“La Belleza se extiende a todos los seres según la medida de cada uno; belleza que, como causa de la armonía y del esplendor de todas las cosas, extiende sobre todos, como una luz, las efusiones que todo vuelve bello por su rayo, llama hacia sí todas las cosas y recoge en sí todo en todo. Dios es llamado Bello, porque es completamente bello, por encima de todo lo bello (…)”
“Lo Bello es el principio de todas las cosas en cuanto causa eficiente que mueve todas las cosas y las mantiene con él por el amor hacia la propia belleza. Y lo bello es el objetivo de todas las cosas y es digno de ser amado en cuanto causa final (todas las cosas nacen a la vista de lo bello) y causa ejemplar (todas las cosas se definen con referencia a lo bello). Por eso, además, lo bello se identifica con lo bueno, porque todas las cosas, de alguna manera tienden a lo bello y al bien, y no existe ser que no participe de lo bello y lo bueno”.
Así habla ese clásico desconocido del siglo VI que es Dionisio Aroepagita en “De los nombres de Dios”. Esta visión original (de “origen”) y fontal (de “fuente”), tendrá tanta fuerza el cristianismo que de ella nace la continua creación de belleza en las artes: poesía, música, pintura, arquitectura, escultura, etc.
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