La liturgia diaria meditada - Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo (Mc 9, 2-10) 25/02

Domingo 25 de Febrero de 2018
2º domingo de Cuaresma
Morado.

Semana II para el Salterio.

Martirologio Romano: En Nazianzo, de la región de Capadocia, san Cesáreo, médico, hermano de san Gregorio Nazianceno († 369).

Antífona de entrada         Sal 26, 8.9
Mi corazón sabe que dijiste: “Busquen mi rostro. Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí”.

O bien:         Cf. Sal 24, 6. 2. 22
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, que son eternos: que nuestros enemigos no triunfen sobre nosotros. Dios de Israel, líbranos de todas nuestras angustias.

Oración colecta    
Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra, para que, después de haber purificado nuestra mirada interior, podamos contemplar gozosos la gloria de su rostro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Te pedimos, Señor, que este sacrificio borre nuestros pecados y santifique el cuerpo y el alma de tus fieles, para que podamos celebrar dignamente las fiestas pascuales. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión      Mt 17, 5
Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: “Escúchenlo”.

Oración después de la comunión
Después de haber recibido estos gloriosos misterios, Padre, te damos gracias porque, aun viviendo en la tierra, ya nos haces partícipes de los bienes del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo    (Facultativa)
Señor, bendice a tus fieles y protégelos constantemente; haz que se identifiquen de tal modo con el Evangelio de tu Hijo, que anhelen siempre aquella gloria con la que se mostró a los Apóstoles, y puedan alcanzarla felizmente. Por Jesucristo, nuestro Señor.

1ª Lectura    Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18
Lectura del libro del Génesis.
Dios puso a prueba a Abraham. “¡Abraham!”, le dijo. Él respondió: “Aquí estoy”. Entonces Dios le siguió diciendo: “Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré”. Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: “¡Abraham, Abraham!”. “Aquí estoy”, respondió él. Y el Ángel le dijo: “No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único”. Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: “Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz”.
Palabra de Dios.

Comentario
Dios renueva su promesa de formar un pueblo. El escenario es aquí el monte Moria. El lugar alto que habitualmente se usaba para todo tipo de sacrificios, es también lugar de la revelación de Dios. Allí, en lo alto, Abraham e Isaac, padre e hijo, germen del pueblo que surgirá de ellos, escuchan la palabra que Dios pronuncia con juramento: él bendecirá y engrandecerá.


Sal 115, 10. 15-19
R. Caminaré en presencia del Señor.
Tenía confianza, incluso cuando dije: “¡Qué grande es mi desgracia!”. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! R.

Yo, Señor, soy tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor. R.

Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. R.

2ª Lectura    Rom 8, 31b-34
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? “Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos?”. ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?
Palabra de Dios.

Comentario
“Estas palabras se basan en la convicción de que Dios dirige el curso de la historia y de la naturaleza, según un designio salvador en el que, por amor, nos ha destinado a la resurrección con su Hijo en un mundo reconciliado. Por eso concluye en un himno al amor de Dios: en Cristo, Dios está de una manera definitiva e irrevocable en favor nuestro”.

Aclamación Mt 17, 5
Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.

Evangelio     Mc 9, 2-13

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría “resucitar de entre los muertos”. Y le hicieron esta pregunta: “¿Por qué dicen los escribas que antes debe venir Elías?”. Jesús les respondió: “Sí, Elías debe venir antes para restablecer el orden en todo. Pero, ¿no dice la Escritura que el Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser despreciado? Les aseguro que Elías ya ha venido e hicieron con él lo que quisieron, como estaba escrito”.
Palabra del Señor.

Comentario

Jesús viene señalando el camino hacia Jerusalén, despojado de todo triunfalismo y dispuesto a sufrir el rechazo. Y hace un alto en el camino. Muchos estudiosos interpretan así el sentido de la Transfiguración en esta etapa de su camino a Jerusalén: Jesús anticipó el rechazo que sufrirá, pero también quiso que sus discípulos supieran lo que espera más allá. Por eso se muestra transfigurado, anticipando la gloria que vivirá junto al Padre. Y con esta esperanza los exhorta a seguir caminando.
Oración introductoria
Jesucristo, ¡qué hermosa experiencia tuvieron Pedro, Santiago y Juan! Y hoy, de algún modo, me invitas a compartir esta experiencia en mi oración. Concédeme acallar mis preocupaciones para guardar ese silencio que me permita contemplarte y alabarte como mi Señor y mi Dios. 
Señor, que mi corazón no se apegue al mundo, a lo pasajero, que sólo aspire a gozar de tu amor en la eternidad. 
Meditación 
La montaña del Tabor, como la del Sinaí, es el lugar de la proximidad con Dios. Es el espacio elevado, respecto a la existencia diaria donde se respira el aire puro de la Creación. Es el lugar de la oración donde se está en la presencia del Señor, como Moisés y Elías que aparecen con Jesús transfigurado hablando con Él acerca del Éxodo que le esperaba en Jerusalén (es decir, su Pascua).
Jesús, después de la confesión de Pedro, empezó a mostrar la necesidad de que el Hijo del hombre fuera condenado a muerte, y anunció también su resurrección al tercer día. En este contexto debemos situar el episodio de la Transfiguración de Jesús. Atanasio el Sinaíta escribe que «Él se había revestido con nuestra miserable túnica de piel, hoy se ha puesto el vestido divino, y la luz le ha envuelto como un manto». El mensaje que Jesús transfigurado nos trae son las palabras del Padre: «Éste es mi Hijo amado; escuchadle» (Mc 9,7). Escuchar significa hacer su voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, tomar nuestra cruz y seguirlo.
«Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que nadie en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo» (Mc 9,3). Este hecho simboliza la purificación de la Iglesia. Y Pedro dijo a Jesús: «Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mc 9,5). San Agustín comenta bellamente que Pedro buscaba tres tiendas porque todavía no conocía la unidad entre la Ley, la Profecía y el Evangelio.
«Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: ‘Éste es mi Hijo amado, escuchadle’» (Mc 9,7). La Transfiguración no es un cambio en Jesús, sino la Revelación de su Divinidad. Pedro, Santiago y Juan, contemplan la Divinidad del Señor, se preparan para afrontar el escándalo de la Cruz. ¡La Transfiguración es un anticipo de la Resurrección!
«Rabbí, bueno es estarnos aquí» (Mc 9,5). La Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la vida no son puntos de llegada, sino luces que Él nos da en la peregrinación terrena para que “Jesús sólo” sea nuestra Ley, y su Palabra sea el criterio, el gozo y la bienaventuranza de nuestra existencia.
Con el fin de evitar equívocos y malas interpretaciones, Jesús «les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos» (Mc 9,9). Los tres apóstoles contemplan a Jesús transfigurado, signo de su divinidad, pero el Salvador no quiere que lo difundan hasta después de su resurrección, entonces se podrá comprender el alcance de este episodio. Cristo nos habla en el Evangelio y en nuestra oración; podemos repetir entonces las palabras de Pedro: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!» (Mc 9,5), sobre todo después de ir a comulgar.
Que la Virgen María nos ayude a vivir intensamente nuestros momentos de encuentro con el Señor para que lo podamos seguir cada día con alegría, y nos ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la Cruz con vista a participar también de su Gloria.
Diálogo con Cristo
Señor, concédeme adherirme a tu voluntad de tal manera, que sea yo una sola cosa contigo. Tu amor es lo más importante en mi vida porque me ha liberado de la esclavitud de mi egoísmo y soberbia. Que tu gracia me transfigure y me convierta en luz que ilumina el camino de los demás. 
Propósito
Darme el tiempo para contemplar y alabar a Cristo en la Sagrada Eucaristía.

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