“Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades; María la Magdalena, de la que habían salido siente demonios; Juana, la mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes”. (Lc 8,1-3)
Jesús no es de los que espera sentado.
Jesús entiende poco de despachos y sacristías.
Jesús entiende mucho de caminos.
“Jesús iba caminando”.
Los caminos suelen ser lugares de muchos encuentros.
Los caminos suelen ser lugares de encuentros de los que no frecuentan ni despachos ni sacristías.
Las sandalias y los pies suelen ser medios para “encontrarse con los hombres”.
Y suelen ser buenas ayudas para “llevar la Buena Noticia”.
Los sillones son más cómodos.
Pero también huelen menos a Evangelio.
Jesús tampoco es de los que se instala.
Por eso no tiene casa propia.
Jesús va de “ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo”.
No tiene dirección postal.
No es de nadie, porque pertenece a todos.
No se queda en un lugar, sino que recorre todos los pueblos.
Porque es de todos y para todos.
Y el Evangelio es universal, es preciso anunciarlo a todos los pueblos.
Es la pastoral itinerante.
Es la pastoral peregrinante.
Es la pastoral que sale al encuentro.
Es la pastoral de los que no esperan sentados.
Esto lo entendió muy bien Pablo.
Instalada una comunidad se marchaba a formar otra.
La comunidad cristiana tenía que ser autosuficiente y mantener viva su fe por ella misma.
Discípulos y mujeres:
La acompañan siempre los Doce.
Es la pedagogía de la vida y la práctica.
Y Jesús no excluye a nadie.
También le acompañan las “mujeres”, esas que eran excluidas y hemos excluido.
Algunas con sus propios nombres.
Otras anónimas “otras muchas”.
Incluso eran ellas las que le “ayudaban con sus propios bienes”.
El evangelio es para todos: hombres y mujeres.
También la evangelización tiene que ser obra de todos.
Hombres y mujeres.
El Reino es de todos y para todos.
Y ha de ser construido por todos.
También el Reino es para ellas.
Y también ellas son responsables del mismo.
Nadie tiene derecho a hacerse dueño del Evangelio.
Como tampoco nadie tiene derecho a excluir a nadie.
El Papa Francisco es claro:
“Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente.
Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respeto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia”. (GE n 104)
Clemente Sobrado C. P.
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