Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 24 a. Semana – Ciclo A

“Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó y por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer dio fruto al ciento por uno”. (Lc 8, 4-15)



Dios se hace semilla.

Jesús se hace semilla.

La Palabra de Dios se hace semilla.


La suerte de las semillas es muy variada.

No por ellas mismas.

Sino por la tierra donde cae.

Es la tierra la que condiciona la suerte de la semilla.

Es la tierra la que condiciones el fruto de la semilla.

Por eso, también la suerte de la Palabra de Dios, depende de la tierra de nuestros corazones.

La suerte de la gracia, depende de la tierra de nuestros corazones.

La suerte del amor de Dios para con nosotros, depende de nuestros corazones.

Las mil y una oportunidades que Dios nos da cada día, dependen de la tierra de nuestros corazones.


El Evangelio es el mismo para todos.

¿Por qué en unos florece y en otros se marchita?

¿Por qué en unos da frutos de santidad y, en otro, de vulgaridad?

Por qué en unos da frutos de compromiso y, en otros, de inutilidad?

¿Por qué unos son santos y otros nos contentamos con ser unos buenos vulgares?


La Eucaristía es la misma para todos.

¿Por qué a unos los transforma y a otros nos deja como estamos?

¿Por qué la comunión transforma a unos y otros comulgamos y seguimos igual?


En mi vida me ha tocado vivir al lado de religiosos cuya causa de beatificación está en curso.

Y mientras tanto, siento que mi vida no pasa de ser más o menos buena.

Posiblemente serán muchos más.

Pero, al menos, debo confesar que me ha tocado vivir con cuatro religiosos, hoy camino de los altares.

Uno fue mi Vice-Maestro en el Noviciado.

Otro fue mi confesar en el Noviciado.

Otro fue mi director siendo estudiante.

Todos hacíamos los mismo: los mismos tiempos de oración, la misma Eucaristía, la misma comunidad, la misma comida, los mismos horarios.


De cada uno de nosotros depende:

La suerte de Dios que se nos da y nos ama.

La suerte de su Evangelio.

La suerte de la misma gracia.


En unos, Dios resplandece y brilla.

En otros, Dios está como opacado.

En unos, Dios salta a la vista.

En otros, Dios parece como escondido.


La parábola de Jesús no pretende hablar de la bondad de la semilla.

Sino de la suerte de la semilla.

No pretende demostrar la bondad de la semilla.

Sino de la calidad de la tierra de nuestros corazones.

¿Por qué tú eres santo y yo no?

No culparemos a Dios ni su Evangelio.

La explicación la encontraremos cada uno en nuestro corazón.

¿Por qué unos viven profundamente su bautismo, mientras que otros solo lo acreditamos con la Partida de Bautismo que nos da la Iglesia?

¿Por qué unos viven con profunda alegría su matrimonio, mientras otros se divorcian?

Por qué unos son sacerdotes entregados alma vida y corazón a sus fieles, en tanto otros son puros funcionarios?


Señor: Tú has sembrado buena semilla en mi corazón.

Dame la gracia de hacerla fructificar.

Señor: Tú has sembrado la semilla de mi vocación.

¿Estaré dando los frutos que tú esperabas de mí?


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: evangelio, parabola, reino de dios, santidad, sembrador, semilla, testimonio
00:18

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