“Dijo Jesús a sus discípulos: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios”. ( Lc 12,8-12)
¡Qué fácil resulta recitar el Credo en las Misas dominicales en la Iglesia!
¡Qué difícil resulta luego confesarse creyente en el grupo de los amigos!
Siempre me ha admirado:
La valentía con la que el ateo confiesa su incredulidad.
La cobardía con la que el creyente esconde su fe en El.
La libertad con la que aceptamos que el ateo se ría de los que aún creen.
La cobardía con la que los creyentes nos manifestamos cuando en torno nuestro se siente ciertas sonrisitas maliciosas.
Jesús es claro:
La fe no es para vivirla solo en privado.
La fe es para manifestarla también en público.
La fe no es para vivirla en la Iglesia los domingos.
La fe es para confesarla también los días de semana en nuestro medio.
Sigo manifestando mi admiración:
Por el ateo que no tiene vergüenza en confesar su ateísmo en público.
Por los creyentes que respetan más la incredulidad del ateo que la fe del creyente. ¿No existe aquí una contradicción con uno mismo?
Claro que debemos respetar a los que no creen y no piensan como nosotros.
Pero ¿por qué respetamos al ateo y nos reímos y hasta burlamos del del creyente?
Jesús no necesita de seguidores que solo se manifiestan los domingos en la Misa.
Jesús necesita de seguidores que “se pone de su parte ante los hombres”.
Jesús no necesita de seguidores que lo proclaman los domingos en la Iglesia.
Jesús necesita de seguidores que “no renieguen de él delante de los hombres”.
Jesús nos marca un criterio en orden a la confesión pública de nuestra fe:
La actitud que nosotros asumamos frente a él delante de los hombres, será la garantía de la actitud que él asumirá por nosotros delante del Padre.
Yo espero que Jesús no nos mida con esa medida.
Y que a pesar de nuestras cobardías, él dé cara por nosotros ante el Padre.
Y que a pesar de nuestros silencios, él sepa hablarle de nosotros al Padre.
Y que a pesar de nuestras vergüenzas, él no se avergüence de nosotros ante el Padre.
Porque es triste reconocerlo, porque:
A los cristianos debe faltarnos mucho convencimiento.
Creemos pero diera la impresión de no estar demasiado convencidos.
A los cristianos creo que nos falta más coraje.
Creemos pero con cierto complejo de inferioridad delante de los demás.
A los cristianos creo que no falta un poco de “orgullo creyente”, para no sentirnos raros y extraños en un mundo que le cuesta reconocer a Dios.
Nos han inculcado mucho el intimismo.
Pero nos han suavizado el compromiso público.
Pienso que debiéramos aprovechar la “preparación para la Confirmación” para fortalecer en nosotros la conciencia de “testigos”, de “testimonio”. ¿No nos habremos olvidado de lo que dice el Concilio Vaticano II?
“Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan con más perfección a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras como verdaderos testigos de Cristo”. (L.G. n. 11)
Clemente Sobrado C. P.
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