“Al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y la dijo: “Sígueme”. El se levantó y lo siguió.
Y sucedió que estando Jesús a la mesa en casa de Leví, mucho publicanos y pecadores se sentaron con él y sus discípulos. Algunos fariseos les dijeron a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?” “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. (Mc 2,13-17)
No sé qué admirar más:
Si la eficacia de la palabra de Jesús.
Si la voluntad y decisión de Leví.
Jesús no dice sino una sola palabra: “Sígueme”.
Y se la dice a un pecador.
Se la dice a alguien que solo piensa en ganar dinero.
Se la dice a alguien que no tenía sentido de lo religioso.
Se lo dice a alguien que tiene que dejar el dinero sobre la mesa.
Una palabra define a Jesús “Sígueme”.
Un gesto define a un pecador: “Le siguió”.
Nadie sabe lo que hay en el corazón del hombre.
Hombres que nosotros daríamos por imposibles, y responden a la primera.
Hombres que nosotros tendríamos por apestados, y se levantan a la primera.
Hombres que nosotros tendríamos por malos, y responden a la primera.
¿Alguien puede juzgar el corazón del hombre?
¿Alguien puede excluir a alguien?
¿Alguien puede condenar a alguien?
Jesús no excluye a nadie.
Jesús no anda haciendo selección.
Jesús no va al templo a buscar seguidores.
Jesús prefiere los caminos.
Y prefiere los caminos que huelen a pecado.
Y prefiere a hombres que huelen a pecadores.
Y la palabra de Jesús tiene una eficacia capaz de cambiar una vida.
La palabra de Jesús tiene la capacidad de poner en camino de seguimiento a los considerados malos.
Es la eficacia de la palabra cuando creemos en ella.
Es la eficacia de la palabra aun en aquellos que nosotros vemos imposibles.
¡Y pensar que las piedras con las que Jesús construyó los cimientos de las Iglesia son en general gente insignificante, gente ordinaria, gente tenida por mala y pecadora, por transformada por la invitación y la palabra!
¿Y te has dado cuenta de que muchas de estas llamadas y de estos seguimientos terminan todos en comidas?
Zaqueo termina en una gran cena.
Leví o Mateo termina en una cena en la que se dan cita todos los publicanos y pecadores.
Es que compartir la misma mesa es compartir ya la misma amistad y comunión de vida.
Y claro, parece que algunos no tiene nada que hacer más que dedicarse a la crítica y a la chismografía.
Comidas de amistad criticadas por los “buenos”.
Comidas de fiesta de celebración del seguimiento, murmuradas y escandalizadas por los “buenos”.
Señor: cuando pases a mi lado dime una palabra tuya.
Señor: cuando pases a mi lado hazme también una invitación.
Señor: que tu palabra sea tan eficaz en mí que pueda cambiar hoy mismo. También yo quiero levantarme y seguirte.
Señor: gracias, porque cada día armas una comida de amistad, comunión y seguimiento en la Eucaristía.
Clemente Sobrado C. P.
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