Era su primera intervención en el auditorio nacional, y la joven orquesta daba, por así decir, su salto a la fama. Más de ochenta chicos y chicas de toda la geografía nacional se encontraban ya en el umbral de su más grande actuación. La quinta de Beethoven, entre otras piezas. Sus familiares y amigos ocupaban buena parte de los primeros puestos. Gran expectación.
Todos estaban nerviosísimos esperando la entrada del primer violín, un virtuoso nacido en Hungría educado desde los tres años en el arte de la música. Nadie podía esperar lo que de hecho sucedió: József se puso en pie, elegantemente vestido con su traje bien planchado, nuevo quizá… y con una imponente pata de jamón de jabugo entre las manos.
Quizá la escena te haga sonreír, pero te aseguro que a sus compañeros de orquesta no les hizo ninguna gracia… Y el enojo fue en aumento cuando József se echó el jamón al hombro, haciendo que lo tocaba como si de un violín se tratase.
Mediante ese gesto, el joven húngaro quiso significar algo, y el método resultó tan efectivo como transgresor. Aun cuando la orquesta reprodujera a la perfección la obra del maestro, nunca llegaría a acercar al auditorio, siquiera un mínimo, a la belleza suprema y trascendental de la música. Sería solo imitación, intento vano. La belleza queda más allá de lo que un humano pueda representar.
Fulgencio Espá
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