Las distintas advocaciones marianas son formas de “tutear” a la Virgen, de acercarla a nuestra tierra, a nuestra familia o a nuestras costumbres.
―Aquí la llamamos Lidón ―me dijo hace cuarenta años una chiquilla en Benicasim, cuando oí por primera vez ese nombre―. Lidón es la Virgen.
Tenía razón. Y en mi tierra la llamamos Begoña. Y Covadonga en Asturias, y Paloma o Almudena en Madrid, Amparo en Valencia, Reyes en Sevilla, Guadalupe en México… Y como cada uno de esos nombres se propaga por el mundo entero, parece como si la presencia de María Santísima se multiplicase por cien, por mil, por un millón.
Nuestra Señora del Carmen es una advocación universal. Su imagen tiene un escapulario en la mano, y cada vez que la miro, pienso que me entrega el billete, la tarjeta de embarque para volar al Cielo sin escalas. Y si me fijo en sus ojos veo el mar, y vuelvo a oír la música, las sirenas de los barcos que acompañan a la procesión por la Ría de Bilbao.
Y pienso en mi abuela Carmen y en mi tía Carmen, que ya están con Ella en el Cielo. Y en mi hermana, que hoy celebrará su santo. Y en tantas Cármenes ―cientos― que he conocido en mi actividad sacerdotal.
A todas les pido que no desprecien ese regalo del escapulario, que lo guarden muy cerca y muy dentro del corazón. Es una buena brújula para no perderse por esos mares de Dios.
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