14 de mayo.

Homilía para la V domingo de Pascua A 2017

Los textos bíblicos de este domingo nos dicen que Cristo guía a su pueblo. Con la narración de los Hechos (primera lectura), tenemos el testimonio de la comunidad cristiana de Jerusalén. Es joven y dinámica. Los números están creciendo: ahora hay hermanos de lengua griega que se quejan de un mal funcionamiento en la asistencia a las viudas. Esta es una oportunidad para que los apóstoles redefinan prioridades y replanteen las estructuras del grupo.

Así se creó el grupo de siete. Su misión será servir a las mesas y también servir en todas sus formas a la comunidad. Descubrimos que el crecimiento de la Iglesia conduce a nuevos problemas, nuevas condiciones de evangelización. Bajo la guía del Espíritu Santo, la Iglesia debe esforzarse en superar los conflictos y dejarse instruir. Hoy, como entonces, lo importante es que la Palabra no está bloqueada. Una Iglesia que no enfrente las preocupaciones que surgen no sería la Iglesia de Jesucristo. Tenemos que enfrentar los problemas y desentendidos, pero aquellos que surgen de lo importante como es: manejar bien la atención a los necesitados, por ejemplo, no si me gusta no me gusta, este color, aquella cara, si me miró con el ojo izquierdo o con el derecho, etc., estos son conflictos que hay que corregir, pero son conflictos adolescentes.

En la segunda lectura, San Pedro se dirige a las comunidades cristianas que se enfrentan con grandes dificultades: los cristianos son perseguidos y deshonrados por el ambiente pagano. El templo de Jerusalén ha sido destruido. Para los Judíos, ese lugar era un signo de la presencia de Dios entre su pueblo. Pero con Jesús, todo ha cambiado: él se presenta como el verdadero templo, la morada de Dios entre los hombres. Este templo espiritual se extiende por el pueblo cristiano. Esta comunidad está fundada en Cristo: es la piedra angular del nuevo edificio. Esta comunidad cumple lo que el judaísmo no podía realizar: el sacrificio real que permite a los hombres encontrarse con Dios, fuente de vida y luz.

El Evangelio de este domingo nos lleva a la tarde del Jueves Santo. Jesús anuncia a sus discípulos su partida al Padre. Su enseñanza es trascendente. Esta partida no es un abandono o una fuga: Jesús anuncia que está preparando un lugar para ellos en la casa de su Padre. Este anuncio es una buena noticia, una llamada a vivir en la esperanza. Las pruebas no faltarán: en pocas horas será la pasión y la muerte de su Maestro; a partir de entonces, ellos sabrán qué es la persecución.

Pero nada debe perturbar la esperanza de los cristianos: Cristo permanece presente entre ellos. Él es “el Camino, la Verdad y la Vida.” Es a través de él que vamos al Padre. Jesús no es un simple líder religioso que enseña en una sinagoga. Su enseñanza se ha extendido en los caminos de Galilea, Samaria y Judea. Lo importante es entender que este camino ya no es un lugar o un destino sino una persona, una palabra compartida con Jesús. En él se encuentra la plenitud de la verdad. Fuera de él, vamos a por cuenta nuestra, no hay ni ruta ni destino.

Con Cristo resucitado, nuestra vida se vuelve un viaje de esperanza, un camino de confianza. Nuestra vida es transformada por el amor que es Dios. Su Palabra nos mueve. Se nos llama a la conversión de nuestras vidas, de nuestro pensamiento y de nuestra mentalidad. Esto es necesario si queremos que el amor y el reino de Dios brillen en nuestras vidas. Hoy, como entonces, se escucha la llamada de Cristo: “Crean en mí. “

Decía el papa emérito en 2011: “El Hijo de Dios, con su encarnación, muerte y resurrección, nos libró de la esclavitud del pecado para darnos la libertad de los hijos de Dios, y nos dio a conocer el rostro de Dios, que es amor: Dios se puede ver, es visible en Cristo. Santa Teresa de Ávila escribe que no hay que «apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio, que es la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo» (Castillo interior, 7, 6: Obras Completas, EDE, Madrid 1984, p. 947). Por tanto sólo creyendo en Cristo, permaneciendo unidos a él, los discípulos, entre quienes estamos también nosotros, pueden continuar su acción permanente en la historia: «En verdad, en verdad os digo —dice el Señor—: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago» (Jn 14, 12).

La fe en Jesús conlleva seguirlo cada día, en las sencillas acciones que componen nuestra jornada. «Es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta. Sólo poco a poco va construyendo su historia en la gran historia de la humanidad. Se hace hombre, pero de tal modo que puede ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la historia. Padece y muere y, como Resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de “ver”» (Jesús de Nazaret II, Madrid 2011, p. 321). San Agustín afirma que «era necesario que Jesús dijese: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), porque una vez conocido el camino faltaba por conocer la meta» (Tractatus in Ioh., 69, 2: ccl 36, 500), y la meta es el Padre. Para los cristianos, para cada uno de nosotros, por tanto, el camino al Padre es dejarse guiar por Jesús, por su palabra de Verdad, y acoger el don de su Vida. Hagamos nuestra la invitación de san Buenaventura: «Abre, por tanto, los ojos, tiende el oído espiritual, abre tus labios y dispón tu corazón, para que en todas las criaturas puedas ver, escuchar, alabar, amar, venerar, glorificar y honrar a tu Dios» (Itinerarium mentis in Deum, I, 15)”.

Jesús, en efecto, es sincero y enseña el camino de Dios según la verdad y no depende de nadie. Él mismo es este «camino de Dios», que nosotros estamos llamados a recorrer. Los evangelizadores estamos llamados a ser los primeros en avanzar por este camino que es Cristo, para dar a conocer a los demás la belleza del Evangelio que da la vida. Y en este camino, nunca avanzamos solos, sino en compañía: una experiencia de comunión y de fraternidad (con dificultades como veíamos en la primera lectura) que se ofrece a cuantos encontramos, para hacerlos partícipes de nuestra experiencia de Cristo y de su Iglesia. Así, el testimonio unido al anuncio puede abrir el corazón de quienes están en busca de la verdad, para que puedan descubrir el sentido de su propia vida.

Y en este camino que es Cristo están los santos, entre ellos la Virgen, que ella nos enseñe a transitar por el Camino que es Cristo, buscando la Verdad, para llegar a la Vida. Amén.

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