Las verdades duelen

Domingo 26 del Tiempo Ordinario – A


Hace unos años, José Luis Martín Descalzo escribió una obra de teatro titulada: “Las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos”. Aquí en la Parroquia, un grupo de teatro pidió para escenificarla. A las dos semanas debieron retirar la Obra, porque el escándalo de las viejas de la parroquia fue grande. ¿Cómo es posible que en una Parroquia se estén dando este tipo de teatros? Fue tal el jaleo, que la compañía se retiró por falta de público.

Recuerdo que cuando la obra se inauguró en Bilbao, me coincidió con mis vacaciones. Las paredes estaban empapeladas con su anuncio. Los periodistas siempre inquietos le hicieron una entrevista al autor, un extraordinario sacerdote.

Recuerdo que le preguntaron si no le parecía demasiado fuerte el título. José Luis contestó: que conste que lo único que precisamente no es mío es el título, porque el título se lo debo al mismo Jesús.


Hay verdades, cuyo solo título, nos hacen daño, aún sin ver su contenido. El solo nombre de prostituta ya ponía los pelos de punta a las viejas de mi parroquia. Claro que no estoy seguro si estarían tan escandalizadas de saber que sus maridos alguna vez anduvieron por esos rincones de la vida y que sus hijos todavía hacen sus visitas periódicas.


Yo no sé si el escándalo provenía de “eso de prostitutas” o más bien provenía de que “nos llevan la delantera en el Reino de los cielos”, porque eso sí tiene que ser grave para muchas beatas que se sienten postergadas por esa gente “de mala vida”, porque la de los clientes debe ser de “muy buena vida”.


Confieso que a mí tampoco me gusta demasiado el título, pero no porque me escandalice de la afirmación de Jesús, sino porque, de alguna manera, también a mí me puede caer la cachetada. Porque también yo puedo ser uno de esos que le he dicho que “sí” a Dios, pero mi vida está siendo un “no”. O porque también yo me considere de la clase selecta de los buenos y luego me esté resistiendo a las exigencias que Dios me pone en mi camino. De esos que se creen tan buenos que hasta Dios les tiene que estar agradecido. Lo mismito que sucedía en el Teatro de José Luis Martín Descalzo, cuando el Gobernador, el Alcalde y las grandes autoridades del pueblo ingresaron a aquella casa de prostitución para rescatar a aquel gran Crucifijo ante el que cada día oraban las prostitutas. Cuando entraron encontraron a la prostituta de rodillas hablando con Cristo. “Mira, Señor, quién viene ahí, es el Gobernador, tú ya lo conoces porque ha estado muchas veces por aquí”. “El otro también te es conocido, es el Alcalde, sí, el que continuamente pedía nuestros servicios y luego nos amenazaba para no pagarnos”.


¡La hipocresía humana es tan grande! No podían permitir que un Cristo Crucificado pudiese conservarse en una casa dedicada a la prostitución. Y los mismos que trataban de rescatarlo eran clientes normales y ordinarios de la misma casa. Y fueron ellas, las prostitutas las que se resistieron a que les quitasen aquel Cristo ante el que cada día oraban y rezaban y entre las que Cristo se encontraba más a gusto que en medio de tanto fariseo hipócrita que a veces llana nuestras Iglesias. Era su mundo, el mundo de los enfermos, el de los pecadores, el de los publicanos. El mundo de las que sentían que lo necesitaban, porque era el único que las podía comprender. El resto las utilizaban y compraba cada día sus cuerpos.


Con frecuencia, Jesús tiene frases que pueden desnudarnos en público. Y que El las decía con toda libertad y sin miedo al juicio y la crítica de los “buenos”, pero cuya bondad era el mayor obstáculo para abrirse al Reino de los cielos.


A veces, no es el pecado de la debilidad humana, lo que más nos distancia de Dios, sino precisamente la falsa o la aparente bondad.

El creernos lo suficientemente buenos que ya ni necesitamos de Dios.

El creernos tan buenos, que hasta el mismo Dios queda en deuda con nosotros.

El creernos tan buenos, que nos autoriza a condenar a medio mundo.

El creernos tan buenos, que nos da carta de garantía para juzgar a todos.

El creernos tan buenos, que da derecho de decidir quiénes han de entrar en el cielo y quiénes no.

El creernos tan buenos, que no aceptamos la corrección de nadie.

El creernos tan buenos, que de buenos nos hemos convertido en unos inútiles.


Ciertas frases pueden sonar a escándalo. Pero estoy convencido que necesitamos de alguien que, de cuando en vez, nos escandalice, aunque no sea sino para despertarnos de nuestra modorra espiritual y abrir nuestro corazón al Evangelio. El peor obstáculo que Dios encuentra en nuestro corazón para hacernos santos, puede que sea el creernos ya demasiado buenos.


Señor: A veces eres muy poco cortés con los que nos creemos buenos.

Nos echas en cara que nuestra bondad no pasa de unas palabras bonitas

o de una simple máscara.

Y necesitamos que alguien nos desnude.

Que alguien nos diga nuestra verdad, por más que nos duela.

Tú no eres de los que gustan de las palabras bonitas.

Tú eres de los que exige vida.

Es fácil decirte que sí, y luego hacer de nuestra vida un no.

Señor: la verdad duele. Pero la verdad también nos sana.

Sana hoy nuestros corazones si no son lo que tú esperarías de nosotros.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: conversion, hipocresía, juicio, prejuicio, reino de dios
08:19

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