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(Pos importado de Nos ponemos en camino)
El año de la Fe es un viaje, una peregrinación.
Desde el momento en que el Santo Padre nos invita a renovar las promesas bautismales en la misma fuente en que recibimos el sacramento que nos engendró a una nueva vida, es lógico que nos preguntemos el porqué. Se trata de un símbolo importante.
Hace muchos años, cuando cursaba mis estudios de teología en Roma, tuve la ocasión de trabajar como guía en la Iglesia prelaticia. En realidad me ocupaba de acompañar a los turistas y visitantes que diariamente acudían allí para rezar ante los restos de san Josemaría -que por aquellos años todavía se encontraban en la cripta, bajo el oratorio de santa María de la Paz-. Hubo una visita que me causó mucha sorpresa. Se trataba de un turista español que sólo tenía un objetivo muy concreto: rezar ante la pila bautismal en la que fue regenerado en su infancia.
Menos mal que yo ya estaba enterado de que a la entrada de la iglesia prelaticia se encontraba la antigua pila bautismal de la catedral de Barbastro, que había sido donada años atrás a san Josemaría. El visitante, curiosamente, no sabía nada más. Se le veía impaciente por culminar su propósito. Había viajado muchos kilómetros para rezar ante ella. De hecho, no tenía absolutamente otro interés. Se pasó largo rato arrodillado ante esa preciosa pieza litúrgica y, al levantarse, sólo se animó a entrar en la iglesia prelaticia porque yo le animé a hacerlo. Se le veía feliz, por haber visto cumplidos sus propósitos o satisfecho su deseo. Tengo que reconocer que me llamó mucho la atención y que juzgué exagerada la actitud de esa persona.
Ahora comprendo que no es así.
Ojalá muchos de nosotros tengamos el valor de realizar esta peregrinación a los orígenes de nuestra verdad más profunda: que somos hijos de Dios y que fue la Madre Iglesia quien nos engendró en parto virginal
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Desde el momento en que el Santo Padre nos invita a renovar las promesas bautismales en la misma fuente en que recibimos el sacramento que nos engendró a una nueva vida, es lógico que nos preguntemos el porqué. Se trata de un símbolo importante.
Hace muchos años, cuando cursaba mis estudios de teología en Roma, tuve la ocasión de trabajar como guía en la Iglesia prelaticia. En realidad me ocupaba de acompañar a los turistas y visitantes que diariamente acudían allí para rezar ante los restos de san Josemaría -que por aquellos años todavía se encontraban en la cripta, bajo el oratorio de santa María de la Paz-. Hubo una visita que me causó mucha sorpresa. Se trataba de un turista español que sólo tenía un objetivo muy concreto: rezar ante la pila bautismal en la que fue regenerado en su infancia.
Menos mal que yo ya estaba enterado de que a la entrada de la iglesia prelaticia se encontraba la antigua pila bautismal de la catedral de Barbastro, que había sido donada años atrás a san Josemaría. El visitante, curiosamente, no sabía nada más. Se le veía impaciente por culminar su propósito. Había viajado muchos kilómetros para rezar ante ella. De hecho, no tenía absolutamente otro interés. Se pasó largo rato arrodillado ante esa preciosa pieza litúrgica y, al levantarse, sólo se animó a entrar en la iglesia prelaticia porque yo le animé a hacerlo. Se le veía feliz, por haber visto cumplidos sus propósitos o satisfecho su deseo. Tengo que reconocer que me llamó mucho la atención y que juzgué exagerada la actitud de esa persona.
Ahora comprendo que no es así.
Ojalá muchos de nosotros tengamos el valor de realizar esta peregrinación a los orígenes de nuestra verdad más profunda: que somos hijos de Dios y que fue la Madre Iglesia quien nos engendró en parto virginal
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