–Qué disparate… Ya nos dirá usted qué tiene que ver una cosa con la otra.
–Efectivamente, en el texto que sigue va la explicación.
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–Autobiografía de San Ignacio
Tenemos una buena Autobiografía de San Ignacio de Loyola (1491-1556), gracias a Dios y gracias al buen servicio del jesuita Luis Gonçalves de Câmara (1520-1575), que escribiendo lo que de su vida el Padre le fue contando –«he trabajado de ninguna palabra poner sino las que he oído al Padre»–, terminó su relación en Génova, en 1555.
La conversión de Ignacio se produjo estando en el castillo de Loyola, convaleciendo de una herida de guerra (1521), y una vez sanado emprendió una peregrinación (1522) que le llevó a Aránzazu, Montserrat y Manresa.
–La mula que resolvió a San Ignacio de Loyola un grave problema
«Despidiendo los dos criados que iban con él [desde Loyola], se partió solo en su mula de Navarrete [entre Logroño y Nájera] para Montserrate. (Autobiografía 13)…
«Yendo por su camino, le alcanzó un moro, caballero en un mulo; y yendo hablando los dos, vinieron a hablar en Nuestra Señora; y el moro decía que bien le parecía a él la Virgen haber concebido sin hombre; mas el parir quedando virgen no lo podía creer, dando para esto las causas naturales que a él se le ofrecían. La cual opinión, por muchas razones que le dio el peregrino, no pudo deshacer. Y así el moro se adelantó con tanta priesa, que le perdió de vista, quedando pensando en lo que había pasado con el moro. Y en esto le vinieron unas mociones que hacían en su ánima descontentamiento, pareciéndole que no había hecho su deber, y también le causan indignación contra el moro, pareciéndole que había hecho mal en consentir que un moro dijese tales cosas de Nuestra Señora, y que era obligado volver por su honra. Y así le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho; y perseverando mucho en el combate destos deseos, a la fin quedó dubio, sin saber lo que era obligado hacer. E1 moro, que se había adelantado, le había dicho que se iba a un lugar que estaba un poco adelante en su mismo camino, muy junto del camino real, mas no que pasase el camino real por el lugar (15).
«Y así, después de cansado de examinar lo que sería bueno hacer, no hallando cosa cierta a. que se determinase, se determinó en esto, scilicet [a saber], de dejar ir a la mula con la rienda suelta hasta al lugar donde se dividían los caminos; y que si la mula fuese por el camino de la villa, él buscaría el moro y le daría de puñaladas; y si no fuese hacia la villa, sino por el camino real, dejarlo quedar. Y haciéndolo así como pensó, quiso Nuestro Señor que, aunque la villa estaba poco más de treinta o cuarenta pasos, y el camino que a ella iba era muy ancho y muy bueno, la mula tomó el camino real, y dejó el de la villa (16).
Probablemente, sin la opción instintiva de esta mula no hubiera nacido la Compañía de Jesús.
Examen de la duda moral de Ignacio
La cuestión que afecta a Ignacio es grave: si en conciencia debe atacar o no violentamente a un moro por su ausencia de fe. Parece, sin embargo, que un militar experimentado, si está viviendo a fondo la vida cristiana, tiene gracia de estado para saber discernir cuál es la voluntad de Dios en caso semejante. En principio, llegará al discernimiento moral concreto acudiendo a la oración, al ejercicio de las virtudes más atinentes –caridad, prudencia, paciencia, fortaleza, don de consejo, etc.–, de tal modo que resuelva bien el caso moral, es decir, no según su voluntad, sino interpretando en verdad la voluntad de Dios providente.
Pero también se aprecia que Ignacio está recién convertido a una vida espiritual verdadera, y que por eso, no halla cosa cierta a qué se determinar, y decide «suspender el juicio», dejando que la mula avance sin rienda hasta la división de caminos, de modo que tomando uno u otro, resuelva de hecho la grave cuestión. Elige, pues, actuar renunciando a formar un juicio prudente, viéndose incapaz de conseguirlo, y «echa a suertes» la resolución determinada del caso dejándose llevar por el instinto de la mula. Hace lo que puede, y parece claro que busca sinceramente hacer la voluntad de Dios providente, que vino en su ayuda.
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En cualquier duda moral la disyuntiva se presenta en modo inexorable
O la persona decide y obra según un juicio práctico que, con el auxilio de la gracia, elabora por las virtudes y los dones, o renuncia al juicio, dejando la solución del caso en manos de factores no intelectuales y volitivos, que pueden ser en sí mismos buenos, malos o indiferentes: la gana, la opinión de un amigo, el estado de ánimo, las circunstancias, la compasión, el deseo de otras personas afectadas, la prisa… o en fin, según el instinto de la mula sin rienda.
De hecho, al elaborar San Ignacio en su retiro de Manresa (1522) el primer borrador del libro de los Ejercicios espirituales, ya trata como parte importante, a la luz de Dios y de sus experiencias personales, de las reglas para la discreción espiritual. Y en adelante, ya nunca deja a la mula de su vida que avance sin rienda. No lo hubiera hecho camino de Montserrat si hubiera conocido entonces las reglas para hacer sana y buena elección, enseñadas en la Segunda Semana de su Ejercitatorio [169-189].
–La paternidad responsable
Sabemos que el matrimonio es una co-laboración con Dios, en orden sobre todo a la procreación y a la educación de los hijos, que integra otros fines muy valiosos, como la unión de dos personas en un amor perpetuo. Sabemos que Dios ama las familias numerosas –bonum est diffusivum sui: «procread y multiplicaos, y llenad la tierra» (Gén 1,28)–; como también sabemos que a veces quiere el Señor en su providencia familias reducidas. Por eso, en cuestión tan grave como el número de los hijos, los esposos que amen a Dios y quieran sobre todas las cosas conocer y hacer su voluntad, recibirán sin duda el auxilio de la gracia para llegar, a lo largo de los años cambiantes de su vida conyugal, a discernimientos siempre verdaderos, prudentes, gratos a Dios.
Y volviendo a la disyuntiva inexorable recién aludida. ¿Cómo quiere Dios –y su Iglesia– que normalmente lleguen los esposos a discernir la voluntad concreta de Dios providente en cuanto a la regulación de la fertilidad: –sin ejercitar el juicio prudencial, sea por incapacidad de formarlo o sea por creer que lo que van improvisando cada día, ésa es la vía más segura para dar cumplimiento a la voluntad divina, o –ejercitando el juicio práctico cristiano, por la oración y las virtudes, en busca siempre de la fidelidad al Creador y Padre de los hombres?
Los que siguen la primera opción estiman a veces que por ella «se abandonan confiada y generosamente a la voluntad de Dios providente: “que sea lo que Dios quiera”», sin temer que esa falta de colaboración con Dios, orante, intelectual y volitiva, les conduzca al cumplimiento de la voluntad propia o la de otros.
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–Doctrina católica sobre la paternidad responsable
La paternidad responsable en los esposos implica normalmente la colaboración con Dios mediante el ejercicio de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo, para el cual los esposos se ven asistidos por la gracia sacramental de su estado. Esta colaboración gana unas nuevas posibilidades prácticas al haberse acrecentado mucho los conocimientos genéticos, ginecológicos y de otras ciencias y técnicas que afectan a la regulación natural de la fertilidad. Y el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, que «guía a hacia la verdad completa» (Jn 16,13), nos ha dado por su Iglesia en nuestro tiempo la doctrina católica de «la paternidad responsable».
1951.-Pío XII, Discurso a la Unión Católica Italiana de Obstétricas (29-X-1951). El documento toca el tema de la regulación natural de la fertilidad en un tiempo en el que los métodos naturales para aplicarla son todavía muy incipientes. El método Ogino, por ejemplo, fue desarrollado en 1924 por el japonés Kyusaku Ogino, y perfeccionado por el austríaco Hermann Knaus en 1928. Pero ya la enseñanza de Pío XII sobre la continencia periódica es la misma que desarrollarán los Papas sucesores con más desarrollados conocimientos.
1965.-Concilio Vaticano II. En la constitución pastoral Gaudium et spes hallamos la más autorizada y clara doctrina de la Iglesia sobre «la paternidad responsable». Lo que la Iglesia pretende con ella es «capacitar a los esposos para que cooperen con fortaleza de espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia» (50).
«En el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual hay que considerar como su propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana cumplirán su misión y con dócil reverencia hacia Diosse esforzarán ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado de vida tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. En último término, este juicio deben formarlo ante Dios los esposos personalmente. En su modo de obrar, los esposos cristianos» han de usar únicamente medios lícitos».
1968.- Pablo VI en la encíclica Humanæ vitæ enseña. La paternidad responsable. «Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo que los esposos adquieran y posean sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica.
«Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles» (21).
Pablo VI exhorta con gran fuerza de esperanza a los esposos para que vivan fielmente la paternidad responsable. «Para ellos, como para todos, “la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva a la vida” (Mt 7,14» (n. 25). En la convivencia conyugal no deben dejarse guiar por el instinto, abandonado a sí mismo, libre y confiadamente, sino que deben co-laborar con Dios, bajo la acción de su gracia, para conducir y regular la unión sexual según el juicio recto y prudente de razón y voluntad, facultades sanadas y elevadas por la fe y la caridad (cf. 25).
1981.- Juan Pablo II, enc. Familiaris consortio. La Iglesia conoce bien los muy graves problemas de natalidad que a veces se dan en algunas familias, que incluso en ciertas naciones pueden afectar a la gran mayoría. «Ella cree, sin embargo, que una consideración profunda de todos los aspectos de tales problemas ofrece una nueva y más fuerte confirmación de la importancia de la doctrina auténtica acerca de la regulación de la natalidad, propuesta de nuevo en el Concilio Vaticano II y en la encíclica Humanæ vitæ» (31).
1984.- Juan Pablo II, Catequesis sobre el amor humano en el plan divino. En los años 1979-1984, San Juan Pablo II predicó 129 Catequesis sobre el matrimonio, y dedicó las últimas (114-129) al Amor y fecundidad. Destaca en ellas cómo la virtud de la castidad ha de ser ejercitada continuamente en la vida conyugal, y de un modo especialmente intenso en aquellas fases de continencia periódica que pudieran ser convenientes o necesarias en la regulación de la fertilidad. Destaco de estas Catequesis algunos fragmentos.
117.- «En la concepción de “la «paternidad responsable” está contenida la disposición no solamente para evitar “un nuevo nacimiento”, sino también para hacer crecer la familia según los criterios de la prudencia» (1-VIII-1984). Los esposos evitarán o procurarán unirse en las fases fértiles de la esposa.
120.- «En el caso de una regulación moralmente recta de la natalidad, que se realiza mediante la continencia periódica, se trata claramente de practicar la castidad conyugal» (29-VIII-1984).
121.- «El hombre, como ser racional y libre, puede y debe releer con perspicacia el ritmo biológico que pertenece al orden natural. Puede y debe adecuarse a él para ejercer esa “paternidad-maternidad” responsable que, de acuerdo con el designio del Creador, está inscrita en el orden natural de la fecundidad humana».
«El recurso a los “períodos infecundos” en la convivencia conyugal puede ser fuente de abusos si los cónyuges tratan así de eludir sin razones justificadas la procreación»… «Es importante presentar correctamente el método [natural de regular la fertilidad] (Humanæ vitæ 16); es importante sobre todo profundizar en su dimensión ética»…
«El autor de la Humanæ vitæ se expresa así: “Esta disciplina aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de paz, y facilita la solución de otros problemas: favorece la atención hacia el otro cónyuge; ayuda a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraíza más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar los hijos”, etc. (HV 21» (5-IX-1984).
122.-«La paternidad-maternidad responsable, entendida íntegramente, no es más que un importante elemento de toda la espiritualidad conyugal y familiar, es decir, de esa vocación de la que habla la Humanæ vitæ cuando afirma que los cónyuges deben realizar “su vocación hasta la perfección” (25). El sacramento del matrimonio los conforta y como consagra para conseguirla» (25)… «Los cónyuges deben implorar esta “fuerza” esencial y toda otra “ayuda divina” con la oración»; y han de hallar siempre el Auxilio divino en la Eucaristía y en el sacramento de la Penitencia (3-X-1984).
124.- Hace Juan Pablo II un encendido elogio de la virtud de la continencia. «La “continencia”, que forma parte de la virtud de la templanza, consiste en la capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual (concupiscencia de la carne) y sus consecuencias, en la subjetividad psicosomática del hombre. En cuanto disposición constante de la voluntad, merece ser llamada virtud».
Ella, concretamente en la regulación de la fertilidad, «no se limita a oponer resistencia a la concupiscencia de la carne, sino que mediante esta resistencia se abre igualmente a los valores más profundos y más maduros, que son inherentes al significado nupcial del cuerpo en su feminidad y masculinidad, así como a la auténtica libertad del don en la relación recíproca de las personas» (24-X-1984).
Continúa el Papa el estudio de la virtud de la continencia y de la castidad conyugal en las Catequesis 125 (31-X-1984), 126 (7-XI-1984) y 127 (14-XI-1984).
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–Resistencias a «la paternidad responsable»
El rechazo es común fuera de la Iglesia católica. Quienes no son discípulos del Crucificado, lógicamente no quieren saber nada de abstinencias sexuales periódicas o totales, como no vengan exigidas por graves causas (enfermedad, por ejemplo). Suelen ser anti-vida, «cuantos menos hijos mejor», y practican la anticoncepción. Los cristianos paganizados, mundanizados, siguen el mismo camino, que es camino de perdición.
Pero también dentro de la Iglesia, incluso entre cristianos practicantes, encuentra la paternidad responsable con no poca frecuencia persistentes rechazos. Unos, porque, dando crédito al mundo, no confían en los métodos naturales, que suelen conocer mal, y que cuando en grave necesidad los aplican, lo hacen mal, y lógicamente los defraudan. Otros porque estiman que siguiendo los cónyuges sus inclinaciones espontáneas, dejándose llevar por ellas, cumplen mejor la voluntad de Dios providente que si, ateniéndose a la enseñanza de la Iglesia, «se esfuerzan ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto» (GS 50) para regular la natalidad por medios lícitos. Otros porque aplican a la solución de estas graves cuestiones falsos criterios cuantitativos –«cuantos más hijos mejor»–que eximen de discernir y formar con Dios juicios prudentes, conformes a la voluntad divina providente.
En la vida espiritual resolver en clave cuantitativa cuestiones cualitativas lleva normalmente al error. «A la Virgen le agrada el Rosario. En vez de rezar uno cada día, voy a rezar tres. Cuantos más Rosarios, mejor». «El Señor nos manda evitar lo superfluo y vivir la pobreza evangélica. Aunque se resista mi familia, voy a donar una parte importante de mis bienes: cuanto más pobres vivamos, tanto mejor». «Al Creador le agrada que los padres, con la colaboración divina, tengan hijos. Por tanto, cuantos más hijos, mejor». Etc. El criterio cuantitativo, aplicado sin la formación suficiente de juicios prudentes, lleva necesariamente al error.
Por el contrario, «es Dios quien actúa en vosotros el querer y el obrar según su libre designio» (Flp 2,13). Por tanto, sólo puede ser verdadero el discernimiento del cristiano que, con fidelidad incondicional a la moción de la gracia divina, pretende conocer y realizar todo y sólo aquello que Dios quiere darle obrar: no más, no menos, ni otra cosa, por buena y recomendada que sea.
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–En mi libro «Pudor y castidad», publicado por la Fundación GRATIS DATE (Pamplona 2015, 108 pgs.), puede leerse una exposición más desarrollada de estos temas, especialmente en los capítulos 7, 8, 9 y 10. La F.GD ofrece también el texto íntegro de la obra en su portal propio de la web. Eso me permite ofrecer ahora el índice de materias de los capítulos citados, de tal modo que el lector pueda ampliar la exploración de las cuestiones que le interesen con solo entrar en el enlace del capítulo.
Degradación mundana del matrimonio. -Cristo, Salvador del matrimonio. -Imagen de la unión de Cristo con la Iglesia. -Notas del amor conyugal: amor espiritual y sensible; total; exclusivo y fiel; fecundo. -Los hijos, don precioso del matrimonio. -La familia es principio de la sociedad y de la Iglesia. -Virginidad y matrimonio se complementan. -Sacralidad de la transmisión de la vida: los padres, cooperadores del Creador. -La castidad conyugal es necesaria para esta altísima misión. -Doctrina de los últimos Papas. -¿Vale todo en las relaciones conyugales? -La castidad de los padres educa la de los hijos. -Los esposos separados deben guardar castidad y no caer en el adulterio.
8. Castidad en la regulación de la fertilidad
Dignidad de la condición de esposa y madre. -El mundo desprecia a la mujer madre. -Desciende el índicede natalidad hacia un suicidio demográfico. -El mundo paganizado es anti-vida. - La paternidad responsable discierne el número de hijos mirando la voluntad de Dios providente. -La Iglesia estima las familias numerosas; pero también las reducidas: quiere lo que Dios quiera. -Doctrina de la Iglesia sobre la regulación de la fertilidad: mantener siempre unidos unión conyugal y posible transmisión de vida; causas justas y medios lícitos. -La anticoncepción es siempre ilícita. -Pastores y fieles deben asimilar y guardar esta doctrina católica.
9. Castidad en la paternidad responsable
Rechazo frecuente de la paternidad responsable. -Hay cristianos buenos que la entienden al modo semipelagiano. -Piensan que tener más o menos hijos es ante todo «cuestión de generosidad». -Pero seguir el propio impulso no asegura en modo alguno la fidelidad al plan de Dios. -Los matrimonios deben vivir la paternidad responsable tal como la Iglesia la enseña. -Doctrina de Pío XII, Vaticano II, Pablo VI y S. Juan Pablo II. -¿Y cuando un cónyuge es anticonceptivo y el otro no?
10. Castidad en el matrimonio por los métodos naturales
Ordenación natural del matrimonio a la procreación. -En el siglo XX se descubren los métodos naturales. -La Iglesia recomienda la paternidad responsable ejercitada mediante métodos naturales. -Los métodos naturales no están pensados para tener pocos hijos, sino para vivir la paternidad responsable. -La pastoral familiar debe incluir su enseñanza. -Respuesta a diversas objeciones.
Mi libro Pudor y castidad está fundamentado en varios artículos sobre la Castidad conyugal que en 2014 publiqué en mi blog de InfoCatólica Reforma o apostasía: (260), (261), (262) y (263).
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–Josef Seifert y la paternidad responsable
El profesor austríaco Josef Seifert (1945–) nos tiene acostumbrados a enseñar la doctrina católica con toda fuerza y claridad, y a reprobar los errores contrarios. Recientemente ha fundado y preside la Academia Juan Pablo II para la Vida Humana y la Familia. En una entrevista que le hace Edward Pentin sobre una posible reinterpretación de la Humanæ vitæ, publicada en Infocatólica (15-VII-2018), el ilustre filósofo da, una vez más, un testimonio lúcido y valiente de la doctrina de la Iglesia. Sin embargo, en uno de sus párrafos, aludiendo a lo que él llama «la planificación familiar» parece que contraría la enseñanza católica sobre «la paternidad responsable», o en otras palabras, sobre «la regulación natural de la fertilidad». Quizá sea sólo una imprecisión en las palabras, que no es rara en el texto de las entrevistas. Dice así el profesor Seifert (subrayados míos).
«La formulación del deber de la planificación familiar como se expresa en HV es a menudo mal interpretada. Ciertamente, no puede querer decir que los padres de familias numerosas del Camino Neocatecumenal o los padres de Santa Catalina de Siena, que fue, junto a su hermana gemela el número 26 de los hijos de esta familia, actuaron irresponsablemente. Dejar absolutamente en las manos de Dios el número de hijos que Él nos quiere dar, debería ser la actitud normal de los padres; y la planificación familiar sería la excepción justificada por razones muy serias, que afectarían a bienes superiores o más urgentes que la vida de una nueva persona».
Según se interprete, ese «dejar absolutamente en las manos de Dios», etc. parece contradecir la doctrina católica sobre «la paternidad responsable», ya que al recomendar un exclusivo abandono confiado en la Providencia divina, viene a suprimir normalmente en la vida de los esposos la formación de un juicio recto y prudente, por el que lleguen a conocer y realizar la exacta voluntad divina, como «cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes» (Vat. II, GS 50).
Ya hemos visto cómo el Vaticano II enseña que por «la paternidad responsable» los esposos «se esforzarán ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos […] este juicio deben formarlo ante Dios los esposos personalmente» (GS 50). Y San Juan Pablo II:
«El hombre, como ser racional y libre, puede y debe releer con perspicacia el ritmo biológico que pertenece al orden natural. Puede y debe adecuarse a él para ejercer esa “paternidad-maternidad” responsable que, de acuerdo con el designio del Creador, está inscrita en el orden natural de la fecundidad humana» (Catequesis 5-IX-1984). «La paternidad-maternidad responsable, entendida íntegramente, no es más que un importante elemento de toda la espiritualidad conyugal y familiar, es decir, de esa vocación de la que habla la Humanæ vitæ cuando afirma que los cónyuges deben realizar “su vocación hasta la perfección” (25)» (ib. 3-X-1984).
José María Iraburu, sacerdote
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