Acabado el curso, desde Oklahoma partí hacia Arizona. Allí tenía charlas en dos parroquias durante los dos días de mi estancia. Los católicos en Estados Unidos son realmente buenos, buenos de verdad. Todavía conservan esa fe que había en España hace treinta o cuarenta años. Ahora, en Europa, incluso entre los creyentes se ha infiltrado mucho racionalismo.
Las charlas seguían una misma mecánica muy sencilla, presente en casi todas las charlas mías: un tiempo de exposición, preguntas y una bendición final. En total, hora y media.
La verdad es que en Phoenix la gente me recibió con tanto cariño, que guardo mucha gratitud hacia ellos. En el obispado pude comer con el obispo de la diocesis, un hombre sencillo, humilde y de oración.
Acabadas mis charlas, regresé a España camino de Nueva York. Pude quedarme un día en la esa ingente ciudad.
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