Ayer escuchaba en una entrevista a una monja moderna, feminista y en abierta disensión con el Magisterio. Como siempre, sus respuestas eran previsibles ad nauseam: ese pan y circo habitual que tanto gusta a las almas progresistas. Y, encima, con la complicidad del entrevistador que no dejaba de repetirle, cada dos minutos, con diplomáticas palabras, que ella sí que era buena y no esos malos obispos que nos han tocado. Ella buena, comprensiva, caritativa. Obispos malos.
Como siempre, lo bueno era ayudar a los pobres. Esa fijación con los pobres que tienen los enemigos de la Iglesia, es sólo comparable con la terquedad de mi madre para que deje los dulces y haga más deporte.
Querida sor Lucía, danos un respiro. Déjanos disfrutar un poco de nuestras villas, nuestros lingotes y nuestras cruzadas.
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