“Miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: “Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse… Por tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones”. (Lc 12,1-7)
Jesús arremete contra la hipocresía farisaica del querer aparentar lo que no se es.
La hipocresía de la mentira de la vida, que es peor que “decir mentiras”.
La hipocresía que trata de ocultar los propios defectos y exhibir virtudes que, con frecuencia, no tenemos.
No hay peor fermento que el de la mentira.
No hay peor fermento que el de la hipocresía.
No hay peor fermento que el aparentar una cosa y ser otra.
No hay peor fermento que el exigir a los demás lo que uno no hace.
No hay peor fermento que el obligar a los demás ser lo que uno no es.
Tratar de ocultar los propios defectos, no es el mejor camino de la santidad.
Tratar de ocultar las propias deficiencias, no ayuda a la verdad de los demás.
Siempre que hablo con parejas suelo decirles:
Que los matrimonios no se rompen por fuera sino por dentro.
Que los matrimonios no se quiebran por problemas internos de pareja sino por el engaño.
Que los matrimonios comienzan a divorciarse con la mentira y el engaño de la infidelidad.
Porque es mentir a la esposa o esposo.
Porque es engañar a la esposa o esposo.
Y donde hay engaño y mentira se acabó el amor.
El amor solo puede crecer en la verdad.
Pero, esto mismo, puede sucedernos como creyentes y como Iglesia.
Los últimos años, la Iglesia ha sufrido dolorosas experiencias, que trató de silenciar durante años.
Porque, como dice Jesús:
“Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse”.
“Nada hay escondido que no llegue a saberse”.
El tiempo se encarga de desempolvar demasiadas miserias ocultas.
El tiempo se encarga de desempolvar demasiados pecados que no hemos querido reconocer para no perder nuestra imagen.
La hipocresía de aparentar la santidad que no se vive, no ayuda a la autenticidad de la Iglesia.
La hipocresía de aparentar la santidad que no se tiene, no es el mejor fermento de santidad en la Iglesia.
La hipocresía de aparentar lo que no somos, no es el mejor fermento para la verdad de nadie.
La hipocresía que trata de aparentar sin ser, es un fermento que, en vez de fermentar la masa, la daña internamente.
La hipocresía del celo por la verdad, cuando uno está viviendo en la mentira del Evangelio, no es un fermento que nos regale un buen pan.
Vivir en la mentira no es engañar a los demás.
Vivir en la mentira es engañarnos a nosotros mismos.
Porque cada uno somos lo que somos.
Y no lo que los demás puedan decir o pensar de nosotros.
La mentira no sana ni cura a nadie.
El enfermo no se cura ocultando su enfermedad.
La verdad, puede ser dolorosa, pero sana los corazones.
La hipocresía de la mentira puede mantener una imagen que no responde a la verdad.
La sinceridad de la verdad, puede de momento, crearnos una mala imagen.
Pero termina por reconocer que al menos, aunque humanos, somos sinceros.
Solo seremos buen fermento del mundo, siendo sinceros y veraces con nosotros mismos.
Solo seremos buen fermento de Evangelio, siendo honestos con la verdad.
Preferimos un pecador sincero consigo mismo, que un santo de apariencia.
Jesús fue claro cuando dijo: “La verdad os hará libres”.
Clemente Sobrado C. P.
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