De san Marcos, y de la mano de nuestra Santa Madre la Iglesia, nos vamos este domingo a san Juan -da la impresión que continúa y completa la escena de Jesús enseñando sin prisas a la muchedumbre que se le ha congregado delante, corriendo, recogida el domingo anterior-, con la multiplicación de los panes (cinco, de cebada) y los peces (dos), aportados por un chaval; hasta el punto de que se saciaron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños; y aún se recogieron un montón de cestos con las sobras. Porque sobrar, sobró, y mucho.
Jesús está encariñado -verdaderamente misericordioso- con la gente que le sigue casi sin más motivo que porque es Él, además de por lo que hace en su favor: Su “doble corazón” -divino y humano- hace que sus manos sean tan “largas” -tan generosas- como grande es su cariño. Y se derraman abundantemente sobre la gente.
Pero con el debido orden: primero, alimentar el alma, la conciencia, el corazón y la voluntad del hombre porque, como dirá en otra ocasion, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo también lo está. No digamos si lo sano es lo más principal que tenemos y nos especifica: alma, corazón, voluntad y conciencia. Y, por eso, la primera “medicina” -el primer “alimento"- que les da es su Palabra; les enseña con Paciencia, con Verdad y con Amor: todo divino y a lo divino. Y luego, una vez instituida la Eucaristía, se nos dará todo entero -Cuerpo y Sangre- como Pan vivo que ha bajado del Cielo. ¿Con qué finalidad? El que come de este Pan vivirá para siempre.
Solventado lo primero, después ya sí se preocupa del cuerpo: ¿Con qué compraremos panes para dar de comer a estos? Lo decía para tentarle [a Felipe], porque bien sabía lo que iba a hacer. ¡Y vaya si lo hace! Hasta saciarse: ¡no podían tragar materialmente más: estaban ahítos! ¡Así les paga, inmediatamente, las ansias de Dios que le han demostrado, buscándole, bordeando el lago “a la carrera"!
Los Evagelios aún nos contarán otra nueva multiplicación de panes y peces. Sólo una más. Y ahí se acabó el dar de comer Jesús a la gente. Lo que demuestra que Jesús no vino para eso: si hubiese sido ese el motivo de su Encarnación, el hambre en la tierra se habría acabado en cuanto pisó este mundo; que, a pesar de ser el lugar del encuentro de Dios con el hombre, éste lo convierte en un pudridero de crueldad y malicia, en cuanto se descuida un poquitín.
Por contra, su Palabra, que es Eterna y Actual -igual que Él-, sigue alimentando a todos los hombres, generación tras generación, porque todos son convocados e interpelados por Ella; lo pretendan así los hombres -se dejen convencer por Ella- o La desprecien y La rechacen, y pretendan construirse una vida y un mundo sin Dios: ¡la mayor desgracia que le puede acaecer a una persona! ¡Pobres!
Porque sin Dios uno queda irremisiblemente condenado a ser pobre, pordiosero e indigente…, y sin posibilidad añguna de salir de ahí por sus solas fuerzas: Solo Dios salva .
Dios es la riqueza de la Iglesia. Su verdadera riqueza: Pan y Palabra. Y es lo Ella que tiene que dar a los hombres -en primer lugar y como primer servicio- de todas las culturas, de todas las latitudes, de todas las generaciones, de toda condición: ricos y pobres, sanos y enfermos, hombres y mujeres, esclavos y libres, intelectuales o artesanos. A todos sin distinción. Y abundantemente, para que se llenen cestos con las sobras y nada se pierda.
Pasar de ahí a meter de tapadillo -o con todo descaro- expresiones como “iglesia de los pobres", “iglesia del pueblo", “una iglesia pobre para los pobres” u otras semejantes, dicho así y sin anestesia, chocan frontalmente con el hacer y el decir de Jesucristo y, por lo mismo, chocan frontalmente con el decir y el hacer de la Iglesia: bien se puede decir que no son “católicas".
Es más: toda connotación que pretenda parcelar y empequeñecer la universalidad de la Iglesia, por principio, no es católica. Y no sirve: lo menos -lo menor- no puede ser ni representar el todo, lo mayor.
La Iglesia Católica, por serlo, es Una y Única, es Santa y es Apostólica. Son las “Notas de la Iglesia Verdadera", la que salió así de las manos de Jesús, la que Él nos dejó y a la que nos trajo, la que nos salva ya en este mundo, pues nos consigue -nos lleva- a la Vida Eterna.
Nada que ver -a no ser que se explique muy bien, despacito y con buena letra-, con la iglesia “de base", es decir, sin Jerarquía, o sea sin Iglesia Católica; o “ecuménica", por ejemplo; y/o con la que “gime” casi con dolores de parto con la “unidad de las iglesias” -por cierto, un “foro” al que, con muy buen criterio, nunca ha querido pertenecer-; porque todas esas posturas siempre suponen y siempre acaban con que la Iglesia Católica es “una más entre otras muchas” y, por tanto, no puede presentarse -ya no tiene créditos- como la única verdadera, la poseedora en exclusiva de los medios completos y totales de salvación.
Es decir: a la Iglesia Católica, si se mete en esos ámbitos se la llevan al huerto, porque es la que lleva todas las de perder, si se deja arrastrar por esas “modas", “modalidades” y “puestas al día” -se llamó a eso aggiornamento, en el Concilio-, porque es la única que pone, arriesga y pierde “todo". Porque es la que lo tiene, real y verdaderamente. Las otras no pierden nada, porque nada tienen, pues nada son…
Además, “una iglesia pobre para los pobres” no le serviría ni a los mismos pobres, a los que dice deberse en primer lugar.
Porque, ¿qué hospitales iba a construir para los necesitados y abandonados por los poderes públicos o los egoístas recalcitrantes? ¿Qué comedores de caridad? ¿Que bancos de alimentos? ¿Qué medicinas iba a proporcionar?
Desde la Iglesia, ¿a quién se iba a enviar al mundo para evangelizar…, a la vez que se enseña un oficio, o se da de comer, o se acoge en un orfanato, o se monta una escuelita o una universidad? Y a todo esto se llega, porque se ha llegado: sin ir más lejos, la primera universidad del Nuevo Mundo fue la de Méjico y la montó… ¡la Iglesia Católica! Y se ha llegado por voluntad de los mandos eclesiásticos, que han sabido además pedr ayudar a los ricos para el dinero y a los pobres, pagándoles dignamente, para el trabajo.
Una Iglesia “materialmente pobre” -por sistema-, ¿qué iba a dar, si nada tendría? Un pobre por muy buena voluntad que tenga, ¿qué va a dar? ¿Cómo va a ayudar? ¿A quién va a socorrer?
Para dar hay que tener, porque ” nadie da lo que no tiene". Por esto la Iglesia “pide": para “dar” y “darse". Y también para evitar a los necesitados la vergüenza de pedir.
Y, por cierto, si alguien no se cree que la Iglesia es pobre, le recomendaría que intentase vivir unos pocos meses como viven tantos y tantos sacerdotes, con una dedicación de 24 h/24 h, menos unos pocos días de descanso al año, dejando sustituto, eso sí. Y todo con 1000 euros/mes; un obispo con un poco más. ¿Hay algún político, sindicalista, mandurriero, fajador de EREs andaluces, ministro, ex, el presi de los futbolistas, etc., que sean mileuristas? Los curas lo son en su inmensa mayoría. Algunos, ni eso.
Y un último apunte: como dice un sacerdote, misionero, especializado desde hace más de veinte años en rescatar niños de los basureros de Mozanbique -lleva bastantes miles de ellos en su haber-: “la pobreza mata".
La conclusión ante lo visto, oído y disfrutado por los que han buscado a Jesús, no era nada trabajosa de encontrar, pues estaba cantada: ¡Éste sí es el Profeta que había de venir al mundo! Y es el que ha venido y el que está en él: en cada Sagrario, en cada Misa Santa, en cada alma en Gracia, en cada palabra del Evangelio, en cada Sacramento. Lo llena todo. Lo posee todo. ¡Es el Señor!
Ciertamente, no cabe otra alternativa; excepto la de pretender “racionalizar el milagro, poniéndolo al alcance de la (in)comprensión del hombre moderno": es decir, !negándolo! Esto se les da muy bien a los “hermanos separados", sean del color que sean; o de famosos colorines, que también los hay. Y a los “hermanos enfermizamente acomplejados” -que abundan en la Iglesia Católica-, que también lo niegan.
Amén.
¡Y buen Domingo en el Señor!
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