“Cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. El entró y se puso a la mesa”. (Lc11,37-41)
El amor no divide.
El amor no separa.
El amor no crea distancias.
El amor no se fija en las diferencias.
El amor no excluye.
Al contrario, el amor es universal:
Ama a todos.
Acepta a todos.
Incluye a todos.
Da la mano a todos.
Incluso a aquellos que piensan distinto a nosotros.
Incluso a aquellos que viven de manera diferente a nosotros.
Incluso a aquellos que, con frecuencia nos excluyen.
Es llamativa la actitud de Jesús:
Sabe que los fariseos no pueden verlo.
Sabe que los fariseos no hacen si buscar cómo desacreditarle.
Sabe que los fariseos se la tienen jurada.
Y sin embargo Jesús acepta la invitación de un fariseo.
Se atreve a entrar en su casa.
Se atreve a sentarse a su mesa.
Se atreve a comer con él, que solía ser signo de amistad.
Sabe que su conducta va a chocar con el que le invitó.
El no se lava las manos como era costumbre de ellos.
Sabe que le van a llamar la atención.
No importa, el amor está por encima de todos esos obstáculos.
¿Aceptaríamos nosotros aceptar la invitación:
De un pobre que carece de todo?
De alguien que es de clase inferior?
De alguien que piensa distinto a ti?
De alguien que habla mal de ti?
De alguien que te critica y murmura de ti?
De alguien que no comparte tu fe?
De alguien que no comparte tu modo de pensar?
De alguien que sabes está viviendo irregularmente?
De alguien que sabes te va llamar la atención en la misma comida?
Me encantó el gesto del Papa Francisco:
Sin que nadie la invitase, decidió ir a comer con los empleados del Vaticano.
Tomó su bandeja y él mismo se sirvió de lo de todos.
Se sentó en la primera silla que encontró vacía.
Sin protocolo alguno, como un empleado más del Vaticano.
El amor y la sencillez no tienen protocolos.
El amor y la sencillez no hacen distinción de personas.
No son los títulos los que nos hacen grandes, sino el amor.
Benditas las manos de los que se aman y acarician.
Benditas las manos que se alargan para saludar a todos.
Benditas las manos que se alargan para ayudar a los débiles.
Benditas las manos que se alargan para levantar a los caídos.
Benditas las manos de la mamá que sostiene en sus brazos al hijo.
Benditas las manos del que da limosna al pobre.
Benditas las manos del que limpia la cacas del anciano.
Benditas las manos de la enfermera que cuida a los enfermos.
Benditas las manos de la enfermera que da las medicinas al enfermo.
Benditas las manos del que empuja la silla de ruedas del inválido.
Benditas las manos del que parte el pan de la mesa.
Benditas las manos del que trae el pan a casa.
Benditas las manos del que da de beber al sediento.
Benditas las manos del que siembra el trigo en los campos.
Benditas las manos del que ara los campos para que den frutos.
Benditas las manos del que construye nuestras casas.
Benditas las manos del molinero que hace harina de nuestros granos.
Benditas las manos del que amasa la harina para que tengamos pan.
Benditas las manos del que abre la puerta al forastero.
Benditas las manos del que carga la camioneta para repartir a los pobres.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario
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