Todo lo que voy a recoger a continuación lo he traducido de “El libro de las maravillas. 365 historias verdaderas para leer cada día, cuando uno quiera. Dios obra en el mundo”, iniciativa del Consejo de presidencia del Gran Jubileo del año 2000, bajo la dirección de Mons. Joseph Doré, arzobispo de Estrasburgo, realizado por un equipo internacional de 158 especialistas, y editado por el consorcio MAME/PLON.
En la página 71 (y ss), en la lectura correspondiente al 4 de enero [hay una para cada día, del 24-XII-1999 al 25-XII del año siguiente, “Al alba del tercer milenio"], aparece la insigne figura deClemente de Roma, cuarto sucesor de Pedro a la cabeza de la Iglesia Católica.Y lo hace en el momento y con ocasión de la Exhortación que dirige a la Iglesia en Corinto, donde se había levantado una gran rebelión contra la propia jerarquía de esa comunidad: rebelión que había llegado a oídos de la misma Roma, y la reacción de Clemente no se hizo esperar, convocándola a la paz y a la caridad.
Les remite la carta con tres enviados especiales: Claudius Ephebus, Vlarius Biton y Fortunatus, con la intención de que le traigan, lo más pronto posible, la respuesta viva y eclesial de esa comunidad: “que han vuelto la paz y la concordia"; como les había exhortado: nada podría darle alegría mayor.
El tema no era nuevo, pues ya Pablo, fundador de la comunidad cristiana de esa ciudad -cuyo recuerdo estaba aún muy presente-, tuvo que arreglar, cuarenta años antes, graves conflictos doctrinales. Y por eso les escribió, y duramente. Tras las crueles persecuciones del emperador Domiciano, se habría podido esperar que, al menos entre los hermanos supervivientes, sabrían vivir en paz. Pero Corinto es mucho y siempre Corinto. Esta vez las cosas habían ido demasiado lejos, pues se había depuesto a los presbíteros, cabezas de la comunidad: un ejemplo desastroso y un motivo grave de escándalo para las demás Iglesias.
El relato que hace el libro de todo el asunto, y los textos que recoge a este propósito, no tienen desperdicio; y es a lo que iba: porque el ayer es el maestro del hoy. Y transcribo:
“Como Pablo en su tiempo, Clemente ha enviado pues a Corinto a sus embajadores encargados de restablecer el orden, y les ha confiado una larga exhortación que, así lo espera, reconducirá al buen sentido a los corintios pendencieros. Si el obispo de Roma cree su deber intervenir para restablecer la paz, es porque el sucesor de Pedro es muy consciente de su “autoridad fundacional", que le hace responsable de la unidad de todas las Iglesias, "el mayor de todos los bienes" según Ignacio de Antioquía. La Iglesia de Roma no puede sino interceder a favor de la concordia: “Nosotros os hemos enviado hombres fieles y sabios: ellos serán testimonio entre nosotros y vosotros. Reenviadnos pronto, en paz y con gran alegría, a nuestros delegados: (…) para que nos anuncien que la paz y la concordia han vuelto”.
>Los emisarios romanos son (…) localizados [en el barullo del gran puerto] llegados en el barco de Roma, y son conducidos al lugar de la asamblea donde están ya todos en suspenso [esperando y luego] atendiendo a la lectura de la preciosa carta. Pesado pero atento, el silencio acompaña las primeras palabras de la misiva: La Iglesia de Dios que está en Roma, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, gracia sobre todos vosotros, paz de parte de Dios Todopoderoso por Nuestro Señor Jesucristo.
>Sin embargo, enseguida el saludo deja paso a los reproches: Clemente no sabría entretenerse con circunloquios. Y entra, sin más dilación, en el núcleo del tema fustigando contra una revuelta inadmisible y deplorable para los elegidos de Dios, homicida e impía, que un puñado de individuos, agitadores exaltados y arrogantes, han encendido. ¿Les suena lo del ‘puñado de individuos’? De entre la asamblea algunos asistentes están verdaderamente confusos…
>Unos presbíteros han sido perseguidos, prosigue el obispo de Roma, cuando vivían de manera irreprochable su ministerio de cara al rebaño de Cristo, con humildad, tranquilamente, sin rastro de vileza, desde los que a todos llegaba su buen ejemplo, han sido depuestos de su ministerio… Ésto ha hecho nacer un cisma que ha pervertido a muchos, a otros muchos los ha descorazonado, y a otros los ha llevado a la duda…, ¡y la revuelta sigue!"
>Si Clemente, hombre sabio y de amable dulzura, interviene sin dudar en la vida y en la organización de la comunidad de Corinto, es porque la Iglesia entera está en peligro cuando el escándalo de la división se ha extendido por todas partes [y, lo que es aún peor]: ¡Judíos y paganos sacan de ahí argumentos para blasfemar el nombre del Señor! El ruido ha llegado hasta nosotros: da vergüenza escuchar que la venerable Iglesia de Corinto se ha levantado contra sus pastores.
>Probablemente de origen judío y de tradición levítica, modelado por la cultura rabínica, Clemente puntualiza su carta con referencias a la Escritura. La unidad de la Iglesia inicia su camino en la historia del Pueblo de Dios y de sus grandes patriarcas; y tiene su ápice en Cristo, con su Pasión que nos salva, con su gloriosa resurrección. La Iglesia es una porque es el único Cuerpo de Cristo, es una porque solamente Ella puede conducir a la humanidad a la salvación. Esta unidad en Cristo, por Cristo, Clemente la martillea [una y otra vez]. […] Los grandes no pueden existir sin los pequeños -escribe- y los pequeños sin los grandes; existe una cierta mezcla y todas las cosas tienen su utilidad. […]
>La atención del auditorio no se relaja ni un instante. Un fuerte soplo lírico emana de la misiva, mientras que la comunidad de Corinto es invitada a meditar el ejemplo de la naturaleza, la armonía de los extremos, la serena alternancia de las estaciones: El día y la noche siguen su curso… el sol, la luna, el conjunto de los astros describen sus órbitas por los límites que les han sido asignados, la tierra fecunda suministra sus frutos en las estaciones convenientes… los abismos insondables de los lugares subterráneos de las regiones indescriptibles… la capacidad del mar infinito no traspasa las barreras entre las que ha sido encerrada, el océano sin riberas, y los mundos que están más allá, las estaciones de la primavera, del verano, del otoño y del invierno se suceden en paz, los vientos en su demora cumplen sus oficios siguiendo el tiempo convenido, las fuentes inagotables creadas para el gozo y la salud, proporcionan la vida sin agotarse…
>Clemente pone también como ejemplo el rigor de la administración romana y la disciplina de sus legiones. Apela al “espíritu cívico” de los cristianos: Sirvamos como soldados con todo el celo posible bajo las órdenes irreprochables… Ved a esos soldados que sirven bajo sus jefes: con qué disciplina, con qué docilidad, con qué subordinación ejecutan los trabajos que les son confiados. Es una gran lección para la comunidad dividida de Corinto: Todos no son comandantes en jefe, ni tribunos militares, ni centuriones, ni cincuentenarios y así sucesivamente, ¡pero cada uno desde su propio rango ejecuta las órdenes prescritas por el emperador y por los jefes!
>En su oración de acción de gracias, el obispo no duda en recomendar a los fieles que recen por aquellos que nos gobiernan, es decir, por aquellos incluso que, en ese mismo momento, persiguen a la Iglesia. Dales, oh Señor, salud, paz, concordia, estabilidad para que ellos ejerzan sin falta el gobierno otorgado por Tí, pues eres Tú, oh Maestro celestial, Rey de los siglos, el que das a los hijos de los hombres la gloria, el honor y el poder de lugartenientes sobre la tierra. Tú, oh Señor, dirige sus consejos para que sigan lo que es bueno y agradable a ts hojos, a fin de que, ejerciendo religiosamente en la paz y la dulzura, el poder a los que se lo has dado, te encuentren propicio…
>Todos comprenden que es preciso acabar con las querellas. Para restablecer la unidad de la Iglesia es necesario vivir en un espíritu de caridad y someterse a los que han recibido la carga de la unidad. Con algunas variaciones, Clemente retoma el himno a la caridad que Pablo compuso algunos decenios antes para esos mismos corintios (2 Co, 13): Todo el que tiene la caridad de Cristo, que cumpla los mandamientos de Cristo. El lugar de la caridad de Dios, ¿quién puede expresarlo? La grandeza de su bondad, ¿quién es capaz de contarla? La altura de la caridad que nos levanta es inenarrable. La caridad nos une a Dios, recubre todos los pecados. La caridad se resigna a todo, soporta todo; nada de vulgar hay en la caridad, en la caridad nada hay de orgulloso; la caridad, no lleva al cisma, la caridad no se revuelve, la caridad hace todas las cosas en concordia. porque es por la caridad que se alcanza la perfección de todos los elegidos por Dios; sin la caridad nada es agradable a Dios. Porque es por la caridad como nos ha escogido el Maestro; es a causa de la caridad que Él tuvo hacia nosotros como Jesucristo Nuestro Señor nos entrega su sangre según la voluntad de Dios y su carne por nuestra carne y su alma por nuestra alma.
>Estas palabras contienen una mordaz actualidad y la comunidad las recibe como si el mismo Pablo se las hubiese enviado. El mensaje alcanza su finalidad. Y es en la unidad y en el fervor recobrados como la asamblea se asocia a la ardiente plegaria universal con la que Clemente acaba su exhortación: Saciad a los hambientos, liberad a nuestros prisioneros, alzad a los débiles, consolad a los pusilánimes.
Sí, Maestro, haz brillar tu rostro sobre nosotros, para el bien, en la paz, para protegernos de la mano poderosa, para liberarnos de todo pecado, por tu brazo extendido, y librarnos de aquellos que nos odian injustamente.
Danos la concordia y la paz, a nosotros y a todos los habitantes de la tierra como Tú se la has dado a nuestros padres.
Haznos sumisos a tu Nombre todopoderoso y santísimo así como a aquellos que nos gobiernan y nos dirigen sobre la tierra.
Te damos gracias por el Gran Sacerdote y Protector de nuestras almas, Jesucristo, para el que son la gloria y la magnificencia, ahora y de generación en generación y por los siglos de los siglos sin fin. Amén.
>La carta de Clemente será meditada desde entonces regularmente por la comunidad, la cual cada vez encontrará en ella un poderoso remedio a sus humores querellosos. La iniciativa de Clemente de Roma, además de sus virtudes apaciguadoras, constituye el precioso testimonio de la misión particular de unidad al servicio de la Iglesia toda entera que asume desde el primer siglo el obispo de Roma“.
Así ha actuado siempre la Iglesia. Siempre…, hasta ahora: cuando día sí y día también se consienten y se permiten palabras, gestos, acciones y omisiones que rompen -y así lo dicen tantos y tantos expresamente- la unidad litúrgica, la unidad doctrinal, la unidad de la Tradición y la unidad eclesial; es decir, la unidad de la Iglesia misma, de la Iglesia toda.
Como lo que sobran son ejemplos, con sus protagonistas correspondientes a todos los niveles, no me detengo en esos “detalles". Son de sobra conocidos. Pero el daño está haciéndose, los malos ejemplos cunden, los “rotos” y desgarros ahí están…; y no sólo no se ve ninguna voluntad en la “autoridad fundacional” de remediar las cosas, sino más bien todo lo contrario: es desde la misma “autoridad fundacional” desde donde se promueve el lío y se confirma a los liantes.
Igualito que con Clemente de Roma. Es lo que va de ayer a hoy en la Iglesia Católica.
Publicar un comentario