Corregir con amor

Domingo 23 del Tiempo Ordinario – A


El Evangelio de hoy es todo un anuncio de esperanza y todo un anuncio del poder del perdón en el corazón del hombre. Y a la vez, es la mejor pedagogía de la comunidad cristiana frente al hermano que ha fallado, que ha pecado, que ha ofendido a la comunidad.


Con el perdón salva Dios al hombre de su pecado. Y con el perdón, la comunidad es capaz de recrear y restaurar lo que el pecado había destruido en el hombre.


La Iglesia, confiesa en el Credo, que es “una y santa”. Pero inmediatamente decimos: “creo en el perdón de los pecados”. ¿Y qué hacer con aquellos que han pecado en la Iglesia? La Sinagoga judía los excluía de la comunidad. En cambio Jesús le dice otra cosa a la Iglesia. “Si tu hermano peca corrígelo a solas entre los dos”. No lo eches fuera, no lo excluyas. Sigue amándole. Sigue preocupándote de él. Sigue sintiéndolo como hermano.


Corregir no es reñir. Corregir no es condenar. Corregir no es echarlo fuera como un apestado. Corregir es amarlo más. Es preocuparse más por él. Corregir al hermano es hacerle sentir el calor de tu corazón. Corregir al hermano es hacerle sentir que sigue siendo el mismo para ti. Corregir al hermano es hacerle sentir que te preocupas de él.


No corrige el que murmura y critica. No corrige el que condena y excluye.

No corrige el que siente que le voltea la cara. No corrige el que le niega la palabra.

No corrige el que excomulga de la comunidad.


La corrección que Jesús pide a su Iglesia está toda ella cargada de ternura, de bondad, de comprensión y de amor. Es incluso una corrección que trata de que el pecado del hermano, a poder ser, no sea conocido de los demás.

Esta pedagogía cristiana de la corrección fraterna tiene tres momentos fundamentales.


Primer momento: “Si tu hermano peca, corrígelo a solas entre los dos”. No pases la noticia a los periódicos para que se entere todo el mundo. Ni siquiera se lo digas a los demás hermanos. Trata de solucionar el problema “a solas entre los dos”. Para Jesús, más importante que el pecado mismo es la persona, es la dignidad del hermano.


Segundo momento: “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos”. Si no te escucha y no te hace caso y no cree en tu amor, llama a otro u otros dos. Que la cosa quede lo más en secreto posible. No es aireando su pecado como se va a curar su corazón. No es en la chismografía que vamos a sanar el corazón del hermano. Al contrario, abriremos una herida mayor.


Tercer momento: “Si no os hace caso, díselo a la comunidad”. Que sienta que la comunidad está con él. Que sienta el calor de toda una comunidad. Que se sienta acogido por toda la comunidad, que ha de ser la máxima expresión de amor. Es el amor de todos los hermanos que lo arropa y calienta.


Cuarto momento: “Si tampoco hace caso a la comunidad, entonces considéralo un gentil”. Quien no es capaz de creer en el amor de toda una comunidad, ya está fuera de la comunidad. No se salió de la comunidad por su pecado. Sale de la comunidad porque ya no es capaz de creer en el amor.


La Iglesia, antes de condenar a nadie, necesita de un largo diálogo personal y secreto. Pero un diálogo que no puede comenzar por la acusación, sino por una manera de hacerle sentir el amor de Cristo y ayudarle a reconocer su pecado.

Dialogar no es condenar sino hacerle sentirse amado.

Dialogar no es hacerle sentir el peso del poder de la autoridad.

No es hacerle sentir el peso de la condena.


¿No habrá demasiado poco diálogo en la Iglesia? Sobre todo, porque dialogar no es enviar un documento de acusación, sino una expresión de comprensión, de bondad y de amor. Muchos de los que hoy están fuera, ¿no será porque no se han sentido amados? Tampoco se ama enviando mensajes a través de terceros.

¿Tendremos derecho a excluir a alguien mientras no agotemos todo nuestro amor para con él? Quien condena, sin agotar antes todo el amor de Cristo, queda condenado con él. Porque quien condena sin amor comete el pecado del desamor que es el peor pecado.


¿Hay verdadero diálogo de amor en la pareja? ¿No estaremos muchas veces esperando a tener pruebas contundentes para criticarlo, machacarlo y echarlo fuera?


¿Y qué pensar de quienes “sienten placer” de sacar al público los trapos de los demás, para que todos se enteren? Nos interesan más sus pecados, como noticia morbosa, que la persona del pecador. Y quien actúa aireando los pecados del otro sin caridad, ¿no será más pecador que él?


Señor: Me encanta tu amor y tu comprensión con nuestras debilidades.

Tú no eres de los que comienzas por condenar.

Tú primero llamas con tu amor al corazón del pecador.

Tú no comienzas por el infierno, sino por la felicidad del cielo.

Para Ti, el corazón del que ha fallado,

es mucho más importante que todos fallos y equivocaciones.

Señor: danos a todos un corazón más comprensivo y con mayor capacidad de perdón.

Que en tu Iglesia, Señor, se sienta más el amor que el poder de la autoridad.

Que en tu Iglesia, sintamos más tu corazón, que la excomunión y exclusión.

Que tu Iglesia no excluya ni condene a nadie

hasta que agote todas las posibilidades de su amor.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: amor, correccion fraterna, hermanos, perdon
23:49

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