“Ustedes, ¿quién dicen que Soy Yo?”



“Ustedes, ¿quién dicen que Soy Yo?” (Lc 9, 18-22). Después de preguntar a los discípulos acerca de qué es lo que la gente dice acerca de Él, Jesús los interroga acerca de lo que ellos, en cuanto discípulos, dicen de Él. En realidad, a Jesús no le interesa tanto lo que la gente dice sobre Él, sino lo que sus discípulos dicen, o más bien, saben, acerca de Él. Obviamente, Jesús les pregunta, no porque Él no lo sepa, puesto que Él, en cuanto Dios Hijo encarnado, es omnisciente, y conoce absolutamente todos los pensamientos de sus discípulos, aún antes de ser formulados, pero quiere que se los expresen; además, la pregunta prepara para la revelación que ha de darse en Pedro, por medio del Espíritu Santo, quien será el que le inspirará la respuesta correcta: “Tú eres el Mesías de Dios”.


“Ustedes, ¿quién dicen que Soy Yo?”. La misma pregunta nos la formula a nosotros, a veintiún siglos de distancia y también, no porque no la sepa, sino porque quiere que nosotros se lo digamos; quiere que nosotros respondamos la pregunta, pero para responder la pregunta, es necesario que antes, le preguntemos a Él, arrodillados ante la cruz y ante el sagrario, desde lo más profundo de nuestro ser y de nuestro corazón, quién es Él. Jesús quiere que nosotros le preguntemos: “¿Quién eres Tú?”. Y en el silencio de la oración, escucharemos que el mismo Jesús nos dirá la respuesta: “Yo Soy el Hijo del eterno Padre; Yo Soy el que bajé del cielo, llevado por el Espíritu Santo, por amor a ti; Yo Soy el que me encarné en el seno de mi Madre, para tener un Cuerpo para ser sacrificado, por amor a ti; Yo Soy el Dios encarnado, que vivió oculto en la tierra, como un hombre común, sin dejar de ser Dios, por amor a ti; Yo Soy el que sufrió los dolores inenarrables de la Pasión, por amor a ti; Yo Soy el que subió a la cruz y murió de muerte dolorosa y humillante, por amor a ti; Yo Soy el que dio hasta la última gota de Sangre en el santo sacrificio de la cruz, por amor a ti; Yo Soy el que antes de morir, te entregó a mi Madre, para que sea tu Madre, por amor a ti; Yo Soy el Dios que se quedó oculto en la Eucaristía, para donarte todo el Amor de mi Sagrado Corazón en la comunión eucarística, por amor a ti; Yo Soy el que, por mi Divina Misericordia, te espera con los brazos abiertos, cuando traspases los umbrales de la muerte, para recibirte en el Reino de los cielos; Yo Soy el que quiero que me sigas cada día, por el camino de la cruz. Ése Soy Yo, Jesús de Nazareth, el que dio su vida en la cruz, por amor a ti, el que te da cada día todo su Amor en la Eucaristía”.



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