“Habiendo echado Jesús un demonio algunos de entre a multitud dijeron: “Si echa demonios es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo”. (Lc 11,15-26)
¡Qué difícil es reconocer el bien que hacen los demás!
Jesús acaba de liberar a uno de un espíritu maligno.
Y en vez de reconocer el bien que ha hecho.
En vez de reconocer el favor que le ha hecho.
Buscan la manera de oscurecer su virtud y capacidad de echar demonios.
Cuando alguien hace el bien, como que nos entra el hormiguillo dentro.
Necesitamos bajarlo de su pedestal.
Ya será una trampa.
Ya será un engaño.
Todo menos reconocer la grandeza de lo que hace.
Todo menos reconocer la generosidad de su corazón.
Todo menos reconocer la bondad de su espíritu.
Hay que bajarlo de su pedestal.
No aceptamos que los demás crezcan y suban.
No aceptan que Jesús pueda echar demonios y le atribuyen su fuerza al mismo demonio.
El Papa Francisco en una de sus homilías lo expresó muy bien.
Posiblemente porque él mismo vive la experiencia de quienes no acepten la nueva primavera de la Iglesia:
En el corazón de una persona tocada por los celos y la envidia -ha subrayado el Papa- suceden “dos cosas clarísimas”.
Primero la amargura:
“La persona envidiosa, la persona celosa es una persona amarga:
no sabe cantar, no sabe alabar, no sabe qué es la alegría,
siempre mira ‘que tiene áquel y yo no tengo’.
Y esto lleva a la amargura, una amargura que se difunde en toda la comunidad.
Son estos sembradores de amargura.
Y la segunda actitud, que llevan los celos y la envidia, son a murmurar. Porque este no tolera que el otro tenga algo, la solución es rebajar al otro, para que yo esté más alto.
Y el instrumento son las murmuraciones.
Mira siempre y verás que detrás de una murmuración están los celos y la envidia.
Y las murmuraciones dividen la comunidad, destruyen a la comunidad. Son las armas del diablo”.
El Santo Padre ha mencionado cuántas bellas comunidades cristianas iban bien, pero después en uno de los miembros ha entrado la semilla de los celos y la envidia y, con esto la tristeza, el resentimiento de los corazones y las murmuraciones.
Ha continuado señalando que:
“una persona que está bajo la influencia de la envidia y de los celos, mata”, como dice el apóstol Juan:
“Quien odia a su hermano es un homicida”.
Así como “el envidioso, el celoso, comienza a odiar al hermano”.
Por tanto, Francisco ha concluido pidiendo:
“Hoy, en esta misa, recemos por nuestras comunidades cristianas, para que esta semilla de los celos no sea sembrada entre nosotros, para que la envidia no tome lugar en nuestro corazón, en el corazón de nuestras comunidades, y así podamos ir hacia adelante con la alabanza al Señor, alabando al Señor, con la alegría. Y es una gracia grande, la gracia de no caer en la tristeza, en el estar resentido, en los celos y en la envidia”.
Reconocer lo bueno que hacen los demás manifiesta la grandeza del corazón.
Manifiesta la nobleza del alma.
Una de las alegrías más limpias y nobles es reconocer la bondad de los otros.
Ser capaces de alabar al otro.
Ser capaces de subir al pedestal al otro.
Ser capaces de admirar la grandeza del otro.
No empequeñezcamos a los demás.
Cuanto más los agrandamos, más se agranda nuestro corazón.
Clemente Sobrado C. P.
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