“Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme”. Tal vez hoy nos falte esta actitud reverente y confiada ante Cristo, porque se nos ha debilitado la fe y ya no lo reconocemos vivo y presente en su Iglesia. Tal vez nos da vergüenza postrarnos de rodillas en la quietud de nuestras iglesias que permanecen, demasiado tiempo, vacías. Y, tal vez por eso mismo, nos cuesta librarnos de la lepra del pecado, tan peligrosa y más que la lepra física, como enseña el catecismo: “El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz”.
Es hora de reavivar la fe y acudir a Cristo en el sacramento de la confesión para pedirle limpieza de conciencia y fundirnos después con Él en abrazo sanador en la comunión. Escucharemos del sacerdote en nombre de Cristo: “¡Quiero, queda limpio!” y saldremos renovados y dispuestos a renovarlo todo a nuestro alrededor ¡No nos descuidemos!
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