Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Jueves de la 2 a. Semana – Ciclo A

“Dijo Jesús a los fariseos: “Había un hombre rico que vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada adía. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado junto a la puerta, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y Hasta los perros se le acercaban y a lamerla las llagas”. (Lc 16,19-31)


Felicito que haya quien pueda vestir tan elegantemente.

Felicito que haya quien puede banquetear cada día.

Felicito que hay gente que lo pueda pasar bien cada día.

¡Si Dios es el primero que quiere que lo pasemos bien!

¿Acaso Dios quiere que nos sentemos a la mesa y no tengamos qué comer?

¿Acaso Dios quiere que vistamos de harapos?

Dios se recrea cuando ve la mesa llena de alimentos y todas las sillas ocupadas, todos con buen apetito y que todos se levantan felices con su estómago lleno y su corazón lleno de alegría y fraternidad.


¿Dónde está entonces el problema?

En un portón.

Un portón que nos impide ver el hambre que hay al otro lado.

Un portón que nos impide ver el sufrimiento que hay al otro lado.

Un portón que nos impide ver la pobreza que hay al otro lado.

Un portón que nos impide ver las necesidades que al otro lado.



Flickr: Gabriel Urrutia Galaz



Lo que Jesús quiere hacernos ver es:

Que no veamos el sufrimiento de los otros.

Que no veamos el hambre de los otros.

Que no veamos las necesidades del otro.

Que no veamos la desnudez de los otros.


El gran problema nuestro es levantar muros y portones:

Que nos impiden ver a los demás.

Que nos aíslan de los demás.

Que nos encierran sobre nosotros mismos como si nadie más existiera.


Tengo entendido que el comer demasiada miel nos hace perder el gusto.

Y que el demasiado bienestar nos impide ver el malestar de los demás.

Que el no carecer de nada, nos hace insensibles a los que carecen de todo.

Que la abundancia puede ser un obstáculo para sensibilizarnos ante las carencias de los demás.


Cuando hemos leído los Evangelios:

Nos hemos dado cuenta de que Jesús que no tenía nada, era muy sensible a los que carecían de todo.

Y que en su vida no había nada que le impidiese ver la pobreza y el sufrimiento de los otros.

Con frecuencia se dice:

“Sintió lástima”.

“Sintió compasión”.


Lo que los ojos no ven no duele a nadie.

Lo que los ojos no ven no llega a nuestros sentimientos.

Lo que los ojos no ven no llega a nuestro corazón.


Claro que no basta ver.

Es preciso que vea el corazón.

Es preciso que la realidad nos duela en el corazón.

Es preciso que la realidad nos conmueva.


Todos podemos poner portones entre nosotros y los demás.

Nuestros prejuicios.

Nuestra insensibilidad.

Nuestro bienestar.

Nuestro habituarnos a ver desnudos.

Nuestro acostumbrarnos a ver gente con hambre.

Nuestro acostumbrarnos a ver gente necesitada.


Todo ello puede hacernos insensibles.

Y no somos capaces de dar:

No de lo que nosotros necesitamos.

Sino de lo que nos sobra.

Sino de los que cae de nuestra mesa.


No. Jesús no nos impide vestir y comer bien.

Lo que Jesús lamenta es nuestra insensibilidad frente a los que sí necesitan.


Señor: que cada pobre que veo toque mi corazón.

Señor: que cada mal que encontramos en el camino, toque a nuestra puerta.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Cuaresma Tagged: compartir, egoismo, epulon, lazaro, rico, solidaridad
23:17

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