Homilía para el domingo XVI del tiempo durante el año B

Para comprender bien este Evangelio, es necesario ponerlo en relación con los Evangelios de los últimos domingos. Recordarán que, en el Evangelio de hace dos semanas, Jesús comenzaba su ministerio en su ciudad de Nazaret. El domingo pasado enviaba a sus discípulos en misión, de dos en dos, enumerando los prodigios que acompañarían la fe de aquellos que crean en él. Hoy, los discípulos vuelven de su misión, visiblemente satisfechos de los resultados, mientras refieren a Jesús lo que han hecho. A partir del próximo domingo, dejaremos el Evangelio de Marcos para tomar el de Juan, que nos acompañará por algunas semanas, y entonces veremos a Jesús ejercitar su misión pastoral nutriendo a la multitud, sea de pan material como de alimento espiritual.

Vemos en todo esto el primer aspecto de la misión de Jesús y de sus apóstoles. Esta misión consiste en nutrir a la muchedumbre de pan –el pan material, y también el pan de la Palabra. En la vida de Jesús mismo, hay una alternancia, por una parte, de largas jornadas de predicación y de atención a todos las necesidades materiales y espirituales de la gente, y por otra, de largas horas pasadas, sobre todo a la noche, en soledad, rezando a su Padre. En el Evangelio de hoy, cuando los discípulos vuelven de su intensa misión, en el curso de la cual ellos han predicado la Palabra, curado enfermos y expulsado demonios, Jesús los invita a pasar a la otra orilla, en un lugar solitario, a parte, para descansar un poco. Sin embargo, ellos tendrán la experiencia que, una vez entregados a la misión, no será más posible separarse de las necesidades de la gente. Ellos deben llevárselas en su soledad, hasta en su descanso.

Cuando Jesús se retira en soledad, la muchedumbre lo sigue. Pero allá, en el desierto, aquellos que lo han seguido reciben una palabra diversa, y otro pan: la palabra y el pan que se desarrollan en el silencio, y que nos conectan a aquél silencio primordial en el cual todo fue creado. En este relato Evangélico, Jesús aparece como el nuevo Moisés, el último y verdadero pastor, que conduce a su pueblo a través del desierto, hacia la experiencia mística de la oración solitaria, y nutriéndolo en el camino con un nuevo maná.

En la Iglesia, algunos están llamados a expresar en su vida sobretodo el primer aspecto de la misión de Cristo; otros, el segundo. En cada caso se trata de una participación en el misterio de Cristo en su globalidad, y ninguno puede descuidar el otro aspecto, sea el misionero o el contemplativo.

Los que nos dedicamos al apostolado y los religiosos y religiosas de vida contemplativa no podemos olvidar a nuestros hermanos que tienen hambre del pan espiritual y material, y no debemos sorprendernos que nos busquen, incluso en los monasterios, la gente hace el paso a la otra orilla a buscar a los que reposan con Jesús. San Pablo, el apóstol de la unidad, ¿no nos recuerda, acaso, en la segunda lectura, que Cristo vino a reconducirnos al Uno, haciendo desaparecer, no solo las divisiones entre judíos y gentiles, sino también toda forma de división entre los seres humanos?

Dice san Gregorio Magno: “Por eso, la Verdad misma (Cristo), se nos mostró en la asunción de nuestra humanidad, mientras sobre el monte se sumerge en la oración en la ciudad obra milagros; esto evidentemente en el intento de allanar el camino de la imitación de los buenos guías de almas, porque, aunque se abría a las supremas alturas de la contemplación, no dejaba de mezclarse con la compasión por las necesidades de los débiles. En efecto, la caridad tiende admirablemente a lo alto cuanto más atraída está a lo bajo de la misericordia hacia el prójimo; y con cuanta mayor benevolencia se pliega hacia la debilidad, tanto más gallardamente se alza a las cumbres”. (Lib. Reg. Pastor, 2, 5).

La predicación de Jesús la tenemos en las lecturas que hemos escuchado. Entremos ahora en el misterio de la Eucaristía, y pasemos juntos a la otra orilla, dejando detrás, al menos por un momento, nuestros problemas y nuestras preocupaciones. Recibiremos el Maná que el nuevo Moisés tiene reservado para nosotros. Que María santísima nos ayude a vivir en la misericordia de Dios.

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