Liturgia diaria meditada - Salió un sembrador a sembrar (Mt 13,1-23) 16/07


Domingo 16 de Julio de 2017
15° domingo durante el año
Verde.

Semana III para el Salterio. 

Memoria de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, monte en el que Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese a dar culto al Dios vivo y en el que, más tarde, algunos, buscando la soledad, se retiraron para hacer vida eremítica, dando origen con el correr del tiempo a una orden religiosa de vida contemplativa, que tiene como patrona y protectora a la Madre de Dios.

Antífona de entrada         cf. Sal 16, 15
Por tu justicia, yo contemplaré tu rostro; y al despertar, me saciaré de tu presencia.

Oración colecta    
Señor, que iluminas a los extraviados con la luz de tu verdad, para que puedan volver al buen camino; danos, a quienes hacemos profesión de cristianos, la gracia de rechazar todo lo que se opone a este nombre y comprometernos con todas sus exigencias. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Señor y Dios nuestro, mira con bondad los dones de tu Iglesia en oración y concede que, al recibirlos, se acreciente la santidad de los creyentes. Por Jesucristo nuestro Señor.

Antífona de comunión      Sal 83, 4-5
Hasta el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus pichones: junto a tus altares, señor del universo, mi Rey y mi Dios. Felices los que habitan en tu casa y te alaban sin cesar.

O bien           cf. Jn 6, 57
Dice el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.

Oración después de la comunión

Alimentados con esta eucaristía, te pedimos, Padre, que por la celebración frecuente de este misterio crezca en nosotros el fruto de la salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.

1ª Lectura    Is 55, 10-11
Lectura del libro de Isaías.
Así habla el Señor: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”.
Palabra de Dios.

Comentario
“Realmente sería maravilloso que ello ocurriera. Dios se viene dirigiendo a nosotros, los seres humanos, a fin de que hagamos justicia sobre la faz de la tierra, que nos tratemos con misericordia, como él nos trata a nosotros, que busquemos el bienestar para cada una de sus criaturas”.

Sal 64, 10-14
R. La semilla cayó en tierra fértil y dio fruto.
Visitas la tierra, la haces fértil y la colmas de riquezas; los canales de Dios desbordan de agua, y así preparas sus trigales. R.

Riegas los surcos de la tierra, emparejas sus terrones; la ablandas con aguaceros y bendices sus brotes. R.

Tú coronas el año con tus bienes, y a tu paso rebosa la abundancia; rebosan los pastos del desierto y las colinas se ciñen de alegría. R.

Visitas la tierra, la haces fértil. Las praderas se cubren de rebaños y los valles se revisten de trigo: todos ellos aclaman y cantan. R.

2ª Lectura    Rom 8, 18-23
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la plena realización de nuestra filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.

Comentario
El cristiano sabe que el dolor es parte de la vida. No es un castigo ni una prueba. Es signo de nuestra limitación y condición. En este camino, en el que se unen el sufrimiento y el amor, Dios nos acompaña, nos sostiene y nos espera.

Aleluya       
Aleluya. La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre. Aleluya.

Evangelio     Mt 13, 1-23
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente se quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas.

Decía: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga».

Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. 

»Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».

Palabra del Señor.


Comentario

El sembrador de la parábola es tan generoso como descuidado. Desparrama sus semillas por todos lados, esperando que cada lugar donde caiga la reciba y la haga crecer. A semejanza de esta parábola, Dios siembra su Palabra donde quiere, confiando, esperando, deseando, que germine entre sus hijos y crezca.


Oración Introductoria 
Señor Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andamos extraviados para que podamos volver al buen camino, concédeme que esta oración me ayude a rechazar lo que impide que la semilla de mi fe crezca y fructifique en obras buenas. 

Petición 
Jesús, aumenta mi fe, para que pueda ver todo como venido de tu mano.

Meditación 

Hoy consideramos la parábola del sembrador. Tiene una fuerza y un encanto especiales porque es palabra del propio Señor Jesús.

El mensaje es claro: Dios es generoso sembrando, pero la concreción de los frutos de su siembra dependen también —y a la vez— de nuestra libre correspondencia. Que el fruto depende de la tierra donde cae es algo que la experiencia de todos los días nos lo confirma. 

1.- El encargo que Dios nos encomienda. Nos dice el profeta Isaías que la lluvia y la nieve riegan la tierra y la hacen germinar y dar fruto. De la misma manera, la Palabra que sale de Dios no volverá a El vacía, sino que trasformará nuestra vida para que demos fruto. Esto nos dice que, entre la provisión de Dios (lluvia y nieve) y lo que llega a nuestras manos (semilla y pan), está el trabajo de cultivar y cuidar la tierra, ahuyentando las aves que pueden arrebatar la semilla, quitando las piedras que impedirán que eche raíces profundas y eliminando las hierbas que robarán sus nutrientes…La vivencia de la Palabra de Dios tiene también sus dificultades, pero Dios nos ayudará para que nosotros hagamos posible que se cumpla el encargo que nos da a cada uno: construir el Reino de Dios. El, nos dice el Salmo 64, prepara la tierra –nosotros–, la riega y la “enriquece sin medida".

2.- Ser tierra fértil. En la parábola evangélica Jesús mismo se compara con el sembrador, que siembra con confianza la semilla de su palabra en la tierra de los corazones humanos. El fruto no depende únicamente de la semilla, sino también de las diversas situaciones del terreno, es decir, de cada uno de nosotros. Jesús mismo dio una explicación de la parábola. La semilla devorada por las aves evoca la intervención del maligno, que lleva al corazón la incomprensión del camino de Dios, que es siempre el camino de la cruz. La semilla sin raíz describe la situación en la que se acepta la Palabra sólo exteriormente, sin la profundidad de adhesión a Cristo y el amor personal a El, necesarios para conservarla. La semilla ahogada remite a las preocupaciones de la vida presente, a la atracción que ejerce el poder, al bienestar y al orgullo. La Palabra no da fruto automáticamente: aunque es divina, y por tanto omnipotente, se adapta a las condiciones del terreno, o mejor aún, acepta las respuestas que le da el terreno, y que pueden ser también negativas. Porque, en el fondo, la semilla sembrada en los diversos terrenos es Jesús mismo La lectura de esta parábola y de la explicación que dio Jesús a sus discípulos suscita en nosotros una reflexión necesaria: nosotros somos la tierra en donde el Señor siembra incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposiciones la acogemos? ¿Cómo la hacemos fructificar? Dios nos encomienda hoy a todos nosotros el tesoro de esta Palabra, haciéndonos, siendo el sembrador confiado que siembra en el secreto del corazón de cada uno la "buena nueva" del Reino. Debemos ser la tierra fértil y buena que, con la abundancia de sus frutos, realiza las expectativas de la Iglesia y del mundo.

3.- Jesús nos asegura que la semilla sí dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril -la juventud de hoy, la sociedad distraída, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la Iglesia, Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia. No tenemos que perder la esperanza y la confianza en Dios. Es él quien, en definitiva, hace fructificar el Reino, no nosotros. Nosotros somos invitados a colaborar con él. Pero el que da el incremento y el que salva es Dios.

Diálogo con Cristo 
Señor, desde la eternidad has sembrado en mi corazón la vocación de ser tu discípulo y misionero. Permite que la semilla de mi fe, recibida en mi bautismo, crezca y dé abundantes frutos para el bien de los demás, principalmente aquellos más cercanos. Ayúdame a vivir con el constante deseo de trabajar por Ti y corresponderte como Tú te mereces.

Propósito
Pidiendo la luz del Espíritu Santo, darme un tiempo para reflexionar y descubrir ese apego que no me deja crecer en mi amor a Dios y a los demás. 

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