“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas” El les preguntó: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo? “Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios”. Y les prohibió terminantemente decírselo a nadie”. (Lc 9,18-22)
Lucas presenta este examen de los discípulos en un clima de oración.
Posiblemente el mismo Jesús sentía que la gente no le comprendía.
Y que ni los discípulos lograban tener una idea integral sobre él.
Y hasta me imagino que en su oración Jesús desahogaba su corazón con el Padre de su soledad.
Porque no hay soledad más dolorosa que la no ser comprendido en su verdad.
Jesús hace en realidad tres preguntas:
Pregunta por la gente.
Pregunta por los mismos discípulos.
Y pregunta por sí mismo.
De ordinario todos llevamos un fallo en nuestro corazón.
Damos por hecho:
que ya le conocemos a Dios.
que ya conocemos a Jesús.
que ya conocemos el Evangelio.
que ya conocemos nuestra fe y nuestro cristianismo.
que ya lo sabemos todo.
Cuando en realidad:
No debiéramos dar por hecho nada.
Sino que debiéramos cuestionarnos constantemente.
Alguien hablaba de que, incluso entre sacerdotes, pudiera haber demasiados ateos.
No porque neguemos a Dios, sino porque el Dios en que creemos no es el de Jesús.
Dios también se hace historia, y el Dios de nuestros abuelos, puede que no sea el Dios de hoy.
Dios se nos va revelando al ritmo mismo del desarrollo de la historia y de las preguntas del corazón del hombre.
No estaría mal que cada día pudiéramos preguntarnos: ¿Señor quién eres?
Y es posible que Dios se haga nuevo cada día en nuestros corazones.
¿Quién dice la gente hoy que es Jesús?
Para hablar de Jesús a la gente es necesario saber qué piensan.
Para hablar de un Jesús que interese a la gente habría que saber qué imagen tienen de él.
De lo contrario puede que estemos predicando al aire.
Que digamos muchas cosas pero que no interesan a nadie porque no responden a las preguntas que llevan dentro.
Y también nos tendremos que preguntar a nosotros mismos.
¿Qué Dios estamos ofreciendo a la gente?
¿Qué Dios estamos predicando?
No nos olvidemos que Pedro solo conocía a Jesús a medias.
Y que la otra mitad ni él mismo quería aceptarla.
Lo que dijo era verdad, pero no toda la verdad sobre Jesús.
Y, con frecuencia, las verdades a medias terminan siendo las grandes mentiras.
Y esto lo debiéramos hacer en todo:
¿Qué pienso yo de mi fe?
¿Qué pienso yo de mi sacerdocio?
¿Qué pienso yo de mi matrimonio?
¿Qué pienso yo de mi vida consagrada?
¿Qué pienso yo de mi predicación?
¿Qué pienso yo de mi administración de los sacramentos?
¿Qué pienso yo de mi oración?
No tengamos miedo a nuestra autocrítica, puede ser el médico que nos sana.
Vivimos en un mundo nuevo, en cambio.
¿Qué Dios y qué Jesús estamos anunciando?
¿Es un Dios que ilusiona?
¿Es un Dios que atrae?
O es un Dios que no interesa a nadie, y menos a la sensibilidad moderna.-
Clemente Sobrado cp.
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