¿Cuáles son las implicaciones de todo sacramento?
¿Cuál es su fuerza?
¿A dónde nos lleva cada sacramento?
"Así ocurre con el sacramento. No hay necesidad alguna de saber reflexionar, de encontrar expresiones adecuadas, de sentir emociones en consonancia con el acontecimiento que tiene lugar al celebrarse. Lo decía muy bien el catecismo, con su aguda capacidad de síntesis, cuando dejaba claro, por ejemplo, que para acercarse a comulgar es necesario "saber y pensar a quien se va a recibir", esto es, ser conscientes del significado que tiene su Presencia Grande. Por eso, uno puede llevar a cabo ese gesto partiendo de un estado de ánimo lleno de resentimento, exasperado, con el corazón frío y la mente bloqueada. Pero lo que cuenta es el libre "ir a" llevándonos como petición a nosotros mismos, lo que cuenta es la presencia de uno ante Cristo, consciente, tornándose petición...
El contenido operativo de esos gestos misteriosos que son los sacramentos, po rmedio de los cuales se nos comunica en profundidad un nuevo ser en el seno de la Iglesia, no podemos percibirlo experimentalmente nosotros. Del sacramento sólo vemos el gesto que realizamos. Por consiguiente, si tuviéramos que confiar en la manifestación de nuestros sentimientos para poder vivir a través de ellos la relación con Cristo, estaríamos a merced de nuestra fluctuación emotiva. Mientras que el signo sacramental está sólidamente anclado en su fisonomía objetiva, y a ella conduce la Iglesia la atención del hombre. Así, a la Presencia Grande que se comunica con el hombre, éste le responde con su libre presencia que pide una vida nueva. Es la forma de oración más adecuada a la disposición de nuestra naturaleza humana, la más sencilla dada su objetividad.
Hay otro aspecto que subrayar en esta dinámica de la "presencia". Dios conduce al mundo hacia su plenitud total mediante ese fenómeno al que se llama "elección" en el Antiguo Testamento. Es un procedimiento misterioso por medio del cual pasa su gracia, llega su palabra. la trama grandiosa a través de la que se desarrolla el designio de Dios envuelve a aquellos que decide el Padre. Y por lo tanto, la presencia del hombre en el gesto sacramental vivida en oración, como petición, consagra su elección para constituir una presencia en la historia del mundo. Que el individuo se acerque a los sacramentos no es una cuestión de pietismo; es la participación de un hombre con su historia en el plan de Dios, en su designio, historia singular que transcurre dentro de la historia del mundo y que ha alcanzado ya en Cristo su plenitud.
Efectivamente, ¡cuánta humanidad demuestra poseer ya el acontecimiento de Cristo! ¡Cuánto se manifiesta ya la victoria de Cristo! Acercarse a recibir los sacramentos es, ante todo, afirmar con nuestra presencia mendicante la gloria de Cristo. Esta fórmula indica el bien que se deriva para la humanidad en la historia de la muerte y resurrección de Cristo, como anticipo de la gloria final, de la felicidad final. Una afirmación que nos recuerda la frase del Evangelio, tantas veces citada, con la que Jesús promete a quien le siga "el ciento por uno aquí", una abundante medida de vida: "gloria".
Y nos recuerda la frase de Pablo que hemos citado también muchas veces: "Ya comáis, ya bebáis, o cualquier otra cosa que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios" (1Co 10, 31). La conciencia del cristiano está marcada así: en todo hay gloria de Dios, en todo está Cristo presente para el hombre, y el hombre presente ante Cristo. Es un tipo de conciencia que ninguna otra experiencia religiosa ha brindado jamás; ninguna otra ha podido pretender que la conciencia toque la consistencia, no ya de un gesto o un momento determinado, sino de todos los gestos y todos los momentos, y que por consiguiente deba presidir todos los actos de cada día. Eso es lo que implica el sacramento".
(L. Giussani, Por qué la Iglesia, tomo 2. El signo eficaz de lo divino en la historia, Encuentro, Madrid 1993, pp. 108-109).
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