Entonces, tras innumerables cavilaciones llegué a la conclusión de que el proyecto que yo le hubiera presentado a esa diócesis hubiera sido el siguiente: Construir una nave industrial perfectamente rectangular de paredes rectas y de techo plano, sustentado por pilares metálicos.
La nave lo ideal es que tuviera unas dimensiones generosas. Por ejemplo 90 metros de largo y 30 de ancho. La Abadía de Westminster tiene 156 metros de longitud y 34 metros de ancho.
El interior de esa nave industrial nos daría el marco para ir construyendo en su interior durante años (e incluso generaciones) sin ninguna prisa, conforme se tenga el dinero.
Lo ideal es que la nave industrial en su exterior fuera una forma geométrica perfecta del color de la piedra. Con unas gruesas falsas columnas al exterior, se le daría la estética de un templo egipcio. Pienso en columnas como las del Templo Amón en Karnak. Eso daría a la catedral un aspecto moderno y arcaico al mismo tiempo. Apenas habría ventanas al exterior, sólo muros lisos imitando colosales bloques de piedra. La luz entraría por una hilera de aberturas situadas en la parte superior, en la zona de los capiteles. La luz entraría por más de un centenar de lucernarios cuadrados pequeños situados en el techo.
El techo, visto desde el interior, estaría pintado completamente de negro, como el techo de la catedral católica de Westminster en Londres. El plan inicial era cubrir de mosaicos ese techo de esa catedral. Pero faltó dinero y tuvo que quedarse así durante muchos años. Con el tiempo mucha gente se ha dado cuenta de que ese color da una amplitud admirable al templo.
Ésta sería la primera fase que se podría construir de una sola vez. Una diócesis con su presupuesto bien puede construir una nave industrial grande y en un segundo año decorarla exteriormente con esas falsas columnas.
Entonces se pasaría a la fase 2 que explicaré mañana.
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