Oficio de lecturas - Jesucristo, Rey universal - Tiempo ordinario



OFICIO DE LECTURA - DOMINGO DE LA SEMANA XXXIV - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

Himno: PORQUE ERES HIJO DE DIOS

Porque eres Hijo de Dios
y eres hijo de María,
porque eres Palabra eterna
de humana carne vestida,
porque eres el Primogénito,
del Padre la imagen viva, 
eres Rey de cielo y tierra,
y ante ti todo se inclina.

Cuando el pecado
pobló de cardos y ortigas
esta tierra que tu amor
había poblado de risas,
tomaste nuestra miseria
y tomaste nuestra vida;
te hiciste pecado amargo,
te hiciste dolor y espina.

Toma en tus manos ahora
esta creación enemiga,
y devuélvenos al Padre,
criaturas buenas y limpias;
toda criatura es tu reino
por origen y conquista,
y por ello te adoramos,

camino, verdad y vida. Amén.


PRIMERA LECTURA

Año I:

Del libro del Apocalipsis     1, 4-6. 10. 12-18; 2, 26. 28; 3, 5b. 12. 20-21

VISIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE EN SU MAJESTAD

    Gracia y paz a vosotros de parte de aquel que es, que era y que será; de parte de los siete espíritus que están ante su trono; y de parte de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra.
    Y a aquel que nos ama, que nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, que ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes para Dios, su Padre: A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
    Un domingo fui arrebatado en espíritu y oí tras de mí una gran voz como de trompeta. Me volví para ver qué voz era la que me hablaba y, al volverme, vi siete candelabros de oro y, en medio de ellos, una figura como de Hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñido el pecho con un ceñidor de oro. Sus cabellos y su barba eran blancos como la blanca lana o como la nieve, sus ojos eran como llamas de fuego, sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno y su voz era como el estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una aguda espada de dos filos; su semblante era como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Así que lo vi, caí como muerto a sus pies. Él puso su diestra sobre mí y me dijo:
    «Yo soy el primero y el último, el que vive. Estaba muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del hades.
    Al que salga vencedor y me sea fiel hasta el fin le daré potestad sobre las naciones, como la he recibido yo de mi Padre, y le daré, además, el lucero del alba. No borraré jamás su nombre del libro de la vida, sino que lo proclamaré en presencia de mi Padre y de sus ángeles. Lo haré columna en el templo de mi Dios, y ya nunca saldrá fuera, y sobre él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén, que baja del cielo desde mi Dios, y mi nombre nuevo.
    Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo. Al vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi Padre, junto a él.»

Responsorio     Mc 13, 26-27; Sal 97, 9

R. Verán al Hijo del hombre venir entre nubes con gran poder y gloria, y entonces enviará a sus ángeles, * y reunirá a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales y desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
V. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.
R. Y reunirá a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales y desde; el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.


Año II

Del libro del profeta Daniel     7, 1-27

VISIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE QUE RECIBE EL REINO

    El año primero de Baltasar, rey de Babilonia, Daniel tuvo un sueño, visiones de su fantasía, estando en la cama. Al punto escribió lo que había soñado:
    Tuve una visión nocturna: los cuatro vientos agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas. La primera era como un león con alas de águila; mientras yo miraba, le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron mente humana. La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: «¡Arriba! Come carne en abundancia.» Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder.
    Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera, terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias.
    Durante la visión vi que colocaban unos tronos, y Un anciano se sentó: su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; el trono era como llamas de fuego, y sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
    Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada. Seguí mirando y, en la visión nocturna, vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron el imperio, el honor y la realeza: todos los pueblos, naciones y lenguas lo servirán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
    Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie y le pedí que me explicase todo aquello. Él me contestó explicándome el sentido de la visión:
    «Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos.»
    Yo quise saber lo que significaba la cuarta fiera, diversa de las demás; la fiera terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba y pateaba las sobras con las pezuñas; lo que significaban los diez cuernos de su cabeza y el otro cuerno que le salía y eliminaba a otros tres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias, y era más grande que los otros. Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los santos y los derrotó. Hasta que llegó el anciano para hacer justicia a los santos del Altísimo, y empezó el imperio de los santos. Después me dijo:
    «La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso de todos los demás; devorará toda la tierra, la trillará y triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes; blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley. Dejarán en su poder a los santos durante un año y otro año y otro año y medio. Pero cuando se siente el tribunal para juzgar, le quitará el poder y será destruido y aniquilado totalmente. El imperio y la realeza sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Será un reino eterno, y todos los imperios lo servirán y lo obedecerán.»

Responsorio     Mc 13, 26-27; 14, 62

R. Verán al Hijo del hombre venir entre nubes con gran poder y gloria, y entonces enviará a sus ángeles, * y reunirá a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales y desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
V. Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Todopoderoso y viniendo sobre las nubes del cielo.
R. Y reunirá a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales y desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.


SEGUNDA LECTURA

Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, Sobre la oración

(Cap. 25: PG 11, 495-499)

VENGA TU REINO

    Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no ha de venir espectacularmente, ni dirán: «Vedlo aquí o vedlo allí», sino que el reino de Dios está dentro de nosotros, pues cerca está la palabra, en nuestra boca y en nuestro corazón, sin duda cuando pedimos que venga el reino de Dios lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella junto con el Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a fijar en él nuestra morada.
    Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entregue el reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en todo. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga tu reino.
    Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la justificación con la impiedad, ni hay nada de común entre la luz y las tinieblas, ni puede haber armonía entre Cristo y Belial, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado.
    Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo continúe el pecado reinando en nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos las pasiones de nuestro hombre terrenal y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los principados, todos los poderes y todas las fuerzas.
    Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y el último enemigo, la muerte, puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe revestirse de santidad y de incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe revestirse de la inmortalidad del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que así, reinando Dios en nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes de la regeneración y de la resurrección.

Responsorio     Ap 11, 15; Sal 21, 28-29

R. Ha llegado a este mundo el reino de nuestro Dios y de su Ungido, * y reinará por los siglos de los siglos.
V. En su presencia se postrarán las familias de los pueblos, porque del Señor es el reino.
R. Y reinará por los siglos de los siglos.


Oración

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, rey del universo, haz que toda creatura, libertada de toda esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Por nuestro. Señor Jesucristo, tu Hijo.

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08:14

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