Me sigue sorprendiendo cuando se acerca alguien a confesar o pedir consejo para su vida espiritual, muchas veces me diga que “tiene que ser capaz”. No solo es que me sorprenda. Es que cuando oigo esas cosas, directamente corto y digo que no, que no es eso.
Hagan la experiencia de acudir a alguna librería de buen tamaño y acérquense a la sección “religión”. Ya les digo yo lo que se van a encontrar: alguna biblia, quizá una biografía o unos escritos del papa Francisco y una colección inmensa de libros de autoayuda. Muy significativo.
No sé de dónde hemos sacado, me lo barrunto, que la vida del cristiano es un proceso de superación personal que parte del conocimiento profundo del yo, de la identificación de nuestras zonas erróneas, se alimenta de un profundo conocimiento personal, avanza a través de ejercicios de superación, se enriquece con terapias de grupo y aclara sus oscuridades a través de la lectura y meditación de las chorradas de Coelho, las supuestas exquisiteces de “El Profeta” de Gibrán y las perlas de Benedetti.
Unan a todo eso esto tan bonito de “tienes que cuidarte”, “ser tú mismo”, “mimar tu personalidad”, “lo importante es avanzar” y “no dejes que nadie decida por ti” y el resultado es llegar a la conclusión de que tengo que ser capaz.
En estos casos, tan generalizados por otra parte, no queda más remedio que empezar de cero. Peor. Empezar de menos diez. De cero se empieza cuando no hay nada. Cuando lo que te encuentras es un cúmulo de errores que afectan a la esencia de tu fe, la cosa se pone peor. No hay un solo concepto que se salve.
No es cambiar, avanzar, ni perfeccionarte. Es convertirte a Cristo y emprender el camino de la santidad. No se trata de conocer zonas erróneas ni dedicarse al conocimiento del yo. Eso se llama examen de conciencia. Tampoco nos sirve de nada el contrastar con otros. Mejor hablemos de dirección espiritual. No merece la pena pasarse el día entre Coelho, Gibrán y Benedetti. Mucho mejor los grandes autores cristianos.
La clave del todo es volver a descubrir una cosa tan esencial y tan olvidada como la gracia de Dios. El cambio, el camino a la santidad, que no otra cosa es el proyecto del cristiano, no es un problema de auto superación ni esfuerzo personal. Es apertura a la gracia, es dejarse moldear por la gracia de Dios.
Por eso, cuando me dicen que “tienen que ser capaces”, lo que hago es animarles en la oración, invitar a la confesión frecuente, a la misa, buena lectura… Evidentemente que algo hay que esforzarse, pero ese esfuerzo mejor lo pongan en cuidar y fortalecer su vida cristiana. Con una vida cristiana así, los vicios desaparecen y las virtudes aumentan.
No es cosa de ser capaz o de esforzarse y dedicar la vida a la autoayuda. Es abrirse a la gracia. Por eso digo que necesitamos un recomponer ideas desde el principio. Regresar al “¿Eres cristiano?” Soy cristiano por la gracia de Dios. Por la gracia. Oigan, que era la primera pregunta.
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