–Si, es un nombre frecuente. Hasta hay unas galletas que se llaman así.
–Qué vasto es usted. Perdón, quería decir qué basto.
–Dulce nombre de María, 12 de septiembre
El nuevo Misal Romano, editado por la Conferencia Episcopal Española (2017), según la tercera edición típica latina, entre otras cosas buenas, nos ha traído para el 12 de septiembre una Misa dedicada a El dulce nombre de María con todas las oraciones propias (al final doy los textos). El anterior Misal tenía sólo la oración colecta. Demos gracias a Dios, porque eso nos ayuda a cumplir la profecía de la Virgen: «todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1,48).
El Avemaría ya nos venía ayudando a bendecir el nombre de María, haciéndolo con siete alabanzas grandiosas, antes de llegar a pedirle su intercesión ante Dios: «ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Y también las Bendiciones en la adoración eucarística: «Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre».
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«Y el nombre de la virgen era María»
«Fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David. Y el nombre de la virgen era María» (Lc 1,26-27).
En escritos de exégesis se nos dice que sobre el nombre de María se han propuesto unas 60 etimologías distintas. Era nombre frecuente en la aristocracia femenina de Israel. San Lucas da la transcripción aramea del nombre maryam, de la raíz mar y mari: que significa señora, princesa. Parece ser éste el significado más seguro.
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El dulce nombre de María, con toda razón, está frecuentemente en los labios y el corazón de los fieles, al menos en quienes rezamos el Rosario, que en cada una de su cuatro partes incluye 50 Avemarías. Es frecuente en el nombre bautismal de las mujeres cristianas –María del Carmen, María de Luján, María de Guadalupe, etc– y también de los varones –José María, Luis María, Juan María… –Es, era, frecuente en el saludo tradicional de muchas regiones de la Iglesia: Ave, María purísima… Sin pecado concebida.
Los hijos de María bendecimos su dulce nombre porque es –glorioso, y «glorificado de tal modo que su alabanza está siempre en la boca de todos»; –santo, pues la «llena-de-gracia» (Lc 1,28) ha encontrado «gracia ante Dios» (1,31); –y maternal, porque el Crucificado así lo quiso, cuando dijo a San Juan, su discípulo amado, «he ahí a tu madre» (Jn 19,27)
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La devoción de los santos al nombre de María
San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), fundador de los redentoristas, declarado Doctor de la Iglesia (1871), en su libro tantas veces editado Las glorias de María, expresa su profunda devoción mariana comentando frase por frase la Salve Regina. Y en el último capítulo, el décimo –¡Oh dulce Virgen María! El nombre de María es dulcísimo en vida y en muerte–, ofrece una antología de preciosos textos de varios santos y maestros espirituales, que han invocado con especial elocuencia la devoción al nombre de María. Es un capítulo largo, del que transcribo ahora algunos fragmentos.
«No fue inventado en la tierra el nombre santísimo de María, sino que descendió del cielo por divina ordenación. Después del santo nombre de Jesús, es el de María tan rico en bienes soberanos, que ni en la tierra ni en el cielo resuena otro con el que experimenten las almas piadosas tantas avenidas de gracia, confianza y dulzura.
«Escribe San Ambrosio [+397], es vuestro nombre [María] bálsamo lleno de celestial fragancia, y así, Virgen piadosísima, os pido que descienda hasta lo íntimo de mi corazón, concediéndome que lo traiga siempre estampado en él con amor y confianza, pues quien os tenga y os nombre así, puede estar seguro de haber alcanzado ya la gracia divina, o, al menos, prenda segura de haberla de poseer pronto.
«La misma bienaventurada Virgen reveló a Santa Brígida [+1373]que no hay en esta vida pecador tan tibio en el amor divino que, invocando su santo nombre, con propósito de enmendarse, no ahuyente luego de él al demonio. Y se lo confirmó diciéndole que todos los demonios de tal modo veneran su nombre y lo temen, que al oírlo resonar sueltan luego del alma las uñas con que la tenían asida.
«Atestigua San Germán [de Constantinopla] [+732]que así como la respiración es señal de vida, así también el pronunciar a menudo el nombre de María es señal, o de vivir ya en la divina gracia o de que presto vendrá la vida; pues este poderoso nombre tiene la virtud de alcanzar el auxilio y la vida a quien devotamento lo invocare.
«Sigamos, pues, siempre el admirable consejo de San Bernardo [+1153], que dice: En todos los peligros de perder la gracia divina pensemos en María, e invoquemos a María juntamente con el nombre de Jesús, pues estos dos nombres van estrechamente unidos. Jamás se aparten estos dos dulcísimos y poderosísimos nombres de nuestro corazón y de nuestra boca, porque ellos nos dará fuerza para no caer y para vencer todas las tentaciones. Son magníficas las gracias que Jesucristo ha prometido a los devotos del nombre de María.
«San Efrén [+373] llega a decir que el nombre de María es la llave de la puerta del cielo para el que devotamente lo invoca. Y Tomás de Kempis [+1471]: Si queréis, hermanos, hallar consuelo en todos los trabajos, acudid a María, invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Alegraos con María, con María llorad, con María rogad, con María caminad, con María buscad a Jesús. Con Jesús y María, en fin, desead vivir y morir».
Y termina San Alfonso: «Muy dulce es, por tanto, ya en esta vida el santísimo nombre de María para sus devotos, por las innumerables gracias que, como hemos visto, les alcanza. Pero más dulce lo hallarán en la hora suprema por la dulce y santa muerte que les obtendrá.
«Oh dulce Madre mía, os amo, y porque es amo tengo también amor y devoción a vuestro santísimo nombre! Con vuestro favor y benignidad espero invocarlo toda mi vida y particularmente a la hora de la muerte.
«Jesús, José y María / os doy el corazón y el alma mía».
Buena es, pues, y tradicional, aquella jaculatoria de los moribundos, que entregan su alma a la Santísima Trinidad invocando los nombres de los tres intercesores máximos: «Jesús, María y José».
José María Iraburu, sacerdote
Post post. –Misa del 12 de septiembre. –Dulce Nombre de María en el Misal nuevo.
–Antífona de entrada. El Señor Dios altísimo te ha bendecido, Virgen María, entre todas las mujeres de la tierra, porque ha sido glorificado tu nombre de tal modo, que está siempre en la boca de todos (cf. Jdt 13,18-19).
–Oración colecta. Concédenos, Dios todopoderoso, que santa María Virgen nos obtenga los beneficios de tu misericordia a cuantos celebramos su nombre glorioso. Por nuestro Señor Jesucristo.
–Oración sobre las ofrendas. Señor, que la intercesión de santa María siempre Virgen te recomiende nuestros dones y, al venerar su nombre, nos haga aceptables en tu presencia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
–Antífona de comunión. Me felicitarán todas las generaciones, porque Dios ha mirado la humildad de su esclava (cf. Lc 1,48).
–Oración después de la comunión. Haz, Señor, por intercesión de santa María, Madre de Dios, que consigamos la gracia de tu bendición, para que, al celebrar su nombre glorioso, experimentemos su ayuda en todas las necesidades. Por Jesucristo, nuestro Señor.
–Prefacio. Como no lo trae propio el nuevo Misal, puede tomarse del prefacio que se incluye en la Misa votiva El santo nombre de la bienaventurada Virgen María, nº 21 de la colección de Misas de la Virgen María, aprobada por Juan Pablo II, promulgada por la Congregación del Culto Divino (1986), y publicada por la Conferencia Episcopal Española (1987).
El Señor esté con vosotros…
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterna, por Cristo, Señor nuestro.
En el nombre de Jesús se nos da la salvación, y ante él se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo. Pero has querido, con amorosa providencia, que también el nombre de la Virgen María estuviera con frecuencia en los labios de los fieles; éstos la contemplan confiados, como estrella luminosa, la invocan como madre en los peligros y en las necesidades acuden seguros a ella.
Por eso, Señor, te damos gracias y proclamamos tu grande cantando con los ángeles:
Santo, Santo, Santo…
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