–Seguro que a fines del siglo XVII, cuando fueron evangelizados, eran distintos.
–Sí, seguro: muy diferentes. El Evangelio y la civilización cristiana, es decir, Cristo, verifican, liberan, dignifican al ser humano, personas, familias y pueblos.
5.–Misión de Pimería
Al noroeste de México, la Alta Pimería comprende el norte de Sonora y el Sur de Arizona, y es tierra fértil y clima templado. Todos los indios de esa región, pimas, sobas, papabotas y tepocas, a fines del XVII, vivían todavía completamente al margen de México, la Nueva España.
–El padre Eusebio Kino (1645-1711)
El evangelizador primero y principal de la Pimería fue el padre Eusebio Kino, nacido en Segno de familia noble trentina, en el año 1645. Él mismo castellanizó, o pimerizó, su apellido familiar, Chini –que se pronuncia Quini–, dejándolo en Kino. Hemos conocido su vida por su escrito Favores celestiales (+Aventuras y desventuras del padre Kino en la Pimería), en el que narra su vida misionera, y por la obra de Alfonso Trueba, El padre Kino, misionero itinerante y ecuestre.
En 1665, a los 20 años, ingresó Kino en la Compañía de Jesús, estudió filosofía y teología en la universidad de Ingolstadt, y de tal modo sobresalió en la ciencia matemática que el Duque de Baviera le ofreció esta cátedra en la misma universidad.
Pero, como él mismo refiere, «siempre más me incliné y solicité con los superiores mayores en Roma el venir más bien a enseñar las doctrinas cristianas y verdades evangélicas de nuestra santa fe católica a estos pobres infieles tan necesitados para que con nosotros se salven y nos ayuden a alabar a nuestro piadosísimo Dios por toda la eternidad» (Aventuras 79-80).
Así las cosas, en 1678 se unió en Génova a una expedición de 17 jesuitas destinados a la Nueva España (México), entre ellos los padres Neuman y Ratkay, que habían de ser famosos misioneros en la Tarahumara. Hubo de permanecer en España dos años, que aprovechó para aprender el castellano, y allí conoció a la Duquesa de Aveiro, madrina de muchos misioneros.
Conviene señalar que para la evangelización de las Indias, y concretamente de la Nueva España, desde un comienzo llegaron con frecuencia hombres muy cultos, procedentes de las principales universidades de Europa, y no pocas veces de familias nobles. Y también es oportuno recordar que por entonces, todavía hacia el 1700, aquellos hombres eran, más que españoles o portugueses, alemanes o franceses, ciudadanos de la Cristiandad, pues sólo más tarde, con la secularización de las identidades nacionales, se fueron creando Estados particulares, completamente cerrados en sí mismos.
Baja California
En 1679, la Corona española había ordenado que se poblara California, encomendando la evangelización de ésta a la Compañía de Jesús. A comienzos de 1681, con 36 años de edad, llegó el padre Kino a México. Nombrado cosmógrafo de la expedición conducida por el almirante Atondo, en 1683, embarcó el padre Kino en Sinaloa, con cien hombres más, y entre ellos los padres Juan Bautista Copart y Pedro Matías Goñi. Fondearon en La Paz, al sur de la península, y más tarde en otra ensenada que llamaron San Bruno.
En el año y medio que duraron allí, los padres aprendieron dos lenguas, y se dedicaron a enseñar la doctrina y las oraciones a los indios. Pero, contra la voluntad de los misioneros, se tomó la decisión de abandonar la península, pues ni conseguían allí modo de procurarse alimentos, ni había desde México una vía regular para hacerles llegar bastimentos.
–La misión de Nuestra Señora de los Dolores
Vuelto Kino a la capital, se propuso establecer misiones en Sonora, desde las cuales podría más tarde apoyar la conquista espiritual de la península de California. Conseguidas las licencias, antes de partir, hizo gestiones a fines de 1686 para que durante 5 años los indios convertidos a la fe estuvieran exentos del trabajo en minas o haciendas de españoles. Ignoraba que las Leyes de Indias tenían concedida ya esta exención por 10 años, y que el rey Carlos II (1665-1700) acababa de prorrogarla por 20.
En 1687, con 43 años, el padre Kino partió a caballo desde Guadalajara, y en Oposura (hoy Moctezuma, Sonora) se reunió con dos ancianos jesuitas misioneros, los padres Manuel González y Aguilar. Con ellos cabalgó para explorar al norte la zona todavía no evangelizada, y llegaron hasta Cucurpe, la última iglesita del mundo cristiano mexicano, donde vivía el padre Aguilar. Siguieron adelante hasta Cosari, lugar del cacique Coxi, ya en plena Pimería, y en aquel hermoso valle del río San Miguel estableció el padre Kino la misión de Nuestra Señora de los Dolores.
Poco después, con el padre Aguilar, plantó más al norte las misiones de San Ignacio, San José de Imuris y Remedios. Ya solo el padre Kino, desde la misión de Dolores, se aplicó a dar vida cristiana a aquellas poblaciones misionales nacientes. El cacique Coxi, que extendía su autoridad por toda la zona, «pima sagaz, maduro, sólidamente cristiano y deseosísimo del bien de su nación», apoyó siempre su acción misionera, que fue prosperando rápidamente, como el mismo padre Kino lo refiere:
La misión de Dolores «es un hormiguero donde con todo gusto y buena voluntad los naturales hacen adobes, puertas, ventanas… Las campanas que vinieron de México las colocamos ahora en la capillita que hicimos al principio. Los naturales gustan mucho de oir sus toques, nunca oídos antes por estas tierras. Gústanles mucho también las pinturas y ornamentos sagrados». Lo primero de todo, en efecto, se construía siempre la iglesia, aunque fuera de modo muy rudimentario, y en cuanto era posible las campanas tañían desde su espadaña. Y el pueblo se iba formando en torno a la iglesia y la plaza. A los seis años de fundada la misión de Dolores escribía el P. Kino:
«La Misión tiene su iglesia bien provista de ornamentos, cálices, campanas, etc. También gran cantidad de ganado mayor y menor, bueyes de labranza, huerta con diferente clase de verdura, árboles frutales de Castilla, uvas, duraznos, membrillos, higos, granados, peras y albaricoques. Los herreros tienen sus fraguas, el carpintero su taller, los arrieros sus arreos, los cosecheros su molino de agua, varias clases de semilla, abundantes cosechas de trigo y maíz y otras muchas cosas, sin hablar de la cría de caballos y mulas, que no poco se necesitan para el uso de la Misión, las nuevas expediciones y conquistas y para comprar regalos con qué atraer, ayudando la gracia de Dios, a los naturales y ganar sus almas».
Imuris y Remedios fueron creciendo al mismo tiempo que Dolores. Y con la llegada de cuatro nuevos misioneros, los padres Sandoval, Castillejo, Pinelli y Arias, pudieron establecerse más poblados misionales, como Magdalena, Tubutama, Oquitoa y el Tupo.
Salvatierra y Kino
En 1690 llegó a Dolores el padre Juan María Salvatierra, visitador de estas misiones, el que había de conquistar California para la fe, y el padre Kino le llevó a conocer las misiones de Pimería, para que con sus propios ojos viera que eran indios de paz, y que la acusación frecuente entre los capitanes españoles de que los pimas habían levantado a janos y apaches era completamente falsa.
En este encuentro Kino le habló mucho al padre Salvatierra de California, le entregó un catecismo y un pequeño diccionario de la lengua indígena que compuso cuando allí estuvo, y le propuso que desde la fértil Pimería se asistieran las futuras misiones de la estéril California.
Nuevas misiones de la Pimería
A fines de 1692 sale el padre Kino de expedición acompañado de indios y cincuenta mulas de carga. Llegó al pueblo de Bac, y allí plantó la misión de San Javier. Él mismo cuenta cómo transcurrió este encuentro con los sobaipuris, y por este relato podemos imaginar cómo habrían sido más o menos sus otras fundaciones misionales:
«La entrada fue de más de 80 leguas de camino muy llano; encontré a los naturales muy afables y amigables, y en particular en la principal ranchería de San Javier del Bac, que tiene como 800 almas. Les hablé la palabra de Dios, y en el mapa mundi les enseñé las tierras y los ríos y los mares por donde los padres veníamos desde muy lejos a traerles la saludable enseñanza de nuestra santa fe, y les dije cómo también los españoles antiguamente no eran cristianos, y que vino Santiago a enseñarles la fe, que al principio, en catorce años, no pudo bautizar más que unos pocos, de lo cual el santo apóstol estaba desconsolado; pero que se le apareció la Virgen Santísima y le consoló diciéndole que aquellos pocos convertirían a los demás españoles, y los españoles convertirían las demás gentes en todo el mundo. Y les enseñé en el mapa mundi cómo los españoles y la fe habían venido por la mar a Veracruz y entrado a la Puebla y México y a Guadalajara y a Sinaloa y a Sonora y ahora a sus tierras de los pimas, a Nuestra Señora de los Dolores del Cosari, adonde ya había muchos bautizados, casa e iglesia, campanas y santos, muchos bastimentos, trigo y maíz, muchos ganados y mucha caballada, que todo lo podían ir a ver y aun desde luego preguntar a sus parientes mis sirvientes que allí iban en mi compañía. Éstas y las demás pláticas de las cosas de Dios y del cielo y del infierno las oyeron con gusto, y me dijeron que querían ser cristianos, y me dieron unos párvulos a bautizar. Están estos sobaipuris en un grandioso valle del río de Santa María, al poniente» (Aventuras 11-12).
En 1693 se fue el padre Kino a los indios sobas, vecinos y enemigos mortales de los pimas. En el lugar principal de esta nación fundó la misión de Nuestra Señora de la Concepción de Caborca, y logró la reconciliación entre los indios sobas y los pimas. Más al norte, en 1694, fundó Encarnación y San Andrés.
Martirio del padre Saeta
En ese año de 1694 el padre Kino instaló en Caborca al jesuita siciliano Francisco Javier Saeta, que pronto se hizo querer por sus indios feligreses, a los que se dedicó por entero. Y al poco tiempo estalló en la misión de Tubutama una revuelta que iba a destruirla. El padre Daniel Janusque, misionero de aquel pueblo, había traído para cuidar el ganado un indio ópata, que abusaba de su mando y maltrataba a los pimas. Estando un día ausente el padre misionero, el ópata, en un altercado con un pima, lo pateó con sus espuelas. Acudieron los pimas y le flecharon, mataron enseguida también a otros dos ópatas que venían de Caborca, y ya encendidos en la revuelta, dieron fuego a la iglesia.
Más tarde, se juntaron a los alzados de Tubutama otros indios descontentos de Oquitoa y Pitquín. Formaban una cuadrilla de unos 40, y entraron en Caborca el 2 de abril. «Dos cabecillas se llegaron al padre, que se hallaba en la iglesia y que los trató amablemente. Salió a despedirlos, y apenas fuera, los enemigos descubrieron sus arcos y le atravesaron de dos flechazos. Herido, entró en su aposento, se abrazó a un crucifijo que había traído de Europa, y debilitado por la hemorragia, sin socorro alguno, expiró» (Trueba, Kino39).
El padre Saeta había escrito el 10 de abril de 1695 una carta al padre Kino en la que, muy animoso, le contaba sus muchos trabajos. «En lo que toca –le decía– que nos veamos un día destos, vuestra reverencia podrá avisarme cuándo gusta, que, aunque yo hago aquí muchísima falta por lo mucho que estoy engolfado, sin embargo hurtaré ese rato, y como veloz saeta volaré a ponerme a los pies de vuestra reverencia y recibir sus mandatos y discurrir de medio mundo». Una vez cerrada la carta, en tono grave añadió en su exterior: «Se confirman las muertes de Martín y del muchacho». Eran sus arrieros ópatas. «Vuestra reverencia no me pierda de vista». Y añade el padre Kino en su crónica: esta carta «la recibo a las veintisiete horas de su santo martirio» (Aventuras 13-15).
Alzamiento y pacificación
La rebelión de los pimas de Tubutama se debió en parte a los malos tratos del capitán Antonio de Solís, que aplicaba duros castigos por leves penas e incluso había matado algún indio. Desgraciadamente, la autoridad de Sonora le autorizó a él mismo para sofocar la incipiente rebelión, y este mal hombre, ofreciendo una falsa paz, hizo caer en una trampa a los pimas alzados, y mató a 48. Se alzaron entonces los pimas, y en Caborca, San Ignacio, San José, Magdalena, Tubutama y Oquitoa, quemaron las iglesias, ahuyentaron los ganados y destrozaron casas y sembrados…
De los fuertes de Nueva Vizcaya se juntó una tropa de 400 hombres, que a fines de 1695 acudieron a sofocar la rebelión. Bien conducidos por don Juan Fernández de la Fuente, y con la mediación pacificadora del padre Kino, pudo apagarse el incendio. Los pimas entregaron a las autoridades los homicidas del padre Saeta y los principales delincuentes, «que quedaron catequizados y bautizados y prevenidos para la muerte, aunque viéndolos tan humildes y tan arrepentidos, la paternal muy grande caridad del padre visitador Horacio Polici les alcanzó el perdón» (Aventuras 23,26). Cesaron las hostilidades, y se repoblaron las misiones.
«El capitán Solís, culpable de los trastornos, tuvo triste fin. Después de matar a su mujer, hallándose pobre y desvalido en México, fue muerto de un trabucazo» (Trueba, Kino 43).
Viaje a México
A fines de 1695, estando ya en paz la Pimería, se fue el padre Kino a México capital. «En siete semanas, cuenta él mismo, camino de 500 leguas, llegué a México el 8 de enero de 1696. Fue Dios servido que yo pudiese decir misa todos los días deste viaje» (Aventuras 26). Fue un viaje de unos 2.800 kilómetros. Allí defendió la causa de los pimas, mal conocidos y muy calumniados, y logró del superior jesuita y del Virrey que se dispusiera el envío de cinco nuevos misioneros. Y cuando el padre Kino, tras un mes en México, regresó a la Pimería, los indios acudían, a veces de hasta 100 leguas, para darle la bienvenida, y pedirle misioneros.
Pero, finalmente, los misioneros concedidos no fueron enviados, al llegar más informes falsos sobre la región. Esta fue siempre la cruz principal del padre Kino en su vida misionera: no conseguir para la Pimería tantos misioneros como eran precisos, existiendo la posibilidad de que acudieran.
Prosperidad de las misiones
Al padre Kino y a sus hermanos misioneros se debe en su mayor parte no sólo la exploración, pacificación y evangelización del noroeste de México, sino también la gran riqueza agrícola y ganadera que allí se fue desarrollando. En efecto, a él «se debió que el ganado se propagara en las secas llanuras del Noroeste; que el trigo germinara en las fértiles orillas del río Colorado; que la uva, el membrillo, el durazno o el granado fructificara en Sonora y Baja California. Pero toda esta riqueza era un subproducto, derivado de la propagación del Evangelio» (Trueba, Kino 47).
«Para el bien común de sus misiones tenía prósperos ranchos de ganado, a cargo de sus indios, en Dolores, Caborca, Tubutama, San Ignacio, Imuris, Magadalena, Quiburi, Tumacácori, Cocóspora, San Javier del Bac, Busánic, Sonoita, San Lázaro, Sáric, Santa Bárbara, etc. Levantaba en los principales puestos buenas cosechas de trigo y maíz. Sus huertas producían todas las frutas de Castilla. Sus recuas iban por los presidios y los reales de minas con carne seca, sebo, harina, maíz, animales, que cedían a cambio de ropa o instrumentos mecánicos. Para la erección de sus iglesias –algunas espléndidas– formó un equipo de excelentes oficiales, carpinteros, albañiles, herreros, pintores. Otros oficios aprendieron los indios, como vaqueros, carreros, maestros de escuela, alcaldes, alguciles, mayordomos» (68-69).
Un misionero a caballo
Como hemos dicho, todavía en 1700 el noroeste de México era prácticamente desconocido. Por eso fue necesario que el padre Kino, a los viajes para fundar y para visitar las misiones fundadas, añadiera numerosas entradas de exploración, sobre todo entre los años 1695 y 1706.
«Desde este primer pueblo de Dolores, cuenta él mismo, en estos veintiún años hasta acá, he hecho más de 40 entradas al norte, al poniente, al noroeste, al nordeste y al sudoeste de a 50, de a 80, de a 100, de a 150, de a 200 y más leguas de camino, algunas veces acompañado de otros padres y las más veces con solos mis sirvientes y con los gobernadores y capitanes y caciques» (Aventuras 121-122). Recordemos que una legua equivale a 5.573 metros…
Estando de camino, comía sólo maíz cocido o tostado, dormía sobre los avíos de su caballería, y no omitía la misa ni en sus viajes más penosos. Se le veía cabalgar recogido y en oración, o cantando salmos y alabanzas. Andaba siempre a la búsqueda de los lugares más oportunos para instalar nuevos centros misionales, y explorando las posibilidades de conectar por mar y quizá por tierra las ricas misiones de Pimería y las pobres de California.
California es península
En uno de sus numerosos viajes el padre Kino divisó desde lo alto de un monte la desembocadura del Colorado, y pudo adivinar que California era península, contra el convencimiento generalizado de que era una isla.
En la cuarta expedición marina organizada por Cortés, en 1539, Francisco de Ulloa navegó hasta el fondo del mar de California, y conoció su condición peninsular, trayendo un mapa exacto, que, por lo demás, sólo en 1770 fue publicado. Más tarde predominó en América y en Europa la idea de que California era una isla. El mismo padre Kino, en efecto, dice: «en la creencia que la California era península y no isla, vine a estas Indias Occidentales». Y añade: es cierto que «algunos de los cosmógrafos antiguos pintaban la California hecha península o istmo… Pero desde que el pirata inglés Francisco Drake navegó por estos mares, divulgó por cosa cierta que este seno y mar califórnico tenía comunicación con el mar del norte, y de vuelta a sus tierras, engañó a toda la Europa, y casi todos los geógrafos de Italia, Alemania y Francia pintaron la California isla» (78-80).
Avisado de la feliz noticia, que abría grandes esperanzas para la asistencia de sus misiones californianas, en 1701 el padre Salvatierra con el padre Kino viajaron juntos para comprobar la posible conexión por tierra entre Sonora y California. Los dos grandes misioneros hicieron hacia el noroeste una cabalgada histórica, que el mismo Kino refiere:
«Llevó su reverencia [el padre Salvatierra] para la entrada el cuadro de Nuestra Señora de Loreto [patrona de las misiones de California], que nos fue de gran consuelo en todo el camino». Eran días primaverales, y «grandes trechos del camino se hallaban alfombrados con rosas y variadas flores, como si la naturaleza convidara a festejar la Virgen de Loreto, que yo llevaba por las mañanas y el P. Salvatierra por las tardes. Casi todo el día se nos iba en rezar salmos y cantar alabados en español, italiano, pima, latín y aun californio con los seis indios que venían con el Padre». Llegaron en su camino a la misión de Sonoita, en la frontera actual con los Estados Unidos. Finalmente, tras muchos días de viaje, desde lo alto de un monte, «al cual subimos cargando con nosotros el cuadro de Nuestra Señora de Loreto, divisamos patentemente la California» (Aventuras 71-74).
Padre Kino, gran misionero
El padre Eusebio Kino, fuerte y delgado, según el padre Velarde que le trató, fue un religioso tan piadoso como pobre y austero:
«No usaba vino más que para decir misa. Añade que no tenía sino dos camisas de tela corriente y que todo lo daba de limosna a sus indios. Siempre tomó sus alimentos sin sal y mezclados con yerbajos para hacerlos desagradables al paladar. Dormía cuatro o cinco horas, leía por costumbre vidas de santos. Amaba mucho a los niños, sobre todo a sus indiecitos, que lo llegaban a querer tanto como a sus padres naturales» (Trueba, Kino 77).
Su ascendiente era tal entre los indios, que en 24 años de continuos viajes, nunca se atentó contra su vida. Fue muy amable y paciente con los indios, y también tuvo mucha paciencia para sobrellevar las muchas resistencias que halló en la misma Compañía.
«Se calcula que en 24 años de misiones caminó más de 7.000 leguas, o sea unos 30.000 kilómetros, con el principal fin de extender el imperio de la fe. Predicó el Evangelio este padre apostólico, itinerante y ecuestre a tribus tan varias y remotas como pimas, sobas, sobaipuras, seris, tipocas, yumas, quiquimas, opas, hoabonomas, himuras, cocomaricopas, californios, etc.; fundó 30 pueblos, aprendió diversos idiomas, formó diccionarios, compuso catecismos; no sólo instruyó a los indios en las obligaciones de cristianos y de vasallos fieles, sino que trabajando con ellos personalmente, los enseñó a fabricar casas, construir iglesias, cultivar la tierra y criar ganado» (12).
Por lo demás, al escribir su vida misionera en 1708, el padre Kino eligió un título bien humilde y verdadero, Favores celestiales. Efectivamente, es éste un término que aparece en el texto con frecuencia: «De los favores que Nuestro Señor nos ha hecho en las dichas entradas o misiones, conversiones, descubrimientos, reducciones, conquistas espirituales y temporales…»; los «favores celestiales que, aunque indignamente, estoy escribiendo»…; «las muy muchas almas que los celestiales favores de Nuestro Señor, a manos llenas, continuamente nos va dando»… (Aventuras 40,92,105).
A manos llenas, realmente, favoreció el Señor los trabajos misioneros en la Pimería: «Con todas estas entradas o misiones que se han hecho a estas nuevas gentilidades de 200 leguas en estos veintiún años quedan reducidas a nuestra amistad y al deseo de recibir nuestra santa fe católica entre pimas y cocomaricopas, y yumas, quiquimas, etc., más de 30.000 almas, las 16.000 de solos pimas y he hecho más de 4.000 bautismos y pudiera haber bautizado otros 10 o 12.000 indios si la falta de padres operarios no nos hubiera imposibilitado el catequizarlos e instruirlos por delante» (129-130).
A los 66 años, habiendo acudido a la misión de Magdalena para dedicar a San Francisco Javier una hermosa capilla que él mismo había ayudado a edificar, mientras celebraba la misa de dedicación, se sintió enfermo, y poco después murió como tantas veces había dormido: vestido, echado sobre una piel de carnero, con el aparejo de la caballería por cabecera, y cubierto con dos mantas de indios. Era el 15 de marzo de 1711.
José María Iraburu, sacerdote
Bibliografía de la serie Evangelización de América
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