Como bien saben todos los lectores de este blog que viven en España, los taxistas están en huelga y están bloqueando varias ciudades para evitar que el Estado otorgue más licencias a los VTC (Uber, Cabify, etc).
No es propósito de este blog inmiscuirse en contiendas acerca de asuntos contingentes. Mi blog está más centrado en cuestiones clericales, cinéfilas, locuras arquitectónicas, nimiedades de mi día a día y cosas similares. Pero este conflicto tiene implicaciones morales que sí que pienso que es justo abordarlas; porque aquí está en juego lo justo. No voy a hacer una larga argumentación, sino que paso directamente a las conclusiones, por lo menos, mis conclusiones. Ya advierto que no este post no es una fría página de un manual de moral, sino unos comentarios con sal y pimienta.
Nota de descargo: Que me perdonen los buenos taxistas que he conocido por este post que hoy publico. Hay magníficos taxistas. Los he conocido. Este no es un post contra los taxistas, sino un escrito respecto a ese sector tomado en general. Esto es lo mismo que en mis posts sobre la II Guerra Mundial: muchos pobres granjeros alemanes no tenían ninguna culpa de que se les diera un casco y un fusil.
El sector del taxi en España (y no solo en España) se ha caracterizado por dar muy mal servicio. En eso todos estamos de acuerdo. Podría contar muchas anécdotas, pero alargaría mucho este post. Los engaños no son algo excepcional, sino algo más usual de lo deseable. Yo, en mi corta vida, ya he sufrido varios de estos timos. Como me dijo un taxista, al volver esa mañana de América: Es que hace poco han cambiado las tasas.
Ya es mal signo ver que la identificación del taxista (pegada en el parabrisas) está, casualmente, boca abajo en su funda plastificada, o situada en la esquina del lado del conductor detrás de objetos que hacen imposible leerla.
A eso se une la inveterada costumbre de que los taxistas siempre han atendido las mejores zonas de la ciudad, dejando otras desatendidas. Y no puedes decir nada, porque para lo que no les interesa es un servicio público, y para lo que no les interesa son libres porque es un negocio privado. Resumo y no me alargo, porque podría alargarme en esta dicotomía siempre usada a su favor.
Los taxistas siempre han exigido aumento de tasas, con lo cual menos gente tomaba el taxi. Como ganaban menos, reaccionaban subiendo las tasas para así poder vivir. El resultado es que, hoy día, solo toma el taxi el que no tiene otro remedio.
Ningún gobierno ha querido reformar este sector porque los taxistas están muy unidos y pueden paralizar las ciudades y lo han hecho cada vez que han exigido algún cambio. Los taxistas y los mineros tienen algún gen común, los gobiernos lo saben. Y, por no crearse problemas, los ayuntamientos siempre han acabado cediendo.
El Poder Ejecutivo sabía que este monopolio del taxi evitaba que pudieran aparecer alternativas privadas. Pero un monopolio es un monopolio, y lo único que quiere un monopolio es que no acabe el monopolio. He aquí la clave de toda esta cuestión.
Cuando aparecieron las VTC, los taxistas lo tuvieron muy claro: era su final. ¿Quién escogería un servicio caro y que te llevaba a los lugares si quería, solo si quería, y que pone la música a todo volumen, aunque el conductor vea que estás atendiendo el teléfono; frente a un servicio con un coche mejor, un conductor amable, más barato y que te dejaba estar en el asiento delantero en viajes largos? ¡Encima podías calificar en Internet el trato del conductor! ¡Y no te engañaban! Lo sabían, era como la canción: This is the end, my only friend. El “friend” era el gobierno de turno, amigo de ceder para no crearse problemas.
Los que hemos viajado en otras ciudades del extranjero, hemos comparado entre el servicio amable, barato y de calidad de las VTC y el servicio prehistórico de los amantes de ambientador en forma de pino. No hay punto de comparación.
¿Cómo pienso que acabará este conflicto? Por supuesto que acabará en que el gobierno cederá ante los taxistas, vaya que si cederá. Todos seguiremos disfrutando de un mal servicio y caro, pero el monopolio seguirá.
Porque no nos olvidemos que detrás de todas esas barricadas de taxis lo único que se dirime es si los ciudadanos tienen derecho a escoger el servicio que deseen, o tienen que seguir en manos unos cuantos miles de taxistas que no quieren perder su monopolio. Es eso, solo eso. Es como si Telepizza fuera un servicio nacional monopolístico y paralizara la nación porque no quiere permitir que haya otras compañías de pizzas.
¿El gobierno cederá? Por supuesto que cederá. Y dirá, ya lo veréis, que después de muchas negociaciones se ha logrado LA SOLUCIÓN MÁS JUSTA.
Qué bonito. La solución más justa. Me encanta. A ver si logramos la “solución más justa”, ya puestos, con Telepizza, con Burger King, con las eléctricas y con las distribuidoras de hidrocarburos. Perdón, con estas dos últimas ya han llegado a la “solución más justa”. Tan justa como la de los taxistas.
Lo malo es que así ocurre en infinidad de cuestiones que afectan al bien común, pero que no saltan a la prensa. La mayoría de los políticos no suelen tener demasiada estima por el bien de la mayoría. Y, bajo la mesa, se toman cada año centenares de pequeñas y grandes decisiones que tienen repercusión en nuestras vidas. No estoy hablando de corrupción, sino de un afán por evitarse problemas en la propia carrera política. Afán que se resume en la frase que concluye este tipo de discusiones entre lo justo y lo injusto: Si hay que ceder, se cede.
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