Dentro de la FORMACIÓN -la primera de las tareas que tiene que emprender la Iglesia Católica en el ámbito del mundo Occidental-, lo más urgente a reconstruir es todo lo que dice relación con los Sacramentos, y con la llamada “vida sacramental", que debe ser asumida por la Pastoral sin fisuras y sin tardanza; no se puede esperar más, porque la misma Iglesia tiene un límite en su capacidad de aguante: más allá, se rompe.
En esta línea, la Iglesia Católico tiene que "reconstruir” la verdadera y genuina Doctrina sobre los Sacramentos, la la praxis -una Pastoral- que tal Doctrina avala y engendra. Doctrina que, a día de hoy y con la Amoris laetitia, está ya al menos oficiosa -y quizá ya también “oficialmente"- en solfa, porque la tal exhortación da pié a cargárselos todos, uno por uno, como se está poniendo de manifiesto con las distintas y encontradas declaraciones de miembros de la Jerarquía a todos los niveles. Por eso publiqué en su día que, en la vida de la Iglesia Católica, habrá -para bien o para mal- un antes y un después; siendo esa exhortación el pistoletazo de salida.
Habrá que recordar de dónde nos vienen los Sacramentos; Quién nos los entrega; cómo se confeccionan: su “materia” y su “forma"; pará qué son; cómo se administran válida y fructíferamente, tanto para el ministro -ordinario o extraordinario- como para el que los recibe… Junto a volver a validar y aceptar conceptos perennes e irrenunciables como “pecado", “gracia", Salvación", “Vida Eterna", “sacerdocio", “Cielo” e Infierno", “Iglesia", “Jerarquía", etc.
Por si alguien no está al loro, o le parece alarmista lo que escribo, lo “penúltimo” que se ha publicado al respecto son las declaraciones de los “dos” obispos -"católicos", se dicen- de Malta: que, la verdad, no da más de sí la isla; declaraciones sin las que esos “personajes" nunca hubiesen salido en los papeles, claro. Les ha pasado como a aquel alcalde de Lepe (es un chascarrillo: no tengo nada contra Lepe, que conste) que, para dar a conocer mundialmente a su pueblo, y promocionarlo económicamente, no se le ocurrió otra cosa que declarar la guerra a China. Y, logicamente, ese mismo día salió en los telediarios de todo el mundo…, menos en China: ni los más sesudos analistas de la Inteligencia estatal no encontraban ni el sitio, de modo que no podían saber por dónde les iba a llegar el bollo. Al final, el alcalde rechazó el envite de China -que había aceptado- porque, según declaraciones del propio, “no tenían sitio para tantos millones de prisioneros". Pues eso, y a lo que iba.
Luego y a la vez, habrá que reconocer, valorar y enseñar "su lugar” en la Vida Cristiana. Porque los Sacramentos han sido instituídos por Jesucristo mismo en Persona -de ahí que la Iglesia y sus miembros, por muy jerarcas que sean o por muy altos que estén, no los pueden tocar, porque no los han hecho ni Ella ni ellos, solo los han recibido como Don-, para comunicarnos su Vida.
Por tanto, sin Vida Sacramental, sin la recepción válida y fructífera de los Sacramentos, no tenemos vida en Él, porque no la hay. Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundantemente (Jn 10, 10). Esto es lo que obran, en concreto, los Sacramentos: la Vida en Cristo, la Vida Cristiana, la Vida que salva, la que salta hasta la Vida Eterna, como le revela Jesús a la Samaritana. Y con ella a todos nosotros.
Precisamente por esto, el culmen de la Vida Sacramental, aquello -Aquél- de quien vive la misma Iglesia, y también el centro y la raíz de la vida espiritual -vida interior, vida sobrenatural- de cualquier hijo de Dios en su Iglesia, como declaró el Concilio, está en el Sacramento de la Eucaristía. Y en la Santa Misa, que es el lugar y momento en el que “se confecciona” la Eucaristía, y se recibe habitualmente la Comunión.
A él “miran” los demás Sacramentos, y de él “cobran” vida: porque es el Señor. Esta es la “dinámica” interna que hace que todos los Sacramentos “se comuniquen” entre sí, y formen una unidad tan real y tan fuerte que, si se “toca” uno solo de ellos -no digamos si se toca, como se está haciendo el Sacramento de la Eucaristía, removiendo, en la práctica y desde hace ya muchos años, las condiciones para su recepción-, se desmoronan todos; y, en consecuencia, no queda nada en pié en la misma Iglesia. Ni siquiera Ella: todo sería ya "irreal” -"cartón piedra"-, como pasa en las iglesias protestantes y anglicanas de toda especie y pelaje. Y como lo está siendo en la Iglesia Católica en Occidente, donde la Iglesia como tal está “desaparecida sin combate": se ha retirado o esfumado. Según sesudos intérpretes: “estratégicamente".
Mientras este “rescate” de la vida sacramental -a nivel doctrinal, a nivel pastoral y a nivel de la vida de los cristianos- no se asuma y se lleve a cabo por parte de los Pastores, a todos los niveles en los que actúen -seminaristas, sacerdotes, obispos, religiosos y fieles corrientes-, no se recuperará lo más genuino de la Iglesia, y de Dios, en la vida de las almas todas.
La Eucaristía, porque “es Jesús", es “el Sacramento de nuestra Fe” -proclama el sacerdote tras la Consegración-, y es además el fundamento y el vínculo de la Caridad que debe imperar entre nosotros, y con todos los hombres. De ahí la urgente necesidad de practicar, dentro de la Iglesia Católica, la “tolerancia cero” en este “tema".
La práctica pastoral nos ha demostrado que, cuando se quiere y se asume que en un asunto el compromiso sea “tolerancia cero", se consigue. Pues mucho más importante es la “tolerancia cero” en el tema de los Sacramentos, y especialmente en el tema de la Eucaristía y la Comunión -la Misa-, que en el tema de los abusos sexuales a menores, o unas "prácticas” de conducta "incompatibles con la dignidad del sacerdocio".
El entonces cardenal Ratzinger no dudó en afirmar en su día que, si hiciese falta, y hasta que se restableciese la normalidad, se podrían y se deberían prohibir las comuniones tal como se están practicando en tantísimos sitios: sin discernimiento de ningún tipo.
De hecho, cuando yo era chaval, la Comunión se distribuía todos los días, incluso varias veces al día -en el Pilar de Zaragoza, cada media hora- fuera de la Misa. Era lo normal en todas las parroquias. Y en las Misas muy poca gente comulgaba. Ahora…, bueno, ya sabemos lo que desgraciadamente pasa…
Hace años -más de treinta-, en bastantes círculos eclesiales, se nos acusaba de “sacramentalismo” a los sacerdotes que seguíamos insistiendo en la necesidad de la Confesión frecuente, y de la Comunión también frecuente, para vivir cristianamente: para llevar y poner en Cristo en todas nuestras cosas. Lo decían con mala baba…, para qué nos vamos a engañar.
Son los mismos -o sus cachorros, si los otros han muerto ya- que ahora dan la comunión como si diesen rosquillas. O prohiben que se comulgue -niegan la Comunión- si un fiel se pone de rodillas para hacerlo. Incluso alguno ha dicho -y hecho, también- la “gracieta” de decir que lo mismo se podía consagrar con rosquillas. Por cierto, y también hace unos años, ahí estaba Bono -el listillo intocable, el amigo de los obispos y cardenales, el limpio y puro-, “comulgando” con… “rosquillas": dando auténtico “testimonio cristiano". En realidad, y así han sido las cosas, todos estos han acabado por creerse que la eucaristía era eso, rosquillas; y claro, ¿cómo van a privar a la buena gente de su “rosquilla” como premio por ir a Misa? Sería inhumano, claro. Y ahí estamos.
Pero es con esto, exactamente, con lo que hay que acabar, ¡¡¡ya!!! Porque, en caso contrario, acabamos con la Iglesia.
En la “vieja" Europa, en concreto, está tan en las periferias… que se ha salido del mapa y, en tantos sitios, ya ni se la ve.
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