Nadie es billete de cien euros que a todos viene bien. Los curas no somos una excepción. A unos les caemos bien, a otros mal, y para otros somos del todo indiferentes. Para la inmensa mayoría de los fieles no pasamos de ser sus sacerdotes, con nuestras pequeñas o grandes manías, pero que, salvo casos extremos, son perfectamente soportables.
Alguna vez, no hay más remedio, puede ocurrir que haya algún encontronazo con un feligrés o una familia en concreto. Bien porque el feligrés pedía lo que no puede ser y además es imposible, bien porque ese día el señor cura párroco se había levantado con el pie izquierdo y andaba para pocas bromas. El caso es que se produce choque de trenes y, desgraciadamente, la cosa se pone fea.
Comprendo que, en esos casos, sobre todo si la pelotera ha sido solemne, para el susodicho feligrés no sea de especial agrado acudir a esa reunión del párroco donde un grupito se encuentra para hablar de la Palabra de Dios o preparar el día de la parroquia. Incluso llego a comprender, en casos especiales sin entrar en más detalles, que ese feligrés se encuentre más cómodo en la misa de D. Fulano que en la de D. Mengano, que somos así de humanos unos y otros. Lo que me resulta más chusco es que el feligrés decida mostrar su enfado con el párroco tirando piedras contra su propio tejado, castigando a la parroquia o alejándose de Dios, pero en esto la complejidad del ser humano es infinita.
Pongo casos de una y otra. Y perdón si en alguna respuesta sale el cura borde. Ya digo que aquí perfectos solo Dios y un señor que acabo de descubrir en Murcia. Anécdotas.
Doña Fulanita ha decidido que no vuelve a misa, ni a confesar, ni a rezar. Mientras sea párroco don Fulano, no vuelvo a misa. Ni en mi parroquia ni en ninguna. Hace bien. Y el día que Dios Padre le pregunte por su vida que le diga que la culpa fue del párroco.
En aquella parroquia un servidor era administrador del cementerio parroquial. Las familias que allí tenían enterrados sus difuntos pagaban una pequeña cuota anual de mantenimiento. En una de las subidas de cuota, y digo era cuota mínima, unas familias me dijeron: ”¿y si dejamos de pagar el cementerio qué pasa?” Mi respuesta: “yo tengo a mis difuntos en otro cementerio, si ustedes prefieren tener a los suyos en un camposanto abandonado, de cualquier manera, es su problema”.
Otra vez me ocurrió en esta parroquia. Estábamos comenzando las obras de construcción del nuevo templo: “me daré de baja en la aportación mensual que hago para pagar el préstamo de la construcción de la parroquia”. Sin problema. En mi pueblo tenemos una magnífica iglesia pagada y yo tengo mi casa. Si ustedes prefieren seguir en el prefabricado toda la vida, yo no tengo nada que objetar.
Gente hay en la parroquia, de misa semanal e incluso diaria, que no quiere ni pisar la capilla de la adoración perpetua. Otros que tenían turno fijo, lo han dejado. La razón, la misma. La adoración perpetua es algo que promueve el párroco, el párroco no me cae bien o he tenido un encontronazo, pues dejo de acudir a la capilla. Es decir, que me enfado con el párroco y lo pago con Dios, o mejor lo pago conmigo mismo que renuncio a ese tiempo de oración con el Señor.
Lo pago con Dios o con la Virgen de Fátima. Porque en unos días comenzamos en la parroquia una misión mariana con la Virgen de Fátima que, entre otras cosas, recorrerá los hogares de aquellas familias que así lo deseen. Una familia nos ha dicho que no quieren que la Virgen vaya a su casa porque el párroco no les cae bien. Que digo yo que qué tendrá que ver la Virgen de Fátima.
Pues eso, que sin remedio.
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