podemos afirmar, en conclusión, que durante estos años, como sucedía a las veces con los esclavos que se mostraban particularmente inteligentes y bien dotados, le encomendó su amo Carpóforo algún asunto delicado, y, habiendo salido mal, fuera de quien fuera la culpa, fue castigado a las minas de Cerdeña.
Y aquí comienza una nueva etapa en la vida del esclavo Calixto. Como en Cerdeña se encontraban multitud de cristianos condenados a los trabajos forzados de las minas, Calixto fue considerado como uno de ellos. Por esto, cuando, por el año 190, Marcia, la favorita del emperador Cómmodo, que era de corazón cristiana, obtuvo la libertad para los cristianos castigados en las minas de Cerdeña, vencidas algunas dificultades, consiguió también ser librado Calixto, y, al ser conducido a Roma, recibió la orden del papa Víctor (189-199) de permanecer en Ancio.
No se sabe con toda seguridad si ya desde un principio, siendo esclavo del cristiano Carpóforo, era cristiano, o si abrazó después el cristianismo, tal vez por el contacto con los deportados de Cerdeña. En todo caso, desde este momento aparece como cristiano, a las órdenes de los Romanos Pontífices. Tampoco aparece cuándo dejó de ser esclavo, recobrando públicamente su libertad. Si es que en realidad fue esclavo, como lo afirma Hipólito, a partir de su vuelta de Cerdeña, se presenta como cualquier otro hombre libre, desarrollando una actividad cada vez más intensa. Tampoco conocemos el motivo por el que el papa Víctor, al volver Calixto de Cerdeña hacia el año 190 ó 191, le ordenó que se retirara a Ancio. De hecho, allí se detuvo Calixto hasta el principio del pontificado de San Ceferino (199-217), aprovechando este tiempo de retiro para intensificar más y más su formación religiosa, preparándose para los grandes problemas para los que le destinaba la Providencia.
El papa Ceferino fue quien puso finalmente a Calixto en situación de poder realizar una obra positiva en beneficio de la Iglesia y dar claras pruebas de sus extraordinarias cualidades. Efectivamente, conociendo sus dotes naturales y los inagotables recursos de su ingenio, apenas elevado al Solio pontificio llamó a Calixto a Roma y le encargó de la catacumba de la vía Appia, que posteriormente recibió el nombre de San Calixto. Entonces, según suponen algunos, recibió oficialmentie la libertad, entregándose con toda su alma a la organización y embellecimiento de aquella catacumba, lo que constituye la primera de las importantes obras en que intervino este gran Papa.
Su principal empeño consistió en unificar las diversas partes iniciales, como eran la cripta de Lucina y otras existentes en sus proximidades, dando a todo el conjunto una extensión mayor y convirtiéndolo en el principal cementerio cristiano. Sobre todo, fue obra suya el destinar una de las partes principales de esta catacumba para sepultura de los Papas. Es lo que, desde entonces, se designó como Cripta de los Papas, donde fueron sepultados, durante todo el siglo III, todos los Romanos Pontífices, excepto Cornelio y el mismo Calixto. No es, pues, de maravillar que posteriormente este cementerio o catacumba fuera designado como cementerio o Catatumba de San Calixto. De hecho fue el primero que pasó a ser plena propiedad de la Iglesia. El mismo papa San Ceferino ordenó de diácono a Calixto y le tomó como su principal auxiliar y secretario.
Teniendo, pues, presentes las extraordinarias dotes personales de Calixto, a la muerte de San Ceferino, el año 217, fue elevado al Solio pontificio como su sucesor. Y, por cierto, las circunstancias eran bien difíciles para la Iglesia, por lo cual constituye un mérito muy especial de San Calixto el haber resuelto, con su autoridad pontificia, algunos problemas sumamente agitados durante su pontificado.
Dos fueron las cuestiones, a cuál más importante, en las que intervino el nuevo Papa, a las que va unido su nombre en la historia de la Iglesia: la cuestión dogmática sobre la Trinidad, representada por el sabelianismo, que afirmaba una unidad exagerada en la esencia divina y destruía la distinción de personas, y la cuestión del rigorismo exagerado de los montanistas o los defensores de Tertuliano. En ambos problemas tomó Calixto importantes decisiones, que marcaron el punto medio de la verdadera ortodoxia católica. Pero también en ambas cuestiones se aprovecha su rival Hipólito para calumniarlo y desacreditarlo ante la Iglesia universal.
Por lo que se refiere al problema del sabelianismo, es bien conocido el hecho de que, a fines del siglo II y principios del III, los discípulos de Noeto y Práxeas, y sobre todo Sabelio, defendían obstinadamente la teoría de la absoluta unidad de la substancia o esencia divina, de tal manera que no admitían en la Trinidad otra distinción que la meramente modal. Así, según Sabelio, el Hijo y el Espíritu Santo no eran más que diversas modalidades o, como él decía gráficamente, diversos rostros (prósopa) de la, esencia divina, con lo cual destruía por completo la Trinidad. Frente a un error tan craso y estridente levantáronse en Africa Tertuliano y en Roma Hipólito; pero, a! refutar éste aquellos errores, insistía de tal modo en la distinción del Hijo respecto del Padre, que parecía hablar de dos dioses o dos divinidades. Por eso los sabelianos le echaban en cara que, al quererlos refutar a ellos, defendía un biteísmo igualmente reprensible.
Así se explica que durante el pontificado del papa San Ceferino había reinado gran confusión en esta materia. Por esto se vió Calixto obligado a intervenir con decisión; pero en su impugnación del sabelianismo tomaba el término medio de la ortodoxia, sin aceptar la doctrina de Hipólito. Por esto, con su acostumbrado apasionamiento, le acusa éste de defender la doctrina sabeliana. En realidad no fue así, sino que rechazaba por un lado a Sabelio y por otro a Hipólito, sin determinar explícitamente en qué consistía la verdadera doctrina. Por esto Hipólito se levantó contra Calixto como antipapa y luchó tenazmente contra él: pero al fin, desterrado él mismo por la fe cristiana, reconoció su error, se reconcilió con el sucesor de San Calixto y murió mártir.
Entretanto San Calixto, bien informado de la peligrosa propaganda de los sabelianos, llamados también monarquianos o modelistas, lanzó la excomunión contra Sabelio y sus partidarios, pero al mismo tiempo, sin condenar propiamente a Hipólito, rechazó las teorías que tendían a subordinar al Logos, es decir, a Cristo, a Dios, con lo cual favorecían cierto dualismo en la divinidad, y juntamente se exponían al peligro de un verdadero subordinacianismo que niega la igualdad del Hijo con el Padre y, por consiguiente, su divinidad. Precisamente de esta tendencia se derivó despues el arrianismo.
Con semejante visión certera de las cosas, y con idéntica prudencia y energía, el papa San Calixto intervino en las cuestiones disciplinares y prácticas, suscitadas en este tiempo por el rigorismo de los montanistas, a los que se juntó luego el fogoso Tertuliano desde Cartago. Efectivamente, esta secta de fanáticos y rigoristas, capitaneada por Montano desde mediados del siglo II, so pretexto de aspirar a la mayor perfección y pureza de los cristianos ante la próxima venida o parusía del Señor, defendían el principio de que los que cometían ciertos pecados mayores, llamados capitales (apostasía, homicidio, fornicación o adulterio), no podían obtener perdón y por lo mismo dejaban de pertenecer a la Iglesia, pues estos pecados eran imperdonables, ya que la Iglesia no tenía poder para perdonarlos.
Pues bien: estos y semejantes principios rigoristas, que, por una parte, por su apariencia de mayor perfección, fascinaban a muchos incautos, y por otra eran fatales para la verdadera doctrina cristiana, adquirieron gran extensión e intensificaron su propaganda a principios del siglo lll, en que, con su apasionada y arrolladora elocuencia, se puso de su parte el gran escritor Tertuliano. Por esto el papa San Calixto se vió obligado a intervenir en favor de la misericordia de Dios para con los pecadores y del poder de la Iglesia de perdonar los pecados. Precisamente en este punto su contrincante y mortal enemigo Hipólito acusa a Calixto de un laxismo exagerado, llegando a lanzar contra él la calumnia de que admitía sin distinción a todos los tránsfugas de las sectas; que admitía entre los clérigos o los bígamos o casados por segunda vez, a los fornicarios, etc.
Despojando estas acusaciones de todo que es evidentemente exagerado y calumnioso, la realidad era que San Calixto trató de oponerse con toda energía a aquella corriente de extremado rigorismo que todo lo invadía, propugnando con decisión los principios de la verdadera misericordia e indulgencia cristiana. En la práctica defendió con todo empeño la doctrina ortodoxa, tan claramente expresada en el Evangelio, sobre el poder de la Iglesia de atar y desatar, es decir, conceder o no conceder el perdón de todos los pecados sin excepción, y, por consiguiente, estableció el principio de admitir a penitencia a los reos de apostasía o de pecados contra la carne que, verdaderamente arrepentidos y cumplidas las condiciones impuestas, acudieran en demanda de absolución.
Contra esta práctica, establecida, o mejor dicho, renovada por el papa Calixto, se levantó Tertuliano con su acostumbrada vehemencia, designándola como “decreto perentorio” del Papa, por el que se perdonaba a todos los adúlteros y fornicarios, En realidad, esto era sacar de quicio las cosas. No consta que Calixto publicara ningún edicto propiamente tal. Pero, fuera lo que fuera, lo que ordenó y la manera como creyó conveniente restablecer la práctica cristiana, en realidad, la disciplina que estableció, era la que respondía a la verdadera doctrina de la Iglesia. Por otra parte, al restablecer esta práctica, Calixto insistió siempre en que era la observada por la Iglesia desde un principio.
Tal fue, en conjunto, la actuación del gran papa San Calixto. El Líber Pontificalis le atribuye un decreto sobre el ayuno, pero no tenemos noticias ulteriores que confirmen o aclaren esta disposición pontificia. Su gloria descansa, por tanto, en el hecho de que, siendo un simple esclavo de nacimiento, por sus propios méritos se elevó a los más encumbrados cargos y aun al mismo Pontificado, y, además, en su extraordinario acierto en la organización de la catacumba que por lo mismo es conocida como de San Calixto, y en haber defendido el dogma católico frente a los sabelianos antitrinitarios, y la disciplina cristiana del perdón de los pecados contra el rigorismo montanista y de Tertuliano.
Dios premió los grandes méritos que había contraído con su iglesia concediéndole el honor de la palma del martirio, si bien no tenemos noticias ciertas sobre él. De hecho, la tradición, desde la más remota antigüedad, lo venera como mártir. Murió probablemente durante el reinado del emperador Alejandro Severo (222,235), el año 222; pues, aunque este emperador no persiguió a los cristianos, pudo originarse su martirio por algún arrebato popular promovido por los fanáticos paganos.
En torno a su muerte existen algunas tradiciones o leyendas antiguas que han dado ocasión a algunos monumentos, todavía existentes en nuestros días. Las actas de su martirio, compuestas en el siglo Vll, transmiten la leyenda de que, por efecto de la furia popular, fue arrojado por una ventana a un pozo en el Trastevere y su cuerpo sepultado con todo secreto en el vecino cementerio de Calepodio. Tal vez esto explique el hecho sorprendente de que el papa Calixto no fuera sepultado en el cementerio de su nombre, cuya “cripta de los Papas” él mismo había preparado y donde fueron enterrados los demás Romanos Pontífices del siglo III. Los cristianos, en medio de la revuelta producida con su martirio, lo enterraron en el lugar más próximo.
Muy pronto se levantó la preciosa Basílica de Santa María in Trastevere, iuxta Calixtum, atribuida al papa Julio I (337,352). Según De Rossi, es el primer ejemplo de una basílica construida junto al sepulcro de un mártir. La memoria de este Papa se conserva asimismo en aquel lugar por el Palacio de San Calixto.
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