Retengamos los pensamientos de san Agustín, que sean una ayuda en nuestro crecimiento y así, de camino, nos adentremos en la riqueza de los Padres de la Iglesia, verdaderos maestros para tantas generaciones cristianas.
Las acciones del diablo son perversas. No para de rondar para que obremos contra Dios y nos elevemos contra Él.
El diablo se vale de los hijos de la infidelidad como órganos propios para perseguir a los hijos de la luz; pero también combate por sí mismo ocultamente y solicita con furor para que se diga o ejecute algo contra Dios (San Agustín, Tratado sobre la Paciencia 10,9).
El hombre humilde reconoce lo propio de Dios, santificar y salvar, y lo propio humano, aquello que hay en el corazón: desorden, concupiscencia y pecado, con una grannecesidad de redención y de la gracia de Dios.
Déjale a Dios lo de Dios y reconoce, !oh hombre!, lo propio del hombre. Ignoras la justicia de Dios, y quieres establecer la tuya; quieres, por ende, justificarme a mi; y ya es bastante para ti que seas santificado conmigo (San Agustín, Sermón 129,6).
El cristiano siempre es hombre de esperanza. Las realidades eternas y definitivas han de ser deseadas y esperadas, porque aquí se inician pero no se completan.
No esperéis ahora la realidad misma, la verdad, la incorrupción de la carne; es el salario de la fe, y el salario se otorga una vez acabada la jornada (San Agustín, Sermón 229E, 4).
El amor cristiano no conoce la envidia. En la Comunión de los santos, a cada uno se le otorga un don distinto que enriquece todo el Cuerpo místico. Lo que uno posee es para bien del otro; los dones de aquel me enriquecen a mí; y lo que a mí se me ha dado -y a otro no- es para el bien común. El amor se alegra de tantos dones repartidos.
Que nadie, pues, se entristezca porque no se le ha concedido lo que ve que se concedió a otro: tenga la caridad, no sienta envidia de quien posee el don y poseerá con quien lo tiene lo que él personalmente no tiene (San Agustín, Sermón 62A,4).
La oración implora siempre el perdón de los pecados, especialmente la oración del Padrenuestro que cada día recitamos. Y es que nadie está libre de pecado y diariamente hemos de implorar el perdón del Señor.
Puesto que aquí es imposible vivir sin pecado, dejó a los bautizados una oración para que digamos: "Perdónanos nuestras deudas". Hay deudas; la oración es la fianza para todas, pero no cesamos de convertirnos en deudores (San Agustín, Sermón 229E,3).
Hemos de obrar siempre el bien, ya que somos hijos de la luz y el Espíritu Santo nos conduce al Bien y a las obras buenas. Por eso, hemos de huir del mal, de cualquier ocasión de mal, de las tentaciones incluso más refinadas.
Cuando se efectúa el alejamiento de cualquier obra mala, se produce una cierta muerte en el alma y resucita en sus obras buenas (San Agustín, Sermón 362,23).
La misericordia y la justicia en Dios van unidas; la misericordia no anula su justicia, pero su justicia se ve siempre llena de misericordia.
Dios perdona con misericordia y castiga con justicia. Así mismo, castiga con misericordia y perdona con justicia. No teme la malicia de nadie, ni necesita la justicia de alguno. No se aprovecha de las obras de los buenos y mira por el bien de los buenos mediante el castigo de los malos (San Agustín, Comentario al Génesis 11,11,15).
Un leve apunte sobre la amistad, tema tan querido por san Agustín: la amistad hace a los hombres concordes, unidos los corazones; sobre todo, unidos en las cosas divinas para que así en las cosas humanas puedan coincidir fácilmente. Lo contrario es bien difícil.
Así sucede que cuando no hay acuerdo en las cosas divinas entre los amigos, tampoco puede haberlo pleno y verdadero en las humanas (San Agustín, Carta 258,2).
Palabras de aliento pronuncia san Agustín, palabras de esperanza. El cristiano jamás debe desesperar, ni pararse, sino caminar, avanzar, luchar. Lo único importante es luchar, aunque no logremos éxito en la lucha, pero al menos Dios no nos encontrará ni parados ni derrotados.
Procura sólo progresar, nunca desfallecer. Si el último día no te encuentra vencedor, que te encuentre al menos luchando, nunca cautivo o condenado (San Agustín, Sermón 22,8).
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