Mañana se celebra la fiesta de santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, santa Teresa de Lisieux. Con tal motivo les cuento su vida y doctrina en esta entrada de mil palabras.
El mes de octubre comienza con la celebración de la fiesta de santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897), doctora de la Iglesia y patrona de las misiones. La Historia de un alma (su autobiografía) es el libro más traducido y editado en toda la historia de la humanidad, después de la Biblia.
Nació en Alençon (Francia), de Luis Martin y Celia Guérin, un matrimonio ejemplar que hoy está beatificado. Con el cuidado de su familia se orientó al bien desde muy temprana edad. Por eso pudo afirmar: "Desde los tres años no he negado nada a Dios".
Cuando tenía cuatro años, murió su madre. Fue un duro trauma. Su sensibilidad quedó duramente afectada: durante los diez años siguientes se volvió tímida, llorosa, incapaz de relacionarse con los extraños, siempre enfermiza y depresiva.
Su hermana Paulina entró en el Carmelo cuando tenía nueve años. Por entonces se le manifestó una extraña enfermedad: dolores continuos de cabeza, obsesiones, alucinaciones, ataques violentos, dolores y síntomas que no se saben calificar, hasta que una misteriosa sonrisa de la Virgen la curó milagrosamente.
Su hermana María también entró en el Carmelo y se produce una nueva regresión en la niña que, con 13 años, no es capaz de hacerse la cama, ni peinarse, ni ayuda en las tareas de la casa... “Era verdaderamente insoportable”, dirá de sí misma, cargando un poco las tintas.
Todo cambia la noche del 24 de diciembre de 1886. Teresa recibe la gracia de su “conversión” definitiva: “En esta noche santa en la que Dios se hizo débil y pequeño por mi amor, a mí me hizo fuerte y poderosa. Y comencé una carrera de gigante. Desde entonces jamás fui vencida en ningún combate. Entró en mí la caridad, la capacidad de olvidarme de mí misma para agradar a los demás...”
Desde los dos años empezó a sentir la llamada del Señor. A los catorce pidió permiso a su padre, que se lo concedió emocionado. Pero se oponen su tío, el superior del Carmelo, el vicario episcopal... Viaja a Bayeux a suplicar al obispo y a Roma a pedírselo al papa en persona. Finalmente fue recibida en el Carmelo de Lisieux con quince años.
La vida de Teresita en el convento se resume en pocas líneas: Perseverancia en la oración, observancia de la regla, generosidad en los más mínimos detalles, pobreza minuciosa, continua sonrisa en los labios, igualdad de trato con todas. Pero estos datos, ¿no podrían contarse de otras muchas religiosas? ¿Por qué Teresita de Lisieux es la santa más célebre de los tiempos modernos? El secreto está en unos cuadernos de escolar que dejó escritos, en los que cuenta su vida y la historia de su vocación.
Ella siente una multitud de vocaciones que le queman el alma: sacerdote, apóstol, misionera, mártir... Era imposible vivirlo todo a la vez, hasta que encontró el descanso: "Analizando el Cuerpo místico de la santa Iglesia, no me veía incluida en ninguno de los miembros citados por san Pablo, o más bien pretendía reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Entendía yo que, si la Iglesia posee un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario: pensaba que ella tenía un corazón y que este corazón ardía en llamas de amor. Veía claro que solo el amor pone en movimiento sus miembros, porque, si el amor se apagaba, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que el amor abarca todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que el amor trasciende todos los tiempos y lugares porque es eterno. Entonces, delirante de gozo, exclamé: Mi vocación es el amor. Sí; he encontrado mi lugar en el seno de la Iglesia, y este lugar, ¡oh Dios mío!, es el que Tú me has señalado: en el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor... Así serán realizados mis sueños".
Teresa nos ha enseñado el camino de la infancia espiritual: Reconocernos pequeños ante Dios, nuestro Padre. Y ser sencillos y confiar sin límites en su misericordia infinita. En el Evangelio y en san Juan de la Cruz -su padre y su maestro preferido- ella bebió la doctrina del amor y de la humildad perfecta, que es la quintaesencia del Evangelio, sin cosas accidentales ni extraordinarias.
Durante sus últimos dieciocho meses sufrió una prueba mística atroz. Ella, que tanto amaba a los pecadores y quería ser solidaria con ellos, empezó a experimentar la consecuencia del pecado: la lejanía de Dios. Desapareció de ella todo sentimiento de fe y surgió avasallador el contrario... Fueron dieciocho meses de un verdadero martirio. La santa de la confianza sin medida se sentía como si Dios y el cielo no existieran. Las páginas en que ella describe su tormento son realmente impresionantes: "Señor, tu hija ha comprendido tu divina luz, ella te pide perdón por sus hermanos, ella acepta comer todo el largo tiempo que Tú quieras el pan del dolor y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura donde comen los pobres pecadores antes del día que Tú hayas señalado... ¡Oh Jesús!, si es necesario que la mesa manchada por ellos sea purificada por un alma que te ame, yo quiero comer sola el pan de la prueba hasta que te plazca introducirme en tu reino luminoso. La sola gracia que te pido es la de no ofenderte jamás".
Así, deshecha, crucificada en cuerpo y alma, pero rebosando amor y paz, la encontró la muerte. Ella era consciente de que entonces comenzaba su verdadera misión: "Yo no he dado a Dios más que amor. Él me devolverá amor. Después de mi muerte haré caer una lluvia de rosas... Amar, ser amada, y volver a la tierra para hacer amar al Amor... Presiento que mi misión va a comenzar: la misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de enseñar mi caminito a las almas... Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra..."
Ella siente una multitud de vocaciones que le queman el alma: sacerdote, apóstol, misionera, mártir... Era imposible vivirlo todo a la vez, hasta que encontró el descanso: "Analizando el Cuerpo místico de la santa Iglesia, no me veía incluida en ninguno de los miembros citados por san Pablo, o más bien pretendía reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Entendía yo que, si la Iglesia posee un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario: pensaba que ella tenía un corazón y que este corazón ardía en llamas de amor. Veía claro que solo el amor pone en movimiento sus miembros, porque, si el amor se apagaba, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que el amor abarca todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que el amor trasciende todos los tiempos y lugares porque es eterno. Entonces, delirante de gozo, exclamé: Mi vocación es el amor. Sí; he encontrado mi lugar en el seno de la Iglesia, y este lugar, ¡oh Dios mío!, es el que Tú me has señalado: en el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor... Así serán realizados mis sueños".
Teresa nos ha enseñado el camino de la infancia espiritual: Reconocernos pequeños ante Dios, nuestro Padre. Y ser sencillos y confiar sin límites en su misericordia infinita. En el Evangelio y en san Juan de la Cruz -su padre y su maestro preferido- ella bebió la doctrina del amor y de la humildad perfecta, que es la quintaesencia del Evangelio, sin cosas accidentales ni extraordinarias.
Durante sus últimos dieciocho meses sufrió una prueba mística atroz. Ella, que tanto amaba a los pecadores y quería ser solidaria con ellos, empezó a experimentar la consecuencia del pecado: la lejanía de Dios. Desapareció de ella todo sentimiento de fe y surgió avasallador el contrario... Fueron dieciocho meses de un verdadero martirio. La santa de la confianza sin medida se sentía como si Dios y el cielo no existieran. Las páginas en que ella describe su tormento son realmente impresionantes: "Señor, tu hija ha comprendido tu divina luz, ella te pide perdón por sus hermanos, ella acepta comer todo el largo tiempo que Tú quieras el pan del dolor y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura donde comen los pobres pecadores antes del día que Tú hayas señalado... ¡Oh Jesús!, si es necesario que la mesa manchada por ellos sea purificada por un alma que te ame, yo quiero comer sola el pan de la prueba hasta que te plazca introducirme en tu reino luminoso. La sola gracia que te pido es la de no ofenderte jamás".
Así, deshecha, crucificada en cuerpo y alma, pero rebosando amor y paz, la encontró la muerte. Ella era consciente de que entonces comenzaba su verdadera misión: "Yo no he dado a Dios más que amor. Él me devolverá amor. Después de mi muerte haré caer una lluvia de rosas... Amar, ser amada, y volver a la tierra para hacer amar al Amor... Presiento que mi misión va a comenzar: la misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de enseñar mi caminito a las almas... Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra..."
Publicar un comentario