“Se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén y le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos desprecian la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes de comer?” (Mt 15,1-2.10-14)
¿Por qué no nos quedamos en el pasado?
¿Por qué la tradición de los hombres vale más que la ley de Dios?
Hay muchos que:
No permiten se cambie nada.
Se siga repitiendo el pasado.
Nos quedemos en el ayer.
Porque todo cambio pareciera una infidelidad a Dios.
No se trata del cambio por el cambio.
Ni significa que lo de antes no vale.
Ni que solo lo nuevo tiene valor.
Lo que tiene valor es la vida.
Y la vida es un proceso, un ayer, un hoy y un mañana.
Los fariseos y escribas vivían de una tradición.
No es malo lavar las manos antes de comer.
Los mismos médicos nos lo recomiendan.
Pero por razones de limpieza y salud, no por motivos espirituales.
Con frecuencia demás importancia a la limpieza de las manos que a la limpieza de la lengua.
Muchos se escandalizan de comulgar en la mano.
Las ven sucias, por más que las laven.
Y prefieren la lengua.
¿A caso la lengua está más limpia que las manos?
Para Jesús el problema no es la suciedad de las manos.
Por más que tampoco Jesús amase la suciedad.
Para Jesús el problema es la boca, la lengua.
¡Cuánta suciedad llevamos todos en la lengua!
La suciedad de hablar mal de los demás.
La suciedad de murmurar de los demás.
La suciedad de criticar a los demás.
La suciedad de calumniar a los demás.
La suciedad de herir con nuestras palabras a los demás.
La suciedad de insultar a los demás.
La suciedad de hablar mal de Dios.
La suciedad de hablar mal de la Iglesia.
La suciedad de mentir.
La suciedad de engañar a los demás.
La suciedad de ciertas conversaciones inmorales.
La suciedad de airear los defectos de los demás.
La suciedad de desalentar a los demás.
¿Quieres seguir contando las suciedades que salen de nuestra boca?
¿Está más limpia nuestra lengua que nuestras manos?
Nos cepillamos mucho los dientes.
Pero ¿cuándo cepillamos nuestra lengua de toda la basura que hay en ella?
Se pueden lavar las manos antes de comer,
y a la vez murmurar de Jesús,
criticar a Jesús,
desacreditar a Jesús.
Un amigo mío comentaba de otro:
“Tiene una lengua tan sucia que apesta”.
Es incapaz de alabar a nadie.
Es incapaz de valorar a nadie.
Dice la verdad si se equivoca.
Pero es capaz de destruir a los demás con su lengua”.
Señor: quiero unas manos limpias.
Señor: pero antes dame una boca limpia.
Señor: dame una lengua limpia.
Porque, Señor, la lengua expresa la maldad que llevamos en el corazón.
Porque, Señor, la lengua expresa la suciedad que anida en nuestro corazón.
Clemente Sobrado C. P.
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