Un monje argentino en la abadía de Le Barroux, Francia

  

Los Ansaldi no son una familia “muy normal” que digamos; es más: algo deben haber hecho Enrique y Cecilia (originarios de la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina) para que sus cinco hijos (todos varones) se consagraran libre y voluntariamente a Dios: José, Emmanuel, Javier, Gregorio y Joaquín.

Hoy por hoy, los tres primeros son sacerdotes y viven en Francia; el cuarto es diácono (el próximo 17 de noviembre será ordenado sacerdote para la diócesis de San Rafael, Argentina) y el último, Joaquín, entró en enero de este año como benedictino en la abadía francesa Sainte Marie Madeleine de Le Barroux. ¡El único argentino entre los franceses! (aquí pueden ver el vídeo “Vigilantes de la noche” sobre la abadía).

Esta comunidad fue fundada en 1970 por Dom Gérard, quien en medio del vendaval postconciliar, pidió hacer “la experiencia de la Tradición: oración, silencio, trabajo manual, oficio en latín y liturgia tradicional.

Y tan mal no le fue, pues enseguida golpearon a su puerta varios candidatos pidiendo llevar el mismo tipo de vida… Hasta un grupo de hermanas benedictinas se sumó a la experiencia tradicional. Ocho años después la naciente congregación consiguió un terreno de 30 hectáreas en Le Barroux (muy cerquita de Aviñón, Francia) y comenzó a construir su propio monasterio con el lema Pax in lumine, para hacer descender un poco de la paz del cielo en los corazones de los hombres. He aquí su misión.

Imposible hacer un resumen de la historia de esta reciente abadía que, a pesar de sus pocas décadas, parece estar anclada ahí desde la época medieval (para tener una idea más acabada, recomendamos la lectura del libro que acaba de publicarse acerca de la vida del fundador, escrita por Ives Chiron: Dom Gérard. Tourné vers le Seigneur. 2018, Ed. Sainte-Madeleine).

Pero volvamos ahora a nuestro amigo Joaquín, quien con sólo 24 años fue admitido entre los frailes y tomó el hábito el pasado 17 de septiembre. El rito fue breve pero lleno de significado. Las campanas sonaron y la comunidad de 55 monjes entró en procesión en la iglesia para el rezo de la última hora del día: Completas.

Solo el abad Dom Louis-Marie quedó parado con su báculo en medio de la nave central para comenzar el siguiente diálogo en voz alta y en latín.

 

- Maestro de novicios: Reverendísimo Padre, afuera hay alguien que desea recibir el hábito religioso.

 

- Abad: ¡Hacedlo entrar!

 

A continuación se abrió la puerta y entró Joaquín vestido de traje y corbata. Cabeza inclinada, pelo cortado al ras para matar la vanidad y sus manos juntas… todo en medio de un silencio monacal; lo único que se escuchaban eran sus pasos.

Ya llegado ante el superior del monasterio, oyó de sus labios:

 

- Abad: ¿Qué pides?

 

- Joaquín: La misericordia de Dios y la admisión en vuestra comunidad.

 

- Abad: ¡Que Dios te lo conceda!

El postulante se sentó para oír una breve exhortación sobre la Regla benedictina que le fue dirigida en particular; al terminar, Dom Louis-Marie, imitando a Jesucristo, se arrodilló para lavarle y besarle los pies como gesto de bienvenida mientras los demás hacían lo propio entonando el himno Ubi Caritas.

Este gesto maravilloso es un signo del servicio que la comunidad está dispuesta a hacer al candidato; en los benedictinos, la comunidad es para el monje y no el monje para la comunidad. Es decir: prima el bien del alma, no el bien del “sistema”. Además, con el gesto de ser revestido por el hábito monacal, el monje se desviste del hombre viejo y se viste del hombre nuevo, pasando a ser un hermano más; los que vivan con él, estarán al servicio de su santidad, máxime cuando por el voto de estabilidad, deberá vivir con ellos toda la vida.

Terminado el rito, Joaquín ya despojado de sus antiguas vestimentas y revestido de su capucha y escapulario negro, oyó del abad la siguiente sentencia:

 

- Abad: A partir de ahora te llamarás fray Juan Diego.

 

Enseguida se oscureció toda la iglesia, quedando todo apenas iluminado por dos velas titilando ante la imagen de la Reina del Cielo; los monjes comenzaron a entonar a dos coros las Completas.

Se cantó el Salve Regina a la Virgen y… nada; o todo…

Todo había terminado, o mejor dicho, comenzado para este fraile argentino que, a partir de ahora, nos representa en –quizás– lo mejor que Francia mantiene hoy de lo que fue por entonces la gloria de la Iglesia: su monacato.

 

 Marie de la Sagesse Sequeiros, S.J.M.

 

   

 

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