8 de febrero.

JUEVES DE LA SEMANA 5ª DEL TIEMPO ORDINARIO

Primer Libro de los Reyes 11,4-13.

Así, en la vejez de Salomón, sus mujeres les desviaron el corazón hacia otros dioses, y su corazón ya no perteneció íntegramente al Señor, su Dios, como el de su padre David. Salomón fue detrás de Astarté, la diosa de los sidonios, y detrás de Milcóm, el abominable ídolo de los amonitas. El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, y no siguió plenamente al Señor, como lo había hecho su padre David. Fue entonces cuando Salomón erigió, sobre la montaña que está al este de Jerusalén, un lugar alto dedicado a Quemós, el abominable ídolo de Moab, y a Milcóm, el ídolo de los amonitas. Y lo mismo hizo para todas sus mujeres extranjeras, que quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses. El Señor se indignó contra Salomón, porque su corazón se había apartado de él, el Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces y le había prohibido ir detrás de otros dioses. Pero Salomón no observó lo que le había mandado el Señor. Entonces el Señor dijo a Salomón: “Porque has obrado así y no has observado mi alianza ni los preceptos que yo te prescribí, voy a arrancarte el reino y se lo daré a uno de tus servidores. Sin embargo, no lo haré mientras tú vivas, por consideración a tu padre David: se lo arrancaré de las manos a tu hijo. Pero no le arrancaré todo el reino, sino que le daré a tu hijo una tribu, por consideración a mi servidor David y a Jerusalén, la que yo elegí”.

Salmo 106,3-4.35-37.40.

¡Felices los que proceden con rectitud, los que practican la justicia en todo tiempo!
Acuérdate de mi, Señor, por el amor que tienes a tu pueblo; visítame con tu salvación,
se mezclaron con los paganos e imitaron sus costumbres;
rindieron culto a sus ídolos, que fueron para ellos una trampa.
Sacrificaron en honor de los demonios a sus hijos y a sus hijas;
por eso el Señor se indignó contra su pueblo y abominó de su herencia.

Evangelio según San Marcos 7,24-30.

Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. El le respondió: “Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros”. Pero ella le respondió: “Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos”. Entonces él le dijo: “A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija”. Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.

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1. (año II) 1 Reyes 11,4-13
a) Se oscureció al final el reinado de Salomón. Tuvo problemas políticos y económicos, y dificultades dentro y fuera de sus fronteras. Se apuntaba ya la división que pronto sucedería entre los reinos del Norte y del Sur. El autor del libro no duda en atribuir esta decadencia al pecado en que cayó Salomón.
Su pecado no es tanto lo de la multiplicidad de esposas, que era costumbre de la época, como signo de riqueza y prestigio, sobre todo cuando los pactos y las alianzas se firmaban a base de matrimonios políticos, cuanto más numerosos mejor. El pecado que se le achaca al ya anciano Salomón es la idolatría: esas mujeres le arrastraron cada una hacia sus dioses, con la edificación de ermitas o templos y la corrupción consiguiente.
Salomón faltó al primer mandamiento, que entonces como ahora es el más importante: «No tendrás otro Dios más que a mí». Por eso Dios se encoleriza contra él y le anuncia el castigo que seguirá por su infidelidad.
b) ¿Qué dioses extraños podemos estar adorando nosotros? ¿qué altares o ermitas hemos construido, en vez de adorar y seguir al único Dios? ¿Se podría decir de nosotros lo que el texto dice de Salomón: «había desviado su corazón del Señor Dios»?
En nuestro caso no será la multitud de mujeres o los templos a dioses falsos. Pero puede ser el dinero, o el deseo de poder, o la ambición, o el poco control de la sensualidad, o el excesivo apego al dinero, o algún otro afecto desordenado. Algo que nos aleja de nuestro seguimiento de Cristo y de Dios. Algo que hace que dividamos nuestro corazón entre el amor a Dios y el amor a otros dioses falsos. Por ejemplo, a nosotros mismos.
Parecía imposible de pensar que Salomón, el que había iniciado su reinado pidiendo humildemente a Dios que le diera la sabiduría y que construyó el Templo en honor de Yahvé, pudiera caer luego en idolatría y construir templos a otros dioses. También nosotros podemos caer en inconsecuencias pequeñas o grandes en nuestra vida.
Nadie está seguro. Podemos llegar incluso a negar a Cristo como luego hará Pedro.
Porque todos estamos en medio del mundo, con el encargo de no ser del mundo, pero con la tentación de conformarnos a este mundo que no piensa precisamente como Cristo.
Podría darse que lo que dice el salmo de hoy se nos pudiera aplicar a nosotros: «Emparentaron con los paganos, imitaron sus costumbres, adoraron sus ídolos y cayeron en sus lazos».
2. Marcos 7,24-30
a) El episodio sucede en el extranjero, en territorio de Tiro y Sidón, en Fenicia. La mujer que protagoniza esta escena no es judía, lo que le da un sentido muy particular al gesto de Jesús.
La buena mujer se le acerca con fe, para pedirle la curación de su hija, que está poseída por el demonio. Jesús pone a prueba esta fe, con palabras que a nosotros nos pueden parecer duras (los judíos serían los hijos, mientras que los paganos son comparados a los perritos), pero que a la mujer no parecen desanimarla. A Jesús le gusta su respuesta sobre los perritos que también comen las migajas de la casa y le concede lo que pide. Lo que puede la súplica de una madre. La de esta mujer la podemos considerar un modelo de oración humilde y confiada.
b) A los contemporáneos de Jesús el episodio les muestra claramente que la salvación mesiánica no es exclusiva del pueblo judío, sino que también los extranjeros pueden ser admitidos a ella, si tienen fe. No es la raza lo que cuenta, sino la disposición de cada persona ante la salvación que Dios ofrece.
Lo que Jesús dice de que primero son los hijos de la casa es razonable: la promesa mesiánica es ante todo para el pueblo de Israel. También Pablo, cuando iba de ciudad en ciudad, primero acudía a la sinagoga a anunciar la buena nueva a los judíos. Sólo después pasaba a los paganos.
Para nosotros también es una lección de universalismo. No tenemos monopolio de Dios, ni de la gracia, ni de la salvación. También los que nos parecen alejados o marginados pueden tener fe y recibir el don de Dios. Esto nos tendría que poner sobre aviso: tenemos que saber acoger a los extraños, a los que no piensan como nosotros, a los que no pertenecen a nuestro círculo.
Igual que la primera comunidad apostólica tuvieron sus dudas sobre la apertura a los paganos, a pesar de estos ejemplos diáfanos por parte de Jesús, también nosotros a veces tenemos la mente o el corazón pequeños, y nos encerramos en nuestros puntos de vista, cuando no en nuestros privilegios y tradiciones, para negar a otros el pan y la sal, para no reconocer que también otros pueden tener una parte de razón y sabiduría.
Deberíamos corregir nuestra pequeñez de corazón en el ámbito familiar (por ejemplo en las relaciones de los jóvenes con los mayores), en el trato social (los de otra cultura y lengua), en el terreno religioso (sin discriminaciones de ningún tipo).

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