“Les dijo: traédmelos”. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras”. (Mt 14,13-21)
No hay mal que por bien no venga, dice el refrán.
Herodes pone fin a la vida de Juan.
Jesús se ausenta para dar comienzo a su obra.
Juan muere solo en la cárcel.
Jesús comienza acompañado de una multitud de gente.
Los grandes celebran la muerte del profeta.
Los sencillos y los pobres comienzan lo nuevo con Jesús.
Los grandes celebran su poder dando muerte.
Los sencillos descubren que un nuevo camino se abre en sus vida.
Los grandes matan.
Jesús comienza sintiendo lástima de los que no pueden celebrar banquetes.
Jesús comienza sintiendo lástima de los que tienen hambre de escucharle.
Jesús comienza sintiendo lástima de los que tienen el estómago vacío.
Los grandes celebran con banquetes.
Los grandes no dan de comer a los que no tienen qué comer.
Son los pobres los que salen en ayuda de los pobres.
Son los pobres los que dan de comer a los pobres.
No son los que tienen mucho los que sacian el hambre de los pobres.
Son los que solo tienen cinco panes y dos peces quienes dan de comer a la muchedumbre de hambrientos.
Los pobres dan de comer sin sacar ruido.
Los pobres dan de comer dando de lo poco que tienen.
Los pobres dan bendiciendo lo poco que tienen.
Y los pobres dan de comer sin humillar a los necesitados.
Jesús ordena que se echen sobre la hierba.
Comer en pie es símbolo del que emprende el camino de la liberación.
Comer echados es el símbolo de que se sienten liberados.
Prestar ayuda a los necesitados sin humillarlos.
Dar de comer sin sentimientos de superioridad.
El Concilio Vaticano II lo expresa de una manera profundamente humana, cuando dice:
“Para que el ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario que:
Se considere en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado,
Y a Cristo Señor a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado;
Se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio;
Que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar;
Se satisfaga, ante todo, a las exigencias de la justicia;
Y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia:
Si quiten las causas de los males, no solo los efectos;
Y se ordene el auxilio de forma que quienes reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos”. (AA 8)
No damos cuando damos de mala gana.
No damos cuando humillamos.
No damos cuando sentidos que nos quitan lo nuestro.
No damos cuando creamos dependientes y deudores.
Clemente Sobrado C. P.
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