Triunfo del emotivismo

El escritor británico Anthony Daniels (Londres 1949) es médico psiquiatra, ha trabajado en Zimbabue y Tanzania y también en hospitales y prisiones del Reino Unido. En su libro El sentimentalismo tóxico, publicado en España por Alianza en el año 2016, Daniels sostiene que la deriva sensiblera afecta a todo Occidente, y resulta quizás más llamativa en pueblos como el británico, que en tiempos habían hecho del autocontrol emocional –la famosa “flema”- su seña emblemática de identidad. La nación que aguantó sin pestañear las devastaciones de la Luftwaffe en 1940, gimoteaba inconsolable en 1997 por la muerte de una princesa pop que había aireado sus adulterios (y los del príncipe Carlos) ante las cámaras. 


Se confirma “que Gran Bretaña había dejado de ser un país de estoicismo, autocontención y responsabilidad para pasar a ser una tierra de sentimentalismo, irresponsabilidad y autoindulgencia”. Lady Di consiguió ese grado de veneración popular precisamente porque encarnaba las nuevas características de la sociedad inglesa en su propia vida amorosa caótica, en su publicitada militancia en sucesivas causas buenistas y en su reivindicación de la autenticidad emocional frente a una Familia Real percibida como envarada y gélida.


Lo más grave para Daniels es que el sentimentalismo se ha convertido en un fenómeno de masas y ejerce un poder coercitivo sobre la población. Hoy hay que ser sentimental desde la cuna hasta la tumba. Aquel que no experimente las emociones de la mayoría se convierte en un enemigo del pueblo. La contención hoy es interpretada como inhumanidad.


La emoción desbordada distorsiona el juicio racional y, cuando la distorsión es masiva, las consecuencias públicas pueden ser graves. Ahora, en cambio, vivimos en una sociedad que rinde culto a los sentimientos, exige su exhibición impúdica y consume ávidamente la emoción ajena.


El sentimentalismo, nos dice el psiquiatra británico, es algo tan fácil de detectar como difícil de definir. Se podría decir que viene de la expresión exagerada de nuestras emociones en detrimento del uso de la razón. Una sociedad que se mueve más por las emociones que por la razón puede ser fácilmente manipulada por cualquier demagogo oportunista que carezca de escrúpulos para adular los buenos sentimientos de la gente con el fin de hacerse con el poder. Por eso, detectamos el sentimentalismo en campos tan diversos como el lenguaje, la política, la educación, el medio ambiente o la religión.


Carlos Javier Alonso

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05:31

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