Era el tiempo en que los sacerdotes aún cumplían el servicio militar obligatorio. Recién ordenados sacerdotes fueron destinados a hacer el campamento, con el resto de la tropa, al norte de África.
Claro que nadie les había avisado de que pronto habría una revuelta civil que acabaría con el protectorado y que sazonaría su estancia en el desierto con tintes de guerra.
Para don Pablo y don Miguel los días de maniobras se les hacían insufribles. El coronel, consciente de la tensión pre-bélica, no tuvo a bien eximirles del ejercicio. Caminatas de cuarenta kilómetros, arrastrarse por el suelo, brincar de un lado para otro y aprender a usar el fusil CETME que tan buenos resultados había dado al Ejército de Tierra. El descanso era una siesta de diez minutos y las noches dormidas de corrido.
A mediados de agosto hicieron una marcha durísima sin nadie saber por qué. Algunos soldados perjuraban por lo bajo, asegurando no poder más: decían estar al límite. El sol apretaba como nunca y las fuerzas comenzaban a escasear. Fue entonces cuando don Pablo y don Miguel se presentaron ante el superior para pedirle obviar esos movimientos. Querían montar en uno de los Jeeps del Ejército de Tierra.
El sargento accedió a la petición de los sacerdotes, si bien les advirtió: Pater, les recuerdo que todo este entrenamiento humano tan exigente se ordena al uso adecuado de un artefacto militar, que vale millones de pesetas y que no es otra cosa que una máquina de matar: un carro de combate, una pieza de artillería, ¡lo que sea! Suban ustedes al vehículo...
Estoy convencido de que su formación para ser sacerdotes ha debido de ser mucho más exigente y dura que la castrense, porque su vida se ordena no al uso de armas, sino a la salvación de las almas. Si alguien necesita una preparación humana completa, esos son ustedes.
Todos los cristianos estamos necesitados de una formación humana exigente. Lo que el sargento supuso de los sacerdotes, bien se puede aplicar a todo bautizado. Recuerda que por ese sacramento debes ser portador de Cristo, actor de caridad. A través de tus gestos y de tu palabra puede llegar el amor de Dios a lo corazones.
Conviene, por tanto, aplicar con fortaleza criterios exigentes que formen nuestra naturaleza humana para hacerla lo más agradable posible para el prójimo. La tarea de una formación humana cuidadosa es obligación para todo el que quiera comunicar la alegría de creer. Es un programa riguroso y que no se improvisa. Piénsalo: ¿te esfuerzas por ser una persona educada, atractiva, agradable y servicial? ¿Es tu humanidad reflejo de la de Cristo?
Fulgencio Espá, Con Él, Pascua</span>
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