19 de marzo.


La huida a Egipto, Rembrandt, 1627 (la escena transcurre de noche, lo que permite localizarla al principio de la huida, según el relato evangélico).

La huida a Egipto, Rembrandt, 1627 (la escena transcurre de noche, lo que permite localizarla al principio de la huida, según el relato evangélico).



Homilía para San José 2014


Honramos a San José, “el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (Mat. 1, 16). Nosotros hoy lo honramos como aquel que Dios eligió para padre del Verbo, que se hace hombre, el nido, la genealogía histórica, la casa, el ambiente social, la profesión, la custodia, la parentela, en una palabra, la familia, esta célula primera de la sociedad, comunidad de amor, libremente constituida, indivisible, exclusiva, perpetua, mediante la cual el hombre y la mujer se revelan recíprocamente complementarios, y destinados a transmitir el don natural y divino de la vida a otros seres humanos, sus hijos. Jesús, Hijo de Dios, tuvo una familia humana, por la que aparece y es a la vez Hijo del hombre: y con esta elección ratificó, canonizó, santificó esta, para nosotros, común institución generadora de la existencia humana, sobre la que hoy contemplamos en San José, figura piadosa, silenciosa y ejemplar de padre de familia.


Debemos pronto hacer una observación fundamental sobre este santo personaje, destinado a hacer las veces de padre legal, no natural de Jesús, cuya generación humana tiene lugar por un singular prodigio, obra del Espíritu Santo, en el Seno de María, la Virgen Madre de Dios, Jesús su verdadero Hijo, y sólo oficialmente, como aparecía, “Hijo del carpintero”, José. Aquí se abre a nuestra consideración la historia personal de José, su novela, la historia de su amor, que con intuición privilegiada había elegido a María, la llena de gracia, esto es la más bella, la más amable entre todas las mujeres, como su futura esposa, cuando sabe que ella no era más suya, ella estaba por ser madre; y el que era un hombre bueno, justo dice el evangelio, capaz de sacrificar su amor al desconocido destino de la novia, pensaba dejarla discretamente, sacrificando aquello más querido en la vida, su amor por la incomparable muchacha de Nazaret.


Pero José, humilde artesano, era un privilegiado, tenía el carisma de los sueños reveladores, y uno, el primero registrado en el evangelio, fue este: “José Hijo de David, no temas recibir a Maria como esposa, porque lo que en ella se concibe es obra del Espíritu Santo, dará a luz un hijo, y tu le pondrás por nombre Jesús porque el salvará al pueblo de los pecados”: esto es será el Salvador, será el Mesías, El Emmanuel que quiere decir “Dios con nosotros”. José obedece, feliz y a la vez generoso en el sacrificio humano al que era llamado, el será padre de que nacerá “non carne, sed caritate” escribe San Agustín (no de la carne, sino de la caridad) (Serm. 52, 20); marido, custodio, testigo, de la inmaculada virginidad junto a la divina maternidad de María. Situación única, milagrosa, que pone en evidencia la santidad personal no solo de la Virgen, sino también aquella del modesto, pero sublime esposo, José, el Santo que la Iglesia presenta, solemnemente en medio de la cuaresma para nuestra devoción, en él estamos delante de la sagrada familia, que en la cuaresma nos recuerda la navidad el misterio de la encarnación que culmina en la Pascua.


Debemos expresar con un nuevo fervor, y con una conciencia nueva nuestro culto a este cuadro, que el Evangelio nos pone delante. José con María, y Jesús recién nacido, niño y joven con ellos. El cuadro es típico. Cada familia puede en él verse reflejada. El amor doméstico, el más completo, el más bello de la naturaleza, irradia desde la humilde escena evangélica, y de pronto se difunde en una luz nueva y deslumbrante: el amor adquiere esplendor sobrenatural. La escena se transforma: Cristo toma la delantera; las figuras humanas que le son cercanas asumen la representación de la humanidad nueva, la Iglesia, Cristo es el esposo: La esposa es la Iglesia: el cuadro de tiempo se abre al misterio del otro tiempo; la historia del mundo se hace apocalíptica, escatológica, dice Pablo VI en una homilía de 1975, bienaventurado quien desde ahora entrevé la luz vivificante; la vida presente se transfigura en aquella futura y eterna: nuestra casa, nuestra familia se hará paraíso.


Esto que decía el siervo de Dios Pablo VI, es lo que decía el beato Francisco Palau: “Mis relaciones con la Iglesia” en una visión en una catedral: “Me volví contra el altar y vi a sus gradas una bellísima joven, vestida de gloria; sus ropas blancas como la luz; no pude verla sino envuelta de luz y no me fue posible distinguir de ella más que el bulto, porque no se podía mirar… Esa es mi hija muy amada. En ella tengo mis complacencias: dale mi bendición…” Esa joven era la Iglesia a la que el P. Palau encuentra y hace objeto de sus amores, la iglesia, en la última realidad de la encarnación es familia, pues el Verbo creció en una familia.


Tenemos que sentir el llamado de esta solemnidad de San José. Debemos acoger su ejemplo, porque el testimonio cristiano es hoy un fuerte ejercicio. La costumbre de nuestra, casa, nuestra comunidad, nuestra iglesia, ordenada, simple y austera, buena y feliz, no se presenta hoy como tal. La costumbre hace que las virtudes domésticas y sociales estén en camino de cambio, y bajo cierto aspecto en vía de disolución. La familia es discutida en sus leyes fundamentales: la unidad, la exclusividad, la perennidad. Toca a nosotros dar valor a la familia, aunque no la formemos a la manera natural, porque somos frutos de una y por que la comunidad también es nuestra familia y la Iglesia. Al honrar hoy a San José, recordamos a nuestros padres, vivos y difuntos, recordamos el origen familiar de nuestra vida y le pedimos a Santa María y a su esposo San José intercedan, para que en todo vivamos como familia de Jesús y demos testimonio de Amor.


Misa del día 3




22:24
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